Usted está aquí: jueves 10 de noviembre de 2005 Opinión Jordania: frutos de la ceguera

Editorial

Jordania: frutos de la ceguera

Los repudiables atentados perpetrados ayer contra hoteles pertenecientes a cadenas estadunidenses en Ammán rubrican la sangrienta apertura de un nuevo frente en la "guerra contra el terrorismo" que encabeza el gobierno estadunidense. La hasta ayer apacible Jordania empieza a pagar, con sangre de inocentes, la alineación de sus autoridades en las aventuras bélicas de George W. Bush en Asia central y Medio Oriente.

Esa alineación ha tenido su expresión más deplorable en un incremento, con el pretexto de combatir a los terroristas, en las violaciones a los derechos humanos ­documentada por Amnistía Internacional y otros organismos humanitarios­, en la operación de cárceles clandestinas situadas en territorio jordano y administradas por las fuerzas armadas estadunidenses y en una estrategia represiva que bien puede caracterizarse como guerra sucia. Al involucrarse en la cruzada de Washington y Londres, la monarquía hachemita ha experimentado un doble deterioro: por un lado ha sufrido un alarmante retroceso en lo que habría podido existir de estado de derecho, y por el otro ha perdido ­como evidenciaron los ataques de ayer­ las relativas seguridad y paz de que disfrutaban los jordanos, pese a que su país se encuentra en una región convulsionada y tiene fronteras con dos confrontaciones en curso: la que se desarrolla en Irak y la que protagonizan israelíes y palestinos.

Desde una perspectiva internacional, los atentados terroristas en Ammán constituyen una enésima demostración de las consecuencias paradójicas que genera la "guerra contra el terrorismo": lejos de disminuir, la actividad de los sectores violentos del fundamentalismo islámico ­y, en especial, del sunita, con Al Qaeda a la cabeza­ se ha extendido, diversificado y fortalecido. La invasión y ocupación de Afganistán e Irak por las tropas de la coalición angloestadunidense no han hecho más que alimentar los rencores sociales y culturales contra Occidente de los que se nutren los grupos más beligerantes del integrismo musulmán, y los dinamiteros suicidas han encontrado nuevos escenarios para sus actos devastadores: el Magreb, Africa oriental, el Pacífico sur y Europa occidental, en dos de cuyas capitales han realizado hasta ahora atentados sangrientos: Madrid y Londres.

La guerra de Bush y Blair ha sido particularmente contraproducente en la región levantina. En Irak, con el derrocamiento de Saddam Hussein, la coalición proporcionó a Al Qaeda un territorio perfecto para crecer y desarrollarse, y en Arabia Saudita, y ahora Jordania, la intervención en el país vecino ha debilitado de manera inocultable a las monarquías respectivas, pilares e instrumentos tradicionales de la influencia de Washington en la zona.

En suma, y sin desconocer la atrocidad intrínseca de los atentados perpetrados ayer en Ammán, es inevitable reconocer que tales ataques, con todo y las terribles perspectivas que abren para Jordania, son fruto de la ceguera de los gobernantes estadunidenses, británicos y hachemitas. El mundo no necesita de nuevos ejercicios de engaño, como las proclamas de triunfos, tan espectaculares como imaginarios, de las potencias que participan en las vergonzosas y criminales ocupaciones de Afganistán e Irak. Se requiere, en cambio, conducir las guerras en curso en la única dirección sensata, que es la del inicio de negociaciones y procesos de paz entre Washington y sus enemigos.

 
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