Usted está aquí: martes 25 de octubre de 2005 Opinión País devastado

Marco Rascón

País devastado

Nunca como ahora, desde la llegada de los españoles a la entonces Nueva España, hoy México, se había entreverado el desastre natural con el político. Nunca como ahora coincidieron tanto la corrupción, la mediocridad y el cinismo con la desventura causadas por el ciclón, las sequías y el surgimiento de nuevas enfermedades.

Sin embrago, hay diferencias: una es que en esta ocasión no hubo los presagios que conoció Moctezuma, consignados en La visión de los vencidos; la otra es que en esta ocasión la tragedia trae buenos augurios para los buitres que se benefician con las guerras y las devastaciones. Irak y Nueva Orleáns van de la mano, y lo que para unos es desgracia para otros es negocio.

¿Qué pasa? ¿Ya no llueve igual que antes? ¿Siempre hubo ciclones y desastres y no sabíamos de ellos? Hay quien dice que hemos entrado a un periodo aproximado de 20 años de intensificación de ciclones, más las implicaciones del calentamiento global que eleva la temperatura en los polos y los océanos.

Qué paradoja: la tragedia es para los millones en desgracia que perdieron todo; para otros es tiempo de bonanza. El costo para los estados y los gobiernos será abrumador, y no habrá recursos fiscales que soporten los golpes certeros, uno tras otro, contra la infraestructura y las poblaciones inermes.

En los últimos 25 años, la población de México ha crecido en 35 millones de habitantes, cuya mayoría ha nacido en estado de pobreza. En el campo, las implicaciones de la destrucción de la producción agrícola, ganadera, pesquera y silvícola provocaron que unos emigraran al norte y otros, quienes se quedaron sin tierras, habitando en los lechos de los ríos, zonas federales y de alto riesgo, sean ahora la gran parte de las víctimas de las tormentas y ciclones.

La erosión creada por la sobrexplotación y el alto poblamiento ha contribuido a aumentar la velocidad de las aguas y aumentar su peligrosidad. Ahí donde había pueblos a las orillas de los ríos, construidos en los últimos 25 años, la realidad es el arrasamiento.

La secuencia de Stan a Wilma -más los que se acumulen y falten (Quintana Roo y Yucatán llevan dos en este año)- pone nuevos ingredientes de fondo a la crisis de los partidos políticos y la debilidad del Estado mexicano. Sin duda alguna esto también acelerará la crisis de la estructura de partidos y de esta pobre democracia, sostenida con base en el financiamiento gubernamental.

El proceso electoral de 2006 abre no con ideas, sino con desastres que harán que aumente la demagogia, pero también radicalizará la percepción de los ciudadanos frente a la mediocridad de las opciones actuales.

En lo profundo estarán a debate las bases del humanismo y las opciones de fondo para avanzar sobre estas nuevas condiciones y si esto nos conduce a una sociedad más justa o polarizada. La filantropía y la misericordia regirán el pensamiento oligárquico que enviará ayuda y se anunciará como salvadora aunque sólo hará llegar migajas, como ya hemos visto. Para actuar contra este pensamiento lo primero es no temer a la desestabilización natural del orden político y económico, pues esto cuestiona y presiona, sobre todo el andamiaje de la injusticia que ha creado este proceso de integración económica, privatización y libre mercado.

Por ahora todas las referencias están a la defensiva frente a la magnitud de la devastación, pero vienen nuevas y peores. La oligarquía tendrá problemas para sacar adelante su guión de sorpresas, pues si a través de los medios de comunicación pretendía deprimir a la población para crear las condiciones de presentar al verdadero héroe que nos salvaría, la tragedia empieza a hacerse verdadera y el público se levanta de las butacas anticipándose al duelo.

Es de preverse que el próximo año el nuevo gobierno, antes de tomar posesión en diciembre, tendrá frente a sí la fuerza y el golpe de nuevos ciclones. La visión de los buitres difícilmente podrá detener la presión por una reconstrucción justa, integral y de fondo que implique un ordenamiento económico para todo el país, aunque lo cierto es que por ahora no existe una referencia con credibilidad política que organice y dé sentido programático y de acción a la crisis que estamos viviendo.

Producto del centralismo y la concentración de decisiones en la capital, toda devastación en las provincias se considera relativa, mientras no afecte la metrópoli de las decisiones; no obstante, el viejo régimen al cual dio continuidad el foxismo está en una fase terminal que dura y se sostiene porque no hay referentes alternativos que inicidan en la actual coyuntura política.

Hoy, en medio de la desgracia, las campañas y precampañas, los ajustes políticos, resultan intrascendentes frente al ciclón social y político que se avecina, frente al prolongado orden injusto y el vacío de referentes. Ni PRI ni PAN ni PRD son parte de la solución frente a la devastación presente y futura.

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