La Jornada Semanal,   domingo 2 de octubre  de 2005        núm. 552

LASARTESSIN MUSA

MANUEL STEPHENS

INÚTIL PRESENTARSE SIN CABEZA

Quiatora Monorriel es una compañía que camina en solitario. Creadores de un lenguaje corporal sumamente singular, los Quiatora apelan a un receptor activo, cultivado en la danza y en general en las disciplinas artísticas, que no solamente atienda al placer estético producido por el movimiento y la imagen. El oficio coreográfico que cultivan tenazmente desde hace más de una década Benito González y Evoé Sotelo, directores y coreógrafos del grupo, alcanza en la actualidad un nivel de madurez que rebasa al resto de las compañías surgidas durante los años noventa.

Cinco picos es su más reciente programa, una recopilación de obras creadas en los últimos cinco años en el que se retrata a seres alienados en circunstancias limítrofes. Este espectáculo tiene como antecedente directo Dark (1999), en el que también se reunían coreografías que exploraban las pulsiones oscuras. La actual antología funciona temática y estilísticamente de principio a fin como un todo, lo que hace que la agudeza y profundidad de Cinco picos, a pesar de estar constituido por obras completamente independientes, se manifieste claramente al concluir la función.

Las piezas que abren el programa: "Doble dosis", de González, y "Los huéspedes", de Sotelo, remiten a otros trabajos lúdicos de los coreógrafos. En ellas abordan por medio de la sátira la muy cierta, común y soterrada recurrencia del deseo de aniquilación del otro. El uso del humor permea estas obras y continúa destacándose como uno de los rasgos característicos del grupo, hecho por el que se les tilda en ocasiones de vanos, pero para QM la risa es cosa muy seria. En ambas obras los coreógrafos juegan con elementos de la cultura popular y hacen un guiño al público, que será quien termine de acomodar las partes. En "Los huéspedes", por ejemplo, tres personajes sin aparente conexión entre ellos se verán involucrados en un acto fatídico del que tendrá que dar cuenta el espectador tras la aparición final del perfil de Alfred Hitchcock. Sotelo desarticula la historia en sus unidades y deja el significado fuera de ella.

El resto de las obras del programa, sin embargo, hacen a un lado la narración satírica y se enfocan en la disección de la psique de sus protagonistas. "Nico", de González, es una pieza en que el autor se sumerge en un ser escindido. En esta especie de doloroso monólogo a dos voces, González logra una obra sumamente poética que transita de la crueldad con sus criaturas a la compasión por su circunstancia. Con un tono poco usual en la producción de González, "Nico" muestra que un coreógrafo también puede adentrarse en los terrenos de la lírica. "Jugo caliente", también de González es, por el contrario, una coreografía que recurre a la inclinación del coreógrafo por la ironía. En ella, las relaciones de pareja son objeto de una radiografía que no deja a la imaginación la latente destructividad que subsiste en éstas, aun en el mejor de los casos y pese a los más optimistas. Cinco picos concluye con "Sombrero de cinco picos" de Sotelo, obra en que el escenario aparece como un negro e inmenso vacío en el que los personajes se enfrentan en una atmósfera aplastante. Virtualmente interpretada de espaldas al público, los bailarines logran generar la materialización de la angustia. Esta pudiera ser la mejor obra de Sotelo hasta el momento.

Cinco picos es un programa excepcional que demuestra la capacidad de síntesis de Quiatora Monorriel, quienes a través de narraciones certeras logran lo que proclaman, en este caso un viaje por nuestra naturaleza más obscura, a diferencia de otras agrupaciones con producciones millonarias a las que sólo conviene asistir si usted ha sido decapitado.