Usted está aquí: domingo 13 de noviembre de 2005 Opinión Francia: excepción y economía de mercado

Marcos Roitman Rosenmann

Francia: excepción y economía de mercado

Ampliar la imagen Un inmigrante muestra en Saint-Michel un cartel que dice "todos somos escoria", calificaci�ue us� ministro del Interior Nicolas Sarkozy FOTO Ap Foto: Ap

Parece mas cómodo para los dirigentes políticos franceses y sus aliados occidentales explicar los hechos que están sucediendo en la Galia como parte de una explosión proveniente de una juventud que decidió marginarse y no participar de los beneficios de la globalización y no como el resultado directo de su propia economía de mercado. De esa guisa los argumentos para explicar la revuelta se construyen para salvaguardar los principios de explicación que han permitido construir durante los últimos 30 años el proyecto del nuevo liberalismo social en su vertiente socialdemócrata, progresista o conservadora. En este sentido, los acontecimientos que hoy se viven serían provocados por una juventud resentida, que no excluida, volcadas en una protesta contra el todo. Es el retorno a una especie de náusea colectiva de quienes sienten el peso de un sistema que parece les oprime pero aún saben dónde, que dicen les duele pero que tampoco saben dónde, que protestan pero que tampoco saben por qué. En fin, son muchachos descarriados, fuera de control, necesitados de orden y de mucha disciplina. Su ira no responde a ninguna causa justificada, de allí su vacuidad. Están dando palos de ciego y además atentan contra la propiedad más preciada de los actuales ciudadanos: los coches, miles de automóviles quemados. Son unos bárbaros. Rebeldes sin motivos frente a un sistema que les brinda opciones para ser eficientes, y del cual no han querido o no han sabido sacar provecho. No tienen trabajo porque no se reciclan en las las oportunidades del mercado. Están disconformes con los programas educativos y sin embargo estudian poco. No son capaces de motivarse. Reniegan de las virtudes y los frutos del progreso y los avances científico-técnicos. No saben leer sus códigos y por ende se sienten en un no lugar, fuera de sitio. Padecen una opresión inexistente. Se automutilan y se autoexcluyen. No quieren seguir respirando y alegan que olvidaron cómo hacerlo, se vuelven un problema para ellos mismos y su entorno. Enajenados son la personificación del mal y la de degradación personal.

En este proceso, el sistema se exonera de responsabilidad. No hay causas sociales que comprometan o relacionen acción gubernamental con la actual crisis que padece la sociedad francesa. El problema se conceptualiza como un alboroto juvenil de violencia callejera. Con ello la respuesta debe centrarse en administrar la gestión de la crisis en términos de seguridad y control social. Bajo este manto, los estrategas del orden fundante acotan el riesgo, no es mayo de 1968. Así lo anuncia su ministro del Interior. Tras la incertidumbre, vuelve la tranquilidad a las casas de los ciudadanos galos, no importa de qué clase social. Medidas policiales y de orden público. Hay que evitar el caos. Los franceses esperaban que el gobierno actuase diligentemente. El Estado debe gobernar y demostrar que mantiene, sobre todo en una economía de mercado, el monopolio legítimo del uso de la violencia. De lo contrario, ¿para qué sirve? Y no les defraudará. Toque de queda, control en las calles, policías por doquier, cuasi militarización, detenidos a mogollón. Medidas que proyectan una imagen de férreo control político, de seguridad para que la población se sienta segura y protegida la propiedad privada. Pero además se encaminan a distorsionar las causas de la revuelta juvenil. Dicho de otro modo, con orígenes espúrios centrados en explicaciones sobre la violencia callejera y delincuencia juvenil, el sistema esta incólume.

Esta revuelta inesperada, dirán, no puede considerarse una crítica al sistema. No estamos en presencia de movimientos antisistémicos. Tampoco son movimientos sociales antiglobalización. No hay tras de las protestas partidos políticos de izquierda. La realidad es más vulgar. Simplemente delincuencia juvenil, marginales y violencia anticonsumista. No hay mucho que temer. El sistema no está en peligro. Representan una forma espontánea de protesta que remitirá en la medida que las fuerzas de seguridad del Estado sean capaces de tomar el control de las calles, detener un gran número de jóvenes, malhechores que los secundan y se aprovechan, y de pedir a los padres que controlen a los menores de edad. El tema se acota. Todo se encausa para que el ciudadano, atónito ante la fuerza del embiste, se tranquilice y confíe en su gobierno y su sistema. Protesta anárquica y fugaz que altera el orden social de manera momentánea pero no modifica agendas, ni diseño de futuro. Francia continúa el camino trazado.

No hay peor ciego que el que no quiere, ver dice el dicho. Y nada más cierto. Los acontecimientos son si no el resultado amargo de años de frustración, del malestar de una parte de la población juvenil y adulta cuyo oscuro horizonte, común a toda la Europa de la unión, significó perder la confianza en el diseño político de la economía de mercado. Es un hartazgo del bienestar no resuelto en la ideología del mercado. Nunca mejor dicho. Jóvenes y no tan jóvenes franceses que protestan y dicen "no" ante el referendo de la Unión Europea han salido durante años a las calles maldiciendo la guerra de Irak, mostrando su disconformidad con las políticas educativas, de privatización de la electricidad, de los servicios públicos, de las políticas agrarias, de empleo, del trabajo basura. Protestan por el mantenimiento de la deuda externa, contra el ALCA, el FMI, el Banco Mundial, el unilateralismo.

Esta rebelión es un síntoma de la descomposición y atomización de un orden político cuya cohesión social se expresa en la lógica del consumidor responsable como ciudadanía compartida, si acierto en la propuesta de Canclini. Pero ya ni en Europa es posible recomponer el espacio de la política y lo político desde el mercado y la economía de mercado. La disolución del sujeto sólo deja una alternativa al orden: reprimir, reprimir y reprimir. Y no en vano es la opción que utiliza el Estado. Salvar la economía de mercado, sus consumidores y la propiedad privada, frente a la barbarie de la delincuencia juvenil y la marginalidad de los autoexcluidos que no quieren participar de los beneficios del mundo de los consumidores responsables.

Una crisis de orden público. Incluso se asume una cierta culpabilidad en las causas de la revuelta juvenil. Un cierto grado de sonrojo que vincula a la elite política al pensar que algo se estaba haciendo mal. En cualquier caso, se atiende a problemas menores. Nunca al orden fundante.

 
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