La Jornada Semanal,   domingo 8 de enero  de 2006        núm. 566
LA CASA SOSEGADA

Javier Sicilia

OCTAVIO PAZ, EL EROS Y EL TIEMPO

No conozco en la literatura mexicana alguien que haya pensado el eros como Octavio Paz. Sobre él, como sobre la poesía —no sólo su otra gran pasión, sino también, para él, el espejo del eros— dejó páginas memorables. Dos libros magníficos las contienen, un poema, Piedra de sol, y un ensayo, que es su testamento, La llama doble. Su visión no es sólo hija de su experiencia, sino de la síntesis de dos tradiciones: el amor cortés de Occidente y el budismo japonés.

A semejanza del primero, lo característico de Paz es la conciencia de la mujer como un otro que nos abre al misterio del kairos y a la duración —la visión caballeresca que elevó a la dama al sitio del Señor feudal permitió que por vez primera el hombre y la mujer se miraran a los ojos y, rompiendo los pactos sociales, los estamentos, se eligieran para descubrir un mundo superior y trascendente—; a semejanza del segundo, lo característico es la conciencia del tiempo. Más cerca de Murasaki Shikubi —hija de la corte imperial del siglo X— y de su novela Historia de Genji, que del budismo zen que irrumpió en el Japón del siglo XIV, Piedra de sol nos habla de la conciencia y de la irrealidad del tiempo.

Semejante a la Historia de Genji, el yo poético de Piedra de sol es el recorrido por un sinnúmero de amantes; a diferencia de la novela de Murasaki, sus amantes no tienen nombre. Son la manifestación de todos los arquetipos femeninos. Pero si en Genji esas presencias reales y concretas son, al igual que el tiempo, fantasmales sucesiones de apariencias, para el yo poético de Paz esas encarnaciones arquetípicas que están en todo encuentro con el eros, no son fugacidades sino presencias que transfiguran el peso concreto y real del cronos. Mientras para Genji, que al tomar conciencia de que "el sonido de las campanas del templo de Heion proclama la fugacidad de todas las cosas", el mundo y nosotros mismos somos irreales, para el yo poético de Paz el tiempo no es sólo real, "un cuchillo carnicero", sino que en la presencia del amor se transfigura y vuelve a su estado anterior: el paraíso. Nada existe al ser tocado por el amor de dos seres que se miran a los ojos, a no ser esa instantánea conciencia que hace que todo sea la pura eternidad de la armonía.

Para Paz, enamorado de la captación del instante que nos da el budismo, pero influido por el amor cortés y por Bergson, sólo es real el tiempo como kairos y duración: apresarlo, resucitarlo por obra del eros, es aprehender la realidad. El tiempo "carnicero" ya no es la mera sucesión cuantitativa y terrible que nos "afloja los dientes", "nos nubla los ojos", nos conduce a la muerte y acumula en sus días y sus años "sus horrores vacíos"; el tiempo que está hecho de crímenes, de pinchos, alambradas, hipocresía, guerras, de "máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres,/ al hombre de sí mismo", sino el instante que no transcurre y nace "cuando dos se besan"; que "derrumba" todo y nos permite vislumbrar "por un instante [...] nuestra unidad perdida [...] tiempo total donde no pasa nada/ sino su propio transcurrir dichoso".

No es el tiempo cronométrico, sino la iluminación de la duración. Si para Murasaki, como para el budismo, el tiempo es una ilusión, y la conciencia de la muerte, como el propio Paz lo dice al comentar a Murasaki, "meras imágenes en nuestra conciencia", para Paz, como para todo aquel que ha bebido de las fuentes del amor que descubrió el Occidente cristiano en su más bella herejía, el amor cortés, el tiempo es, tocado por el amor, transfiguración. Apenas tocamos el amor, nos liberamos de la pesadilla, no de la ilusión del tiempo y de las cosas, sino de la fractura que el egoísmo introdujo en ellos y nos apartó de nosotros mismos, y, al hacerlo, penetramos en el reino donde todo es kairos: tiempo sin cronos, instante en donde la única realidad es la realidad de las presencias, donde el "cielo baja,/ los árboles ascienden, el espacio [...] es luz y silencio, sólo espacio/ abierto para el águila del ojo [...]", eternidad encarnada.

La visión de Paz sobre el eros no implica la reconquista del tiempo, sino su transfiguración en la experiencia carnal del amor y de su libertad indecible.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro.