Usted está aquí: viernes 2 de diciembre de 2005 Opinión México en estado de sitio

Jorge Carrillo Olea

México en estado de sitio

A cinco años del inicio del gobierno del cambio el país está en estado de sitio. Los últimos cinco años han resultado dramáticos para los mexicanos, dejando un estado de ánimo de perplejidad y desencanto. Pareciera ser que el México actual no tiene nada que ver con lo que las varias generaciones aún presentes imaginamos que podría ser. No va rumbo a ser el país de nivel de desarrollo intermedio que preveíamos, donde la convivencia social fuera armónica; que dentro de esa armonía fueran posibles de manera razonable la democracia, la justicia y la seguridad. Que un empleo modesto, pero suficiente, fuera asequible con expectativas concretas de superación. Donde la educación se mantuviera en los estándares de calidad que tuvo hasta los setentas, donde los servicios asistenciales fueran aceptables; que el disfrute de una vivienda fuera posible sin mayor sacrificio y, sobre todo, que hubiera un horizonte promisorio para nuestros hijos.

Ese escudo protector que nos daba prestancia, respeto y orgullo en el exterior y autoestima y confianza en el interior ha sido destruido. Nuestra política exterior no podría estar en peor momento. Hemos roto con todos o casi todos nuestros grandes amigos: Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y, por supuesto, con La Habana; Europa nos ve con desdén. Y nos hemos entregado sin condición a aquellos que siempre han ambicionado primero nuestro territorio y ahora nuestros energéticos, capacidad adquisitiva y trabajo barato, disfrazado de la llamada Comunidad de América del Norte, proyecto al que nuestro gobierno se ha adherido con total ignorancia, irreflexión y opacidad hacia la opinión pública.

El acoso anímico a que está sometido el país por las cotidianas evidencias de mal gobierno, torpezas, equivocaciones, salidas de boca, etcétera, ha estado creando una sensación de un país en estado de sitio emocional, donde han sido suspendidas las garantías de aspirar a una vida mejor, a una vida serena y productiva, a una vida que anticipe una mejor destinada a las generaciones que nos siguen.

Hoy la esperanza ha sido destruida por el gobierno del cambio. Ha logrado la unanimidad reprobatoria y para peor se reviste de una coraza de indiferencia hacia la opinión crítica que lo hace invulnerable a ideas distintas. Por demás es ya tarde, muy tarde. En México manifiestamente están suspendidas las garantías, las individuales y las sociales. Los derechos esenciales están conculcados por quien los debería garantizar.

El país está en un estado de sitio virtual al que nos ha llevado una falta de proyecto de gobierno, una falta de habilidad para robustecer la cohesión social, una falta de ánimo por fortalecer a las instituciones, las que contrariamente han sido minadas metodológicamente una tras otra. Un estado de sitio en el que parece además que sus promotores se burlan día a día de la comunidad nacional lanzando proclamas de la bonanza en que se encuentra el país, de la solvencia de sus instituciones y de cómo se van reduciendo paso a paso sus problemas ancestrales.

Es un gobierno de cínicos que, viviendo en un limbo del que sólo ellos disfrutan, menosprecian el sufrimiento y las necesidades populares. Saben contar mañosamente cuántos pobres menos hay cada día, cuando la miseria avanza a ojos vistas. Hacen gala de la calidad de sus servicios cuando sabemos lo que es acudir a la justicia, buscar asistencia médica o desplazarse en la inseguridad constante. Sabemos lo que es el desempleo real o lo que es sentirse empujado a las márgenes del empleo ilegal por no tener alternativa.

Este es el estado de sitio en que se encuentra el ánimo de la nación. Estado de sitio del que, ante la imposibilidad de liberarse localmente, muchos quieren hacerlo por vías extremas: los que tienen posibilidades financieras para refugiarse del sismo que nos acosa se escabullen a otros países y no se les puede culpar. Otros lo hacen con la energía maravillosa y admirable que les da un espíritu sorprendente y se lanzan a inimaginables aventuras de migraciones inciertas, siempre dolorosas, no pocas veces letales; los más de los mexicanos luchan diariamente y todavía soportan con ejemplar estoicismo.

Este estado de sitio tiene a los mexicanos viviendo en un régimen de excepción nunca experimentado, sometido a la privación de expectativas de una vida digna. Las condiciones perturbadoras que han llevado a ello son la ineptitud y la insensibilidad del gobierno federal y varios estatales: Yucatán y Morelos por ejemplo.

En este estado anímico de sociedad sitiada aparece el hierro cruel de la violencia: 500 ejecutados en lo transcurrido del año y las explicaciones del gobierno son otra vez tan inconsistentes como contradictorias. Se responde con la improvisación, otra vez, como las cuentas de un rosario. Se llama a un México Seguro, pero en virtud de lo improvisado no pueden explicar en qué consiste y ya la ciudadanía lo adivina. Consiste en escenografías para la televisión que nos gobierna, que nos gobierna más que quien debiera hacerlo. Recordemos el penal rodeado de tanques en respuesta absurda a su descontrol interno. Se fueron los tanques y no sabemos por qué ni qué hacían ni qué los sustituyó en su espectacular tarea. ¿Fue porque existe ya un régimen nuevo y confiable que rige ahora la vida interna del penal?

Es el México en estado de sitio. El México arrebatado a sus propietarios, sus habitantes. Enajenado por la ineptitud, el cinismo y la insensibilidad. Pero hay algo en qué reflexionar adicionalmente: cuando este gobierno termine habrá que luchar con su herencia que se forma en 12 años de desgobierno, con sus inercias ineludibles, poderosas, difíciles de vencer sin la aplicación de grandes esfuerzos.

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