Usted está aquí: sábado 15 de octubre de 2005 Opinión Los muertos pueden bailar

Juan Arturo Brennan

Los muertos pueden bailar

Si se me permite ir a contracorriente de la metáfora usual, diré que hace unos días el Auditorio Nacional se oscureció con la eléctrica presencia del grupo Dead Can Dance comandado, como desde siempre, por las voces de Lisa Gerard y Brendan Perry.

La alusión al oscurecimiento tiene que ver, claro, con el hecho de que una parte sustancial del público fiel y comprometido de Dead Can Dance se sitúa en la comunidad de los llamados darks, darkies o darketos. (Si alguien sabe cuál es la diferencia entre estos términos, favor de avisar; yo no tengo la más pálida idea).

En efecto, numerosos fans asistieron al concierto de Dead Can Dance ataviados a la usanza tradicional: ropa negra, maquillaje análogo, distintas variedades de tatuajes y piercings, etcétera. Así como fue evidente que la mayoría de ellos se presentaron tal y como transitan por el mundo cotidianamente, también quedó claro que muchos otros se pusieron en traje de carácter para mimetizarse con el ambiente.

Así, muchas largas melenas, negras capas, falsas ojeras y lánguidas miradas eran disfraces evidentes, adoptados con poca convicción y mucha faramalla. Si consigno este dato es porque, pensándolo bien, disfrazarse de darkie para ir al concierto de Dead Can Dance es exactamente lo mismo que pasar por el poncho, el huarache y el morral antes de ir a la peña, o que yo me ponga saco y corbata para ir a la ópera.

Más allá del fascinante ritual de las apariencias, el concierto de Dead Can Dance resultó poderoso, intenso, evocativo, muy ilustrativo y, finalmente, muy satisfactorio como espectáculo musical. Lo fundamental fue, como siempre lo ha sido, la presencia de Lisa Gerard, cuya voz, al paso del tiempo, no ha hecho sino madurar, sobre todo en lo que se refiere a su impactante alcance en el registro grave. Con ese instrumento vocal amplio y flexible, Lisa Gerard transita por una vasta gama de lenguajes y expresiones en cuyo centro se halla, de manera evidente, la referencia a la cultura celta.

Pero más allá de esta ancla de estilo, en lo que canta Lisa Gerard es posible percibir tintes del Medio Oriente, de Africa, de la India y de otros rincones geográficos y culturales, discreta pero efectivamente aludidos en muchas de sus canciones. (¿Será esto una excusa suficiente para etiquetar el trabajo de Dead Can Dance como world music?).

Por su parte, Brendan Perry canta en un estilo más áspero y terrenal, no exento de toques de angustia existencial y con textos en ocasiones muy retadores. Precisamente, son esas diferencias entre ambos las que enriquecen el trabajo del grupo; cuando Gerard y Perry cantan juntos, se encuentran a la mitad del camino estilístico que delimitan, y el resultado es una tercera expresión, a la vez sintética y diferente de sus respectivos estilos.

La parte instrumental de la dinámica musical de Dead Can Dance es también harto representativa de algunas corrientes actuales. Al sustento básico (y muy bien urdido) de teclados y percusiones, se añaden guitarra y bajo, y el complemento específico está dado por instrumentos poco usuales como los salterios, el bodhran, la darbuka, el naqra, los címbalos antiguos, etcétera.

En general, las combinaciones instrumentales elegidas para cada pieza son muy refinadas (rara vez tocan todos al mismo tiempo) y los resultados son muy evocativos, precisamente por las referencias étnicas y culturales cuidadosamente estilizadas en las propuestas de Lisa Gerard y Brendan Perry.

El ejemplo paradigmático de ello fue la interpretación potente, luminosa y extrovertida de uno de sus grandes éxitos, una moderna versión de un Saltarello italiano del siglo XIV, en la que conviven sin problema alguno un hurdy-gurdy y un teclado Korg Tritón. Y es posible que aquí esté una buena parte de la clave del merecido éxito de Dead Can Dance: la continua referencia a músicas muy antiguas, que suele ser una de las líneas de conducta favoritas de los habitantes del lado oscuro, a quienes no por nada suele llamarse también góticos.

Muy interesante resultó también el hecho de que el formidable despliegue de seguridad puesto en marcha en el Auditorio Nacional resultó venturosamente superfluo.

Más allá de algunos gritos para pedir alguna rola favorita, y piropos diversos para Lisa Gerard (incluyendo algunas bienintencionadas propuestas de matrimonio), la comunidad dark (y también la de los mortales diurnos comunes) guardó admirable compostura y civilidad. Una prueba más de que no todo lo que huela a rock y similares debe ser automáticamente sobrevigilado.

 
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