Número 114 | Jueves 5 de enero de 2006
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Curas a mí...  
 
Por Joaquín Hurtado
El sacerdote: “¿deseará confesarse?”. Mi mujer: “no, gracias”. El sacerdote: “¿es su esposo?”. Mi mujer: “sí, y también mi mejor amiga, y por favor váyase que estamos muy ocupadas”.

Rosalinda no lo echó de mi cuarto con grosería, más bien con insólita dulzura. Sólo cumplió mis instrucciones. No quiero ser molestado por los zopilotes de ninguna secta, iglesia o club de autoapoyo. Ya ven cómo abundan alrededor de la carne en descomposición.

Al tercer día Lázaro el marica resucitó y se fue a casita tan campante. Ahora sí, que vengan a mí niños, mujeres y viejos. Pero sobre todo mis amores desatendidos.
— ¿Recibirás al fulano que viene a dar testimonio de vida y resurrección?
— Mmmh, depende.
— ¿De qué?
— De si es guapo.
— Cómo eres, no escarmientas. Te vas a ir al infierno.
— El infierno no existe, y si existe está en el corazón de los curas.
Mi mujer me escucha trastear a las tres de la mañana. Busco en la cocina algo de comer. Salí del hospital con un hambre... y mucha sed. Como vampiro encandilado voy de cuarto en cuarto tumbando objetos y despertando gente.
— Shht, ya aplácate, Joaquín, deja dormir.
— Es que no tengo sueño, traigo los hemisferios circadianos bien volteados.
— Ah, cómo jodes.

Es que en terapia intensiva uno ya no sabe ni cuál es el día ni cual la medianoche. A las dos de la mañana entra una enfermera a cambiarle el pañal o la unidad de sangre a Drácula, y el conde se relame los labios imaginando que aquel plasma es de un muchachote sano, albañil de preferencia. Esos sueños secos le quitan el sueño al decadente y exquisito monstruo.
Y en mis horas alrevesadas, a las cinco am ya estoy bien bañado, espulgado y perfumado leyendo el diario. “Rechazo católico a gays”, dicen las noticias. Ya se le hacía tarde a don Pepe Ratzinger. El documento divulgado por el Vaticano advierte con singular porfía: “La Iglesia, aunque respeta profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir en el seminario a los que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente enraizadas o respaldan la cultura gay”.

¿ Qué hace esta persona en cuestión, o sea yo, con una parrafada de este nivel de contumaz estulticia? ¿Reír? No, porque me duele la panza. ¿Llorar?, no porque ya lloré bastante al ver a Petra, mi madre, moquear ante la cruz de mi suplicio. ¿Quedar inmutable?

El sacerdote: “¿deseará su esposo confesarse?”. Mi mujer: “no es mi esposo, es mi mujer”. El sacerdote: “¿y usted?”. Mi mujer: “yo tampoco, y por favor váyase que esa loca es muy mala; odia a los diáconos, vicarios, prelados, curas, párrocos, obispos, arzobispos, cardenales, nuncios y papas pendejos; y allí donde lo ve, cual gladiolo exhausto carga con tremenda 45 súper; aténgase a las consecuencias”..