Usted está aquí: domingo 13 de noviembre de 2005 Opinión Mentiras urbanas

Carlos Bonfil

Mentiras urbanas

Ampliar la imagen Glenn Close eclipsa al resto del elenco de la pel�la Mentiras urbanas

Mentiras urbanas (Heights), primer largometraje del joven neoyorkino Christopher Terrio, se exhibió en el pasado festival capitalino Urban Fest, a lado de versiones no subtituladas de Broken flowers, de Jim Jarmusch, y de la divertida cinta independiente Thumbsucker. Su propuesta será de inmediato reconocida por los admiradores de Closer (Llevados por el deseo), la exitosa cinta de Mike Nichols, pues en espacio de 24 horas se entrecruzan las vidas de cinco personajes en la ciudad de Nueva York, primero en retratos breves, sin relación aparente unos con otros -mosaico policromo y acertijo-, y poco después revelando conexiones que el espectador va estableciendo con ayuda de acciones paralelas en una pantalla dividida.

Una inminente exposición fotográfica de desnudos masculinos en el barrio de Chelsea y la escenificación de la tragedia Macbeth, con la diva Diana Lee (Glenn Close) en papel estelar, son dos actividades en torno de los cuales gravitan los personajes, desde Peter (John Light), quien al entrevistar a los modelos de un fotógrafo polémico inicia la revelación de secretos pretendidamente inconfesables, hasta la propia Diana, víctima de su liberalismo conyugal (pareja abierta, adulterio consentido), dispuesta a aleccionar a su hija Isabel a punto de casarse. Basada en un guión de la dramaturga Amy Fox, a partir de su obra homónima de un acto, Mentiras urbanas es a ratos un retrato complaciente, un tanto ocioso, del medio artístico neoyorkino, con un buen número de apariciones cameo (Isabella Rosellini, Eric Bogosian, Eric Segal) en papeles secundarios, poco sustanciales, y también el esbozo de lo que pudo ser, en manos más experimentadas (las de un Mike Nichols, precisamente), un estupendo cuadro de personajes y el análisis de temas como la infidelidad amorosa, la indefinición de la preferencia sexual, la simulación y la mentira como estrategias de supervivencia urbana y afectiva, y que no siempre consiguen llegar a buen puerto en esta modesta empresa.

En una escena inicial, la famosa actriz Diana Lee (Glenn Close eclipsando al resto del reparto) reprocha violentamente a sus alumnos de teatro la falta de pasión en sus interpretaciones. El exceso de la misma, uno sospecha, la ha conducido al fracaso conyugal y a vampirizar la vida afectiva de su hija única. El famoso fotógrafo gay, cuya obra está a punto de exhibirse, es también emblema de una incapacidad de entrega amorosa que se traduce en su modo caprichoso de someter a modelos y ligues, dejando tras de sí una estela de existencias vacías. Abuso, autoengaño, miseria sexual son los ingredientes del melodrama urbano de Amy Fox, que trasladado dócilmente a la pantalla por Chris Terrio no muestra mayor vitalidad que la de sus personajes, vagamente glamorosos, tristemente desengañados. Otra referencia para este retrato de ciudad con personajes satélite en busca de una mejor suerte sentimental, es la cinta catalana En la ciudad, de Cesc Gay, paradigma también de decepciones urbanas y entrecruzamiento de vanidades y hartazgos sentimentales que culmina, sin embargo, con una nota optimista, casi festiva. En Mentiras urbanas lo que priva es el vacío existencial de los personajes y su falta de honestidad moral. Isabel lo reconoce al intentar fotografiar a personas en un vagón del Metro ("¿No tiene usted una vida propia?", le interpelan), y su prometido cuando se plantea dilemas sexuales que sólo resuelve en el azote. Sólo hasta su parte final presenta la cinta algo de la fuerza dramática que exigía el primer planteamiento polifónico, con ese entrecruzamiento de episodios a lo Robert Altman y su disección del engaño como arma de dominación, con su captura de atmósferas citadinas acordes con los estados anímicos, y la metáfora central del teatro como un espacio donde se concentra y precipita el malestar urbano. No es un azar que para las audiciones de estudiantes de teatro, el director elija un texto perturbador del teatro contemporáneo, Roberto Zucco, del francés B.M. Koltés. En esta primera incursión fílmica de Chris Terrio hay mejores propósitos que logros, y en el tejido final intersticios sugerentes que un espectador bien dispuesto puede llenar hasta completar una película aceptable, incluso interesante.

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