La Jornada Semanal,   domingo 8 de enero  de 2006        núm. 566

Germaine Gómez Haro

 AGUSTÍN PORTILLO: LA ESTÉTICA DE LO GROTESCO

Agustín Portillo se ha caracterizado por ser un artista irreverente que se ha manifestado en contra de la arrogancia del poder a través de actos contestatarios y de una pintura cargada de mensajes incendiarios. En 1996 llevó a cabo una huelga de hambre durante cinco días frente al Palacio de Bellas Artes para denunciar la corrupción y las arbitrariedades de los funcionarios del sector cultural y exigir respeto y buen trato para la comunidad artística. Asimismo, en 2001 fue arrestado por pintarrajear "Fox es un mentiroso" en las oficinas de Conaculta, y como consecuencia fue "invitado" por la más alta autoridad a salir del país e instalarse indefinidamente en Estados Unidos. El sitio elegido fue Chicago, donde a lo largo de los últimos cuatro años ha desarrollado una impresionante serie pictórica que trasmina el espíritu rebelde e indómito que lo ha caracterizado.

Muchos artistas han recurrido a la caricaturización para exhibir las miserias y perversiones del ser humano. Pensemos en las implacables imágenes de Goya, Hogarth o Daumier, quienes atacaron sin piedad a la sociedad de su época. El arte del siglo XX está colmado de ejemplos notables de crítica a la crisis espiritual y social que pervive como una enfermedad endémica. Los expresionistas alemanes crearon un arte rebelde y perturbador que ha dejado importantes secuelas hasta nuestros días. Artistas como George Grosz, Max Beckmann, Emil Nolde y Christian Schad utilizaron la deformación y la alteración de las figuras para expresar con vehemencia la decadencia de la sociedad y los horrores de la guerra.

El arte de Agustín Portillo se inserta en esta corriente expresionista que tiene en nuestro país notables exponentes como José Clemente Orozco, José Luis Cuevas, o en tiempos más recientes, Germán Venegas. Su obra anterior, permeada de elementos pop y conceptuales, ha cedido el paso a un lenguaje totalmente distinto, pletórico de mensajes provocadores que revelan de manera explícita y contundente la cara más amarga de nuestra época. Inspirado en la diversidad cultural de Chicago y atento a las imágenes que aparecen en la prensa, en revistas e internet, Portillo hace una crónica punzante de la sociedad estadunidense, a través de escenas demoledoras que transcurren, en su mayoría, en fastuosas reuniones sociales de la alta burguesía o en tugurios de mala muerte. En ambos casos, el artista plasma una atmósfera patética que habla del desmoronamiento espiritual del hombre contemporáneo, el vacío y el caos de una sociedad metalizada que ha embrutecido a los seres humanos hasta convertirlos en monstruos grotescos que escapan a su realidad a través de las drogas, el alcohol, la pornografía y el acumulamiento desenfrenado de bienes materiales.

Agustín comenta que sus personajes, por más caricaturescos que parezcan, son extraídos de la vida real, y a pesar de que la serie se titula América, podrían ser parte de cualquier sociedad contemporánea. Sus cuadros son una muestra de la diversidad étnica de ese país donde conviven rubias voluptuosas, negros, mulatos y mestizos, así como jóvenes y ancianos ricos y pobres que representan por igual la decadencia y la deshumanización. Un halo de tristeza y desolación envuelve a estas figuras aparentemente alegres que exhiben sus miserias a través de carcajadas falsas y actitudes abominables. Sus rostros son máscaras patéticas que esconden la podredumbre anímica de quienes han cambiado el espíritu por la frivolidad.

A lo largo de este año, Agustín Portillo ha presentado cinco exposiciones individuales en diferentes espacios en Chicago. Su obra ha sido integrada a varias colecciones públicas y privadas, lo que revela el interés que su trabajo ha despertado en esa ciudad refinada y cosmopolita. Sin embargo, actualmente se encuentra de regreso en México, víctima de un mal trato por parte de las autoridades migratorias de nuestro país vecino, quienes lo acusan de haber vendido su obra "ilegalmente", dado que no posee el permiso necesario para trabajar, aunque sí le aceptaron el registro y pago de todos los impuestos correspondientes a la venta de sus pinturas. El abuso y las arbitrariedades se cometen todos los días, en todas partes. Los hombres se tornan cada día menos humanos y más perversos. Agustín Portillo, fiel cronista de su entorno, los retrata con humor ácido, frescura y espontaneidad.