Usted está aquí: sábado 15 de octubre de 2005 Opinión Montielgate

Luis Martínez

Montielgate

Me tocó en suerte haber comenzado el proceso de cambio democrático en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cuando intenté ser candidato a gobernador de Oaxaca, pero al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari le pareció inaceptable que se iniciara en el interior de la militancia porque esa decisión escapaba a sus altos designios. Me mandó detener con Fernando Gutiérrez Barrios, y Salinas optó por una decisión autoritaria. Una vez consumada la defenestración, me dio una visión idílica de la política nacional. Me permití decirle que entre gitanos no nos leíamos la buena fortuna. La enseñanza que me dejó esa acción es que no se puede andar en la cuerda floja de la política sin tener ética de la responsabilidad; nunca estuvo en mi ánimo generar en ese momento una acción rupturista.

Al menos desde hace seis años Roberto Madrazo Pintado está en abierta campaña y conoce personalmente a todos los cuadros del priísmo nacional, lo que le da un posicionamiento envidiable. Todo el mundo sabe que en el PRI de Madrazo se realizó un trabajo enjundioso y sistemático que le permitió posicionar al tricolor a escala nacional. Podemos concluir que estamos ante un cuadro político de probada eficacia.

Ante la inminente renovación del Poder Ejecutivo y de que el Revolucionario Institucional lanzara su convocatoria, un grupo de gobernadores decidió impulsar una candidatura que pudiera enfrentar la de Madrazo.

El Tucom definió que su mejor carta, su mejor hombre, era Arturo Montiel Rojas. Buen presidente del PRI en el estado de México y gobernador saliente de éste.

Pero desde el empiezo de su precandidatura enfermó de una especie de alteración sicológica que distorsionó su percepción de la realidad política. Se olvidó de la advertencia kantiana acerca de lo que se puede esperar si se deja de hacer lo que es deber imperativo. ¿Qué puedo esperar si hago lo que debo? ¿Qué razones hay para la esperanza? Razones hay, diría Kant, si aprendemos a esperar lo debido, lo que no está más allá de nuestras posibilidades. La teoría kantiana es una teoría del poder y de los límites del ser humano. La razón no ordena lo imposible.

Me entero que un grupo compacto de priístas, algunos ex gobernadores, muchos de ellos en estado de expiación, han elaborado una carta de buenas intenciones que, según la prensa, entregaron a Mariano Palacios Alcocer. Enhorabuena. Asimismo, el gobernador de Sinaloa plantea la humorada de un cuarto precandidato, al que podríamos llamar tercero en discordia, olvidando que ello es imposible desde el punto de vista de la legalidad normativa.

Hoy día es necesario que en el PRI imperen la prudencia y la paciencia, y debe rechazarse en la contienda interna la tentación del todo o nada. Ni esperanza ni desesperación. Y me permito sugerir a todos aquellos que hoy tienen fuego en las entrañas y están movidos por la inercia de este otoño político que piensen bien las relaciones existentes entre ética y política y acepten, como dice mi maestro Norberto Bobbio (Elogio de la templanza), que el hombre político puede y debe comportarse de modo diferente al común de los mortales, porque la política obedece a un código de reglas diferentes. También acepta en su distinción acerca de sus dos categorías de políticos: unos tienen el instinto de la persistencia y son maquiavélicos leones, y otros son aquellos en quienes prevalece el instinto de las combinaciones y son los maquiavélicos zorros. Que cada quien se califique a sí mismo.

Hacer política implica, como dice Max Weber, pactar con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder. Los grandes virtuosos del amor al prójimo no operaron con medios políticos, con el poder. En la actual crisis, en la que prevalecen potencias diabólicas que están en juego, les recuerdo a los contendientes que el demonio es viejo, que se hagan viejos para poder entenderlo, pero no se trata de años, de edad. No nos dejemos abrumar por el dato de la fecha de nacimiento. Lo decisivo es la educada capacidad para seguir construyendo un país mejor, la educada capacidad para mirar de frente las realidades de la vida de la nación y que realmente demuestren que son hombres con vocación por y para la política.

 
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