Usted está aquí: martes 25 de octubre de 2005 Opinión Evitar una catástrofe moral

Editorial

Evitar una catástrofe moral

En el momento actual el país enfrenta dos desastres, ocurridos con unos días de diferencia y de distinta magnitud: por una parte, la inmensa destrucción humana y material que dejó Stan en Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Hidalgo y Puebla; por la otra, la catástrofe provocada por Wilma en Cozumel, Cancún, Playa del Carmen, Isla Mujeres y otras localidades no turísticas de Quintana Roo y Yucatán. La coincidencia de ambas situaciones hace temer que el gobierno emplee un trato diferenciado y una doble discriminación, que se canalice a los destinos de playa del Caribe mexicano la parte del león de la asistencia oficial y se olvide a los damnificados por Stan en una vasta y dispersa porción de territorio nacional.

De hecho, en la península se han presentado ya tratos distintos a los habitantes de las localidades afectadas y a los turistas. Mientras a los primeros se les ha enviado a dormir en el suelo y se les ha limitado la ayuda a agua y galletas, los segundos han recibido toda clase de atenciones en albergues mucho mejor acondicionados. Con más motivo es de temerse, pues, que se dé prioridad a la reconstrucción de los centros vacacionales del Caribe sobre la de poblaciones afectadas días antes en el centro y sureste del país.

Ha de considerarse, a este respecto, y sin afán de minimizar los daños y las pérdidas causados por Wilma ­tanto en las zonas hoteleras como en las urbanizaciones pobres en las que vive la mayor parte de los empleados de los sitios turísticos y en algunas localidades rurales de Quintana Roo y Yucatán­ que los consorcios propietarios de los negocios de playa disponen de seguros por daños, acceso a créditos internacionales y tratos con inversionistas, por lo que pueden reponerse con mucha mayor rapidez de las pérdidas y reactivar en muy corto plazo las economías locales.

Las poblaciones afectadas por Stan, por su parte, están compuestas en su mayoría por marginados ancestrales y carentes de interés para el capital internacional. Debe tenerse en mente, también, que los destrozos en los puntos turísticos del Caribe acaso sean más costosos de reparar, pero, en términos generales, tienen impacto menos severo en el tejido social y en la vida de las personas que las innumerables tragedias que se viven en varias regiones de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla e Hidalgo.

Es atendible, por supuesto, la necesidad de reacondicionar destinos turísticos de importancia mundial, como Cancún, Cozumel y Playa del Carmen, no sólo por lo que representan en términos de ingresos de divisas y por su capacidad generadora de empleos, sino incluso porque forman parte del rostro de México hacia el exterior. Pero hacerlo en detrimento de los damnificados por Stan, muchos de los cuales siguen sin ser atendidos, a quienes la Presidencia de la República ha regateado y condicionado la ayuda de manera manifiesta, implicaría sumar un tercer desastre a los provocados por esos meteoros: la catástrofe moral de confirmar, en virtud de un pragmatismo inhumano y de un clasismo procaz, que incluso en las circunstancias de emergencia, las instituciones públicas distinguen entre mexicanos de primera y mexicanos de segunda.

 
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