421 ° DOMINGO 15 DE ENERO DE 2006
 

El viento del norte sopla en las comunidades oaxaqueñas
La migración transforma los usos y costumbres

Texto y fotos: Tania Molina Ramírez/ Santa Ana del Valle, Oaxaca

Una pequeña comunidad oaxaqueña es ejemplo vivo de los cambios que propicia la imparable migración a Estados Unidos. Las mujeres participan en actividades que antes les estaban vedadas, la mayoría de los jóvenes se marcha y el sistema de usos y costumbres parece una camisa estrecha ante la nueva realidad. El pueblo debate los cambios que una mayoría estima necesarios, aunque todos defienden su manera de decidir sobre sus asuntos



Santa Clós convive con los santos en la parroquia del lugar
 
Raymundo Hipólito, de 53 años, había logrado, al fin, ser contratado de planta en una compañía de limpieza en Los Ángeles, cuando le avisaron que había sido elegido en asamblea para desempeñar el cargo de regidor de educación y cultura en su comunidad natal, Santa Ana del Valle.

Pidió que escogieran a otra persona, pero la respuesta fue: "El pueblo lo eligió a usted". Así que, 25 años después de haber llegado por primera vez a Estados Unidos, empacó sus cosas, se despidió de sus hijos y desde hace un año cumple con el cargo que le fue asignado por un trienio.

En el último lustro, en este pueblo zapoteco de los Valles Centrales de Oaxaca, la creciente migración (sobre todo a Los Ángeles y sus alrededores) ha cimbrado la vida comunitaria.

Según el Consejo Nacional de Población (Conapo), el municipio tiene el mayor "índice de intensidad migratoria" de toda la República Mexicana. Según el censo municipal de 2001, de una población total de 3 mil 114 personas, mil 12 han emigrado; toda familia tiene miembros en Estados Unidos y las remesas son la principal fuente de ingresos.

Los hombres, por ser los jefes de familia, son los encargados de mantener la compleja organización comunitaria consistente de 29 comités en los cuales cerca de 200 personas desempeñan, sin recibir pago, cargos tanto civiles como religiosos.

Y el pueblo depende cada vez más de sus ausentes para preservar esta organización: en 2003 la población masculina entre 19 y 60 años en Santa Ana del Valle era de 360 personas, mientras que fuera era de 608.

Pero, con creciente frecuencia los norteños se niegan a regresar a hacer servicios. En su lugar, son los parientes, sobre todo la esposa o los padres, quienes desempeñan los cargos y hacen tequio.

Cuando la familia no puede asumir la responsabilidad, puede optar por pagarle a alguien más. Así surgió una nueva forma de ganarse la vida: la de "mozo", actividad a la cual ya varios se dedican en el pueblo, y con la que pueden ganar en promedio entre 20 y 50 mil pesos al año, dependiendo del cargo. "Ya lo vieron como una forma de emplearse", comenta Narciso Aquino Juan, maestro de primaria.

Antes existía el "mozo", pero sólo se le pagaba una gratificación. Con los billetes verdes, comenzó a ser considerado un empleo con sueldo.

Ha llegado a haber "mozos" con dos o tres cargos, que votan en la asamblea a nombre de las dos o tres personas que representan (el sentido del voto lo decide el "mozo").


El letrero anuncia la actuación de la banda La Migra
 

Los únicos cargos para los cuales no hay reemplazo son los del cabildo, razón por la cual Hipólito tuvo que dejar su trabajo fijo en Los Ángeles.

En 2003, según dirigentes de la comunidad, de 235 personas con cargos, 105 los ocupaban en lugar de otra persona.

A la fecha, a diferencia de lo que ocurre en otros sitios, donde los norteños llegan a ser "desterrados" por no cumplir con los servicios, en Santa Ana las autoridades no han tenido que recurrir a ningún castigo.

Ahora, si bien a los ausentes se les exige que cumplan con el tequio, los cargos y las cooperaciones, no participan en las asambleas y por ende no eligen a las autoridades (Santa Ana es uno de los 418 municipios oaxaqueños que se rigen por usos y costumbres).

Al no tener voz ni voto en la asamblea, los migrantes no se sienten representados y las autoridades tampoco sienten que representen a los de fuera, ni que estén comprometidos con ellos ni que deban velar por su bienestar, explica Primo Aquino, de 37 años, uno de los promotores de cambios en el sistema de cargos, artesano del tejido y el único de su generación que no se fue de migrante.

"Son las personas mayores las que están en las asambleas, (los menores de 40) perdemos a la hora de votar", completa Adolfo López, de 40 años, secretario del alcalde, quien regresó de California, donde aprendió carpintería, oficio que ahora ejerce gracias a los pedidos de los norteños ("hago tipo americano, tengo catálogos de allá").

Así que uno de los puntos de mayor tensión entre migrantes y locales es la exclusión de los norteños pese a que prestan servicios a la comunidad.

Frente a esta realidad, Primo Aquino ha impulsado la idea de "asambleas virtuales", que se llevaran a cabo simultáneamente en California y Santa Ana del Valle. Hasta ahora es sólo una idea.

Una buena parte de los santanayenses ve con buenos ojos una transformación del sistema de cargos, pero hoy pesa más el parecer de los llamados "nostálgicos" que prefieren que las cosas se queden iguales.

Lo que nadie cuestiona es la existencia misma de los usos y costumbres. Muchos coinciden en que más allá de las mejoras que se le podría hacer al sistema de cargos, éste les ha permitido mantener su identidad, ejercer la autodeterminación; y que la razón de ser esencial de los usos y costumbres es que sean los propios pobladores los que decidan sobre su destino colectivo, que ejerzan el autogobierno.

"Se trata de conservar nuestra autonomía, nuestro derecho a la toma de decisiones políticas sin los partidos", dice el maestro.

"Cuando entran los partidos, te olvidas de la identidad colectiva en miras de los intereses de grupo", completa Constantino Valeriano García, quien estudió el bachillerato y es también partidario de cambios en los usos y costumbres.

Librado Bautista Aquino, ex presidente municipal y una de las figuras más respetadas en Santa Ana del Valle, dice simplemente: "Uno hace el servicio por el pueblo. Es para todos y se hace entre todos". Este hombre, de 75 años, es justo uno de los que pugnan por modificar los usos y costumbres.

Esto no es exclusivo de Santa Ana del Valle. Según algunos especialistas, como Víctor Leonel Martínez, investigador del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma de Oaxaca, la situación se repite, con sus particularidades, a lo largo de la entidad, sobre todo en la Mixteca, la Sierra Norte y los Valles Centrales.

Martínez dice que a diferencia de otros lugares más conflictivos, Santa Ana está entre los municipios "de cambio reflexivo", en los que "se han adelantado a la crisis del sistema" y "las reglas internas del juego político están en proceso de renovación en forma elaborada, reflexiva y con la participación de los diversos actores locales".

Claroscuros del sistema

María Hernández Martínez, una mujer robusta de unos 50 años, con un hermoso peinado de dos trenzas entretejidas con listón que forman una corona y un delantal floreado que cubre su largo vestido, muestra con orgullo el museo comunitario, como si se tratase de su propio hogar.

En efecto, de cierto modo, el museo es suyo, como lo es de cada uno de los habitantes. Parte de su labor como vocal del comité del museo, es, las mañanas que le toca, abrir el recinto, barrer, revisar que lo expuesto esté limpio y en orden y recibir a las esporádicas visitas (sobre todo provenientes de otros estados y del extranjero).

Esta mujer que estudió hasta cuarto de primaria recorre las cuatro salas del modesto museo explicando con soltura la historia de Santa Ana del Valle, el significado de la tradicional danza de la pluma y el proceso de elaboración de los textiles de lana, principal oficio de los pobladores de esta comunidad (en casi todos los hogares sigue habiendo por lo menos un telar).

Este es el segundo cargo que María Hernández cumple a nombre de su hijo, quien está en Estados Unidos.

La participación comunitaria de las mujeres es actualmente un asunto espinoso. Antes, ninguna podía desempeñar un cargo. Fue por necesidad que ellas asumieron esta responsabilidad. Esto ha trastocado profundamente la vida comunitaria.

Si bien no habían enfrentado problemas cuando cumplían cargos como vocales (el rango menor en un comité), a la primera mujer presidenta de un comité le hicieron ver su suerte.

Timoteo Gutiérrez Cruz, radicado en Estados Unidos, fue nombrado presidente del comité de cultura hace un par de años. Le pidió a su esposa, Rosa García Morales, que lo representara sólo durante un par de meses, en lo que él regresaba. Pero cuando ella se presentó en el Instituto Oaxaqueño de Cultura le dijeron que los apoyos saldrían a su nombre, cuenta la señora, de 51 años, sentada en el patio de su hogar, construido gracias a los dólares del marido.

Así que ya no hubo marcha atrás.


Rosa García Morales, primera presidenta de un comité. La necesidad ha abierto la participación comunitaria de las mujeres
 

La autoridad municipal, sin embargo, no quería que ella asumiera ese cargo y exigía que el esposo regresara. Y dentro del comité no aceptaban que una mujer los dirigiera. No la obedecían, no se coordinaban. Y peor: otra mujer que también estaba cumpliendo cargo por su esposo, en vez de solidarizarse con ella, fue quien peor la trató.

Buscó apoyo en el cabildo. Nomás le dijeron que se lo habían advertido, y que ahora se tendría que aguantar.

Rosa García, quien no sabe leer ni escribir y se inhibe a la hora de hablar español, se vio obligada a hacer las funciones de otros miembros del comité y a poner cuantiosas sumas de su bolsillo. Y sin embargo, logró mantener a flote la Casa del Cultura, en donde lo fuerte es la banda de música. Lo consiguió, en buena medida, gracias a que sus hijos ya son mayores, y no tenía que ocuparse, además de todo, de cuidarlos.

Quizá doña Rosa ayudó a despejar el camino para otras mujeres. En 2005, la esposa de un ausente fungió como presidenta del comité de salud, al parecer sin mayores contratiempos.

Ahora, comenta doña Esperanza, de más de 70 años, "las mujeres ya podrían tener cargos en el cabildo (funciones aún vedadas para ellas) porque ya tienen la educación".

Dice la ex presidenta del comité de cultura: ""Es importante (que se le permita a las mujeres) porque hay algunas con experiencia y con mejores opiniones que los hombres".

Sin embargo, a menos de que la reserva de hombres mengue aún más, parece distante el día en que ellas ocupen cargos en el ayuntamiento.

El carpintero Adolfo López lo confiesa y justifica así: "Dependemos más de la mujer, que la mujer de nosotros. Yo no puedo atender a los niños... bueno, sí los puedo atender, pero no voy a dejar de trabajar".

Un pueblo "andariego"

"Somos muy andariegos", dice Raymundo Bautista, también de vuelta en Santa Ana para cumplir un cargo.

Y sí. Los santanayenses llevan generaciones yendo a trabajar a distintos destinos, desde Estados Unidos (con el Programa Bracero) y la misma Ciudad de Oaxaca hasta Chiapas.

Sin embargo, fue en los ochenta cuando se acrecentó drásticamente la salida de sus habitantes hacia el otro lado, cuenta Valeriano García, apasionado estudioso de la historia de su comunidad (sobre todo de su migración).

Y es que se puede sobrevivir con el telar y el campo (ahora son los mixes quienes llegan de la sierra a trabajar de jornaleros agrícolas), pero si uno quiere construir una casa, tener carro, no queda más que buscar afuera.

Magdalena, joven propietaria de un pequeño negocio de discos y películas, dice simplemente: "Acá lo ven imposible (construir casa, enviar a los hijos a la universidad) y allá ven una posibilidad".

Magdalena y su hermana se quedan en el pueblo simplemente para no dejar solos a sus padres.

Hoy, "el otro lado" es un tema recurrente en las conversaciones. No hay quien no tenga anécdotas sobre la línea, el desierto, los polleros, la vida en Los Angeles. Y es que todos han estado allá o tienen allá algún ser querido, lo que vuelve más cercano lo que ocurre en California que en la Ciudad de Oaxaca.

"¿Qué es eso en la tele y la grabadora sobre la frontera, sobre la construcción de un muro?", pregunta una mujer mayor, envuelta en un rebozo negro, mientras despacha en su tienda de abarrotes. "El presidente del norte no quiere que vayan los mexicanos...", concluye.

Durante los ochenta, cuenta el maestro de primaria, hubo un tiempo en que había tantas casas en construcción que a diario se escuchaba a los camiones cargados de material llegar al pueblo.

Calles y más calles de casas de cemento (acabadas o con las varillas al aire, en espera de un segundo piso) dan cuenta de aquellos años de desbordado entusiasmo constructor.

Muchas de las casas están vacías, y probablemente permanecerán así un buen tiempo porque hay señales de que muchos santanayenses no piensan volver pronto: en Estados Unidos han comenzado a montar sus propios negocios (en el ramo restaurantero) y a comprar casas.

Y, sobre todo, cada vez transcurre más tiempo entre cada visita al pueblo. El pasado mes de julio, pocos regresaron a las fiestas de la santa patrona. En cambio, en Los Ángeles se organizó la fiesta, con todo y presentación de los danzantes de la pluma, cuando en Santa Ana hace ya un par de años que no hay.

En las pasadas fiestas decembrinas tampoco llegaron muchos.

Las veces en que los migrantes han intentado regresar a quedarse y con sus ahorros montar algún negocio, éste prácticamente no da ganancias, o incluso genera pérdidas. Situación que se repite en incontables pueblos mexicanos.

Hoy, uno camina por este pueblo de precaria economía y topa, prácticamente en cada cuadra, con un establecimiento comercial financiado, en su mayor parte, por dólares: la ferretería El Calvario, la miscelánea La Patrona, el Comedor La Malinche... (durante la última semana de 2005, en los breves ratos que el comedor estuvo abierto, prácticamente no atendió clientela).

Así las cosas, no sorprende que cada vez más migrantes se rehusen a regresar a ejercer algún cargo, vayan echando raíces del otro lado, se lleven a toda la familia y creen su propia comunidad allá. "La identidad la tienen porque están entre parientes, llegan (a Los Ángeles) y están como en su casa", cuenta Valeriano. "En Los Ángeles tenemos de todo: comida, música, fiesta; ¡hay hasta posadas!", le comentaba un recién llegado al historiador autodidacta.

"Encuentro más gente de Santa Ana en Santa Mónica (California) que acá", añade el carpintero.

"Aprendí más zapoteco con mis compañeros de trabajo en el restaurante mexicano en Los Ángeles que acá", confiesa con una amplia sonrisa Lucío Aquino.

La consulta

Uno de las rasgos distintivos de los usos y costumbres es que no hay leyes escritas y suelen irse adaptando a los tiempos.

En Santa Ana, coinciden muchos, es hora de hacer cambios.

Don Librado, quien ha ejercido todo el escalafón de servicios e incluso volvió a asumir cargos menores a nombre de su hijo, argumenta que ya no hace falta que los servicios sean una carga tan pesada para los pobladores y que ciertas modificaciones ayudarían a mantener unida a la comunidad.

Él, por ejemplo, se muestra a favor de una reducción del número de cargos.

"No todos son funcionales", coinciden varios. Y ponen como ejemplo el comité de la "junta patriótica", encargada de organizar los festejos septembrinos: a pesar de sólo trabajar un mes del año, funciona los 365 días.

En otros casos, cuenta Adolfo López, a los comités "toman el cargo, pasa el año, y entregan el cargo", sin pensar en cómo mejorarlo. Esto ocurre con comités como el del mercado de artesanías y el de transporte, completa Aquino Juan: "Debería ser autofinanciable y rentable".

"El pueblo debe estar bien administrado", concluye López.

Además, varios pobladores coinciden en que "a los migrantes los ven como negocio. Cuando hay asamblea, se vota para que los de fuera den servicio, incluso los mismos 'mozos' sugieren que sean ellos, porque saben que a la mejor les ofrecen el empleo".

Para enfrentar la situación, resume López, "hay que adecuar los cargos a las necesidades: que baje el número de integrantes de los comités, que participen en las asambleas los que están allá, que se dé un pago por algunos cargos".

Por su parte, los norteños han ofrecido apoyar económicamente, en lugar de prestar servicios, dice Aquino Juan.

• • •

En 2002, la asamblea comunitaria acordó crear una comisión binacional con el fin de analizar qué cambios podrían hacerle falta al sistema de cargos.

Librado Bautista, presidente de la comisión, sugirió que se realizara una consulta entre la población mayor de 18 años de Santa Ana del Valle, dentro y fuera del pueblo.

La consulta fue un proceso sin precedente en la comunidad, que abrió la discusión. El proceso enfrentó obstáculos: "Fue difícil coordinarnos con la gente en Estados Unidos", explica el maestro. Él supone que esto se debió en parte a una falta de compromiso y a que la gente está trabajando y tiene poco tiempo para esas cosas.

Al final, en Santa Ana participaron cerca de 500 personas y en Estados Unidos 250. Las respuestas comprobaban que una mayoría creía necesario reducir el número de integrantes en varios comités; eliminar otros (entre ellos, la "junta patriótica"); que los cargos de los comités fuesen de un año; y que el periodo máximo de cargos fuese de 15 años o hasta la edad de 60.

Sin embargo, en la práctica ha sido difícil cumplirlo: en la asamblea para elegir autoridades locales en 2004, cuenta Aquino Juan, "no había gente presidenciable": no tenían experiencia o "eran muy grandes". Fue elegido Hilario Martínez Cruz, quien nunca había sido presidente de comité (requisito para ser presidente municipal).

(En un intento por participar en aquellas elecciones, un grupo de migrantes envió un oficio sugiriendo cinco candidatos a presidente municipal. Incluía los nombres de quienes votaban por cada uno. La asamblea no tomó en cuenta el oficio "porque se consideró que el procedimiento atentaba contra los principios de los usos y costumbres ­las votaciones se dan estando presentes y al momento", explican integrantes de la comisión.)

Más allá de las dificultades para poner en práctica los resultados de la consulta, varios de los integrantes de la extinta comisión señalan que las autoridades municipales entrantes (enero de 2005) no respetaron los cambios propuestos en la consulta e influenciaron a la asamblea para que se diera marcha atrás, por ejemplo, a la anulación de "la junta patriótica".

¿Las razones? "Así son los usos y costumbres", argumenta, muy serio y un poco nervioso, el presidente municipal, sentado tras su escritorio.

Al parecer, prevaleció la opinión de un sector de los mayores que opina que si ellos han desempeñado de cierta manera los cargos, ¿por qué los jóvenes habrían de hacerlo de otra?

"Hay temor al cambio", asegura Guadalupe Aquino Bautista, de 25 años, profesor de computación.

Adolfo López (quien en 1998 regresó de California para cumplir un cargo) no se anda con rodeos: "Algunos tienen muy corta visión. Argumentan que así se ha venido haciendo".

Hoy, sin embargo, los optimistas dicen que ya no hay vuelta atrás y que la comunidad se transformará. Aunque nadie se atreve a predecir el resultado.

En la misma época de la consulta, un grupo de Santa Ana del Valle impulsó la idea de llevar a cabo "asambleas virtuales", con un par de webcams en California y Oaxaca.

Con la "asamblea virtual", escribe Primo Aquino, "habría igualdad de derechos, ya que ambos pueden votar y ser votados".

Este proyecto no se ha llevado a cabo por falta de financiamiento para la señal satelital y porque del otro lado no ponen de acuerdo sobre dónde instalar la computadora, pues viven en distintas ciudades.

El investigador Martínez señala que hay al menos un par de casos similares: en 2004, en San Pablo Macuiltianguis (distrito de Ixtlán, Sierra Norte), se realizaron asambleas simultáneas (en San Pablo y en un salón de Los Ángeles), se votó en ambos lugares, y de la capital californiana enviaron los resultados por fax.

• • •

Las paredes de la sala de la familia Aquino Bautista están decoradas con dibujos y pinturas de Francisco Aquino Bautista. Este joven artista, de mirada inquisitiva, cuenta que pronto se casará con una muchacha de la Ciudad de Oaxaca y que en un par de días se va a vivir a Chiapas porque le ofrecieron un trabajo de restauración de obras de arte; pero que le notificaron que había sido nombrado secretario municipal. No aceptó.

Guadalupe Aquino, de 25 años, defiende la decisión de su hermano. "Debe considerar sus prioridades: ¿Me beneficia más quedarme o irme? Mi hermano no se va a quedar a restaurar la iglesia de Santa Ana, ¿no?", dice en tono irónico.

Lo planteado por Guadalupe refleja las inquietudes de muchos jóvenes en Santa Ana, que sólo ven la opción salirse de aquí, ya sea para trabajar o estudiar ­como Agustín Aquino, estudiante del Politécnico, quien sueña seguir sus estudios en Alemania.

Sin embargo, cuando se les pregunta acerca de la vigencia de los usos y costumbres en su comunidad, los jóvenes, al igual que los mayores, los defienden. Guadalupe señala: "Sólo hay que adecuarlos, cambiar la mentalidad".

Los usos y costumbres, pues, están cobrando un nuevo rostro, el nuevo rostro que les dan las numerosas comunidades binacionales.