Usted está aquí: sábado 7 de enero de 2006 Mundo Alvaro Uribe está destruyendo la democracia con apoyo de las mayorías: Gómez Buendía

La mafia controla 10 de los 32 departamentos de Colombia, denuncia el analista

Alvaro Uribe está destruyendo la democracia con apoyo de las mayorías: Gómez Buendía

BLANCHE PETRICH

El presidente colombiano, Alvaro Uribe, ha logrado una popularidad que lo llevará probablemente la relección, gracias a la percepción popular -con elementos de realidad- de que la inseguridad, la violencia y los secuestros han disminuido, que los paramilitares han sido pacificados y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) están en vías de ser derrotadas.

Pero para el analista Hernando Gómez Buendía, consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), no es más que un espejismo que se construyó a un alto costo: pérdida de valores democráticos, de libertades civiles, de independencia.

Lo que la sociedad percibe como relativa pacificación se obtuvo, explica, "empoderando a los señores de la guerra y criminalizando las protestas populares contra la creciente miseria".

Pero mientras las capas urbanas ven con buenos ojos la reducción de algunas estadísticas de la violencia y dotan al presidente Uribe de 80 por ciento de aprobación popular, en las regiones del interior, cercanas a las zonas de conflicto, se tiene una visión diametralmente opuesta.

"Porque ahí sí se sigue viviendo la guerra con toda su crudeza", subraya este reconocido "violentólogo", coordinador del documento Colombia, callejón con salida.

Se trata de un proyecto, adoptado por el PNUD como documento de trabajo, que llevó a sus autores a viajar a 220 municipios en las distintas zonas de conflicto y a entrevistarse con todo tipo de gente: guerrilleros, paramilitares, soldados, campesinos, curas, prostitutas, amas de casa, estudiantes, activistas de derechos humanos, narcotraficantes, huérfanos, desplazados, autoridades, sicarios, niños y niñas.

De este trabajo se definió una visión sobre el conflicto brutal y cotidiano que el resto de la sociedad colombiana prefiere ignorar. Y a partir de ahí se llegó a la conclusión de que la guerra no se resolverá con un tratado de paz o con la victoria militar.

Y propuso medidas concretas que se pueden implementar de inmediato "para disminuir la dimensión de la barbarie", mientras que por otras vías de destraban y vuelven a trabar los procesos de negociación. Le han llamado "una caja de herramientas". Gómez Buendía lo describe como "banco de buenas prácticas".

Enumera: medidas prácticas para evitar que el conflicto se extienda a otras regiones, que sea menos brutal la confrontación, que se evite que niños y jóvenes se sigan incorporando a la lucha armada, que se amplíen los espacios de la lucha social, que se protejan las necesidades más urgentes de los desplazados, los huérfanos y viudas, los torturados. Se proponen mecanismos alternativos de solución de conflictos, arreglos obrero patronales y técnicas antisecuestro.

"Por eso nosotros decimos que Colombia sí tiene salidas. Es una apuesta por la paz, pero no desde la perspectiva de la victoria o la derrota", afirma.

Da dos ejemplos. Uno es una comunidad indígena muy minoritaria de la localidad de Córdoba. Un día, cansados de ser botín y rehén de guerrilleros y paramilitares, estos indígenas decidieron "olvidarse" del castellano y volver al monolingüismo.

Así, si llega un comando de algún bando para reclutarlos o coaccionarlos, no halla la forma de comunicarse con ellos. Claro, el costo es muy alto porque se han aislado, pero han evitado estar entre dos fuegos.

Otro es el caso de la Orquesta de Música Clásica de las comunas de Medellín. En los barrios paupérrimos de la ciudad antioqueña, semillero de niños sicarios, los chicos son reclutados para estudiar a Mozart y Beethoven. Atrincherados detrás de sus atriles, sus cuadernos pautados, sus violines y flautas imponen respeto y evaden el reclutamiento en las pandillas armadas.

Colombia -explica el analista- es el único país de América Latina donde las luchas populares no se están expresando. "Es tal la necesidad de la gente de detener el desangre que hemos vivido que prefiere ignorar que hay 10 millones de víctimas de la violencia, entre desplazados, muertos, torturados, desaparecidos y familiares".

Gómez Buendía pone en la balanza las consecuencias de la "seguridad democrática" uribista: "Se redujeron las estadísticas de crímenes y secuestros. Y eso se valora mucho. Pero el costo ha sido retroceder en todo lo demás. Política social, cero. Política exterior, entrega de la soberanía. En materia de instituciones, se ha retrocedido a un Estado premoderno con un caudillo. La democracia está penetrada por el paramilitarismo. Y en ese contexto, en Colombia, que cuenta con una de las tradiciones democráticas más antiguas de Latinoamérica, vamos a ver una relección sin que se escandalice nadie. Suena paradójico pero Uribe está destruyendo la democracia con apoyo de las mayorías."

La capacidad de Uribe para encubrir esta realidad, afirma, tiene su punto de partida en un discurso que ha "sobresimplificado" la complejidad de la guerra.

Explica: "Uribe negoció con los paramilitares como si fueran sólo cuerpos de autodefensa contra la guerrilla a sabiendas de que además son paramilitares, narcoterroristas y criminales que controlan todo tipo de contrabando: armas, esmeraldas, gasolina; venden protección y controlan la seguridad privada. Les otorgó perdón judicial para incorporarlos a la política. De modo que hoy la mafia detenta los gobiernos municipales en 10 de los 32 departamentos del país. Es una fuerza legislativa, consiguió impunidad por sus numerosos crímenes y de paso le permite a muchos líderes paras, pedidos en extradición por Estados Unidos por su vinculación con el narco, evadir la justicia estadunidense. Uribe ha logrado lo que hasta ahora parece un exitoso manejo de la tensión, desmovilizando a los paras y quitándose de encima parte de la presión de Estados Unidos.

"Pero el principal estandarte que esgrime Uribe como un éxito de su gobierno es la aparente reducción de las FARC. Derrotarlas ha sido su obsesión y para ello ha echado mano del Plan Colombia y la Operación Patriota, que comprende la movilización de 17 mil militares.

"La guerrilla también es un animal muy complejo. El ELN tiene 5 mil militares y las FARC suma cuatro veces más. Esta última, con raíces campesinas de los años 40 y un largo periodo de ortodoxia comunista orientación Moscú, tuvo un enorme crecimiento militar en la última década ante la gran indiferencia de la oligarquía, que simplemente delegó en el ejército la tarea de deshacerse de los insurrectos. A pesar de su fortaleza, nunca ha sido una fuerza revolucionaria que representara un desafío político serio. Es, sí, un ejército capaz, curtido, con buen mando. Tienen un componente narco desde los años 90, cuando la erradicación en Bolivia traslada a Colombia las grandes plantaciones de coca. Pero a diferencia de los paramilitares, que usan la fuerza militar para consolidar sus mercados de droga, los guerrilleros utilizan el dinero de la droga para consolidarse militarmente.

"A pesar de la intensa guerra contrainsurgente, las FARC no están derrotadas. Han regresado a su retaguardia, operan en pequeña escala, ya no atacan cuarteles importantes, como antes. Era una guerrilla sobredimensionada que ha vuelto a su nivel real. Por eso es falso, como alardea Uribe, que la esté derrotando. Además, será muy difícil para el gobierno mantener la intensidad de una guerra contrainsurgente tan cara en un país que no tiene una política tributaria de tiempos de guerra. Los ricos no están pagando los costos. Es Estados Unidos el que pone el dinero, pero dirige la guerra".

Por todo ello, vaticina Gómez Buendía, el éxito del presidente Uribe para combatir la violencia es, parafraseando a su paisano Gabriel García Márquez, la crónica de un desastre anunciado.

 
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