Usted está aquí: viernes 23 de diciembre de 2005 Opinión Pero sigue siendo el rey

Leonardo García Tsao

Pero sigue siendo el rey

Ampliar la imagen King Kong y Naomi Watts, en un fotograma de la pel�la

En términos de producir un blockbuster, era sensata la idea de hacer un remake de King Kong al combinar los elementos de una espectacular cinta de aventuras, con elementos de una historia de amor retro, a lo Titanic, y la incorporación de efectos especiales al estilo Spielberg, por el lado de Parque Jurásico. Sobre todo si contaba con la dirección del neocelandés Peter Jackson quien ha mantenido a la original de 1933 como un objeto de reverencia, actitud contraria a la ironía posmoderna del nuevo milenio o la actualización inútil del tema (como ocurrió en la insignificancia dirigida por John Guillermin en 1976).

Reverente al grado de duplicar encuadres y diálogos, Jackson se mantiene fiel a la historia urdida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, con ligeros cambios sobre todo en la delineación del triángulo entre Ann Darrrow (Naomi Watts), Jack Driscoll (Adrien Brody) y el gran gorila. Pero ha inflado el relato hasta llegar a una duración de tres horas y pico, dedicando una hora aproximada a cada uno de los tres actos. Desde el inicio se percibe que el cineasta y su coguionista se concentrarán en muchos más detalles para caracterizar a sus personajes, centrándose en Carl Denham (Jack Black), el megalómano director de cintas de aventuras -y alter-ego del propio Jackson- que, contra la decisión de sus productores, se lanzará a un viaje en barco con destino incierto; y su actriz contratada al vapor, en este caso una chica desempleada tras el cierre de un teatro de burlesque por culpa de la Depresión de los años 30.

La llegada a la tenebrosa Isla de la Calavera y el encuentro con unos hostiles nativos, una cruza entre los orcos de Tolkien y unos aborígenes australianos, parece justificar la alusión al Corazón de las tinieblas, de Conrad. Sin embargo, una vez que aparece Kong y arrebata a la mujer rubia, secuestrada por los nativos como ofrenda de sacrificio, la película se deja llevar por un espíritu hollywoodense de superar a la original no sólo tecnológica sino numéricamente. Como en el viejo chiste sobre Cecil B. DeMille en una producción bíblica ("¿Por qué sólo doce apóstoles? ¡Necesito por lo menos a 300!"), Jackson multiplica los seres monstruosos que acechan en la isla y diezman a la expedición. Ahora veremos una estampida de apatosaurios: un round robin de Kong contra tres tiranosaurios; una parvada de mega-murciélagos en lugar de un pterodáctilo y el legendario ataque de las arañas gigantes -desaparecida de la versión del '33- con la adición de grillos, cucarachas, caras de niño y hasta unas babosas con dientes.

Esa tendencia al exceso, propia de Jackson desde sus humildes comienzos, no provoca una mayor sensación de asombro sino una pronunciada fatiga. Sobre todo cuando los efectos especiales no logran integrar a los actores con su entorno fantástico. Todo el tiempo estamos concientes de ver a los personajes batallando en el mundo del green-screen, contra creaciones de una computadora cuyas texturas y dimensiones existen en otro plano. Sólo el personaje titular se salva porque especial esmero se ha invertido para que Kong se vea y comporte como un auténtico gorila, caracterizado como un espécimen viejo, cubierto de cicatrices, que podría ser el último de su tipo en la isla. La tecnología digital del motion-capture ha permitido además que el actor Andy Serkis le confiera una gran expresividad al simio, sobre todo en los momentos emotivos.

Eso es lo que redime el tercer acto de la película. Apoyada en la neurosis que siempre sugiere la belleza de Watts, la parte neoyorquina se centra en el amor imposible entre Kong y Ann, dándole el peso emocional que la original no tenía, por la sencilla razón de que la rubia nunca le correspondía en sentimientos al ofrecido simio. Aunque Jackson elimina el lado erótico -ese gran momento, también censurado en un principio, cuando Kong desvestía a Ann y se olía los dedos en una sobredosis de feromonas-, sí subraya la fijación de la mujer por una especie de figura paterna y protectora. Un amour fou, al fin y al cabo, inaceptable para una sociedad urbana y civilizada. De ahí el clímax de un inspirado espíritu romántico: bajo la luz dorada del amanecer, King Kong enfrentará a sus últimos contrincantes en la cima de su nuevo reino, mientras Ann realiza la vertiginosa proeza de unirse a él sobre el símbolo fálico más grande del mundo.

No obstante el esfuerzo y el costo de 200 millones de dólares, el nuevo King Kong se queda a la sombra de la versión de 1933, un hito en la historia del cine y el inicio del tipo de películas que ahora Hollywood es incapaz de producir con el mismo sentido mágico. Mitad pesadilla junguiana, mitad fantasía sexual de connotaciones racistas, el King Kong de Cooper y Schoedsack es genuinamente grandioso. El sincero homenaje de Jackson no pasa de ser un curioso pie de página.

KING KONG

D: Peter Jackson/ G: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, basado en un argumento de Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack/ F. en C: Andrew Lesnie/ M: James Newton Howard/ Ed: Jamie Selkirk, Jabez Olssen/ I: Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody, Thomas Kretschmann, Andy Serkis/ P: Wingnut Films Production para Universal Pictures. Nueva Zelanda - EU, 2005.

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.