Usted está aquí: martes 30 de agosto de 2005 Opinión ¿Qué quiere Salinas?

Editorial

¿Qué quiere Salinas?

En fechas recientes Carlos Salinas de Gortari, presidente de México entre 1988 y 1994, ha venido multiplicando sus apariciones públicas y ha expresado su determinación de "impulsar" el desarrollo de diversas comunidades por medio de su fundación Solidaridad. Su primer pavoneo público tuvo lugar la semana pasada en Valle de Chalco, luego se apareció por Quintana Roo y ayer, en un lujoso restaurante capitalino, se presentó a sí mismo en su nueva advocación de "gestor social".

Como elementos de contexto a esta nueva búsqueda de reflectores del ex mandatario, deben señalarse, en su entorno familiar, el homicidio de su hermano menor, Enrique, y la posterior excarcelación del mayor, Raúl, quien pasó una década en prisión por acusaciones graves, que van del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu a su enriquecimiento inexplicable.

Las exhibiciones de Salinas se dan en el contexto de un preocupante vacío de poder, generado por la acción, omisión e ineptitud de la Presidencia de la República, además de la encarnizada lucha entre mafias rivales por el control del PRI y la emergencia de una alternativa electoral de izquierda viable, de cara a los comicios presidenciales del año entrante.

En este entorno, la promoción pública del ex presidente reviste una intencionalidad política inocultable, por más que Salinas se presente como promotor supuestamente altruista o como "un ciudadano más". En realidad su pretensión es pescar algo en el río revuelto del desbarajuste terminal del foxismo y crear posiciones de poder para influir ­para mal­ en la sucesión presidencial y las elecciones de 2006.

Ciertamente, Salinas es, además de un ex mandatario nefasto para la memoria de la sociedad mexicana, un ciudadano más, y como tal tiene derecho a decir lo que quiera, a transitar libremente por territorio nacional y realizar las actividades de caridad que se le ocurran, siempre que no infrinja la ley. Por lo demás, la regla no escrita que exigía a los ex presidentes una vida discreta y alejada de la escena pública no ha logrado sobrevivir a los usos institucionales de los que formaba parte, es decir, del llamado sistema político mexicano del que el propio Salinas fue exponente máximo.

El reproche que puede hacerse al antecesor de Ernesto Zedillo no tiene que ver, pues, estrictamente hablando, con la legalidad (en tanto no manifieste sus siempre perfiladas aspiraciones de volver a ocupar el cargo desde el que hizo tanto daño), pero sí con el decoro: he aquí que un antiguo titular de la Presidencia, ejecutor de políticas públicas que sumieron a millones de mexicanos en la miseria y la marginación, se exhibe ahora como benefactor de esos mismos marginados.

El dirigente de un proyecto privatizador, corruptor y generador de desigualdades sociales abismales se presenta ahora como un filántropo preocupado por atenuar tal situación; como intermediario entre aquellos que encumbró ­no necesariamente mediante acciones lícitas­ a una riqueza extrema y la generación de pobres surgida del desmantelamiento y el saqueo de la propiedad pública, de la entrega del país a intereses comerciales y financieros foráneos, de la perversidad y la torpeza con que se manejó la sucesión presidencial en 1994, de las consignas del tipo "empléate a tí mismo", precursoras de la propuesta foxista de changarrización nacional, y de una política económica manejada por un secretario de Hacienda para quien la pobreza era "un mito genial".

Carlos Salinas de Gortari tuvo durante 12 años ­seis como secretario de Programación y Presupuesto y seis como presidente­ poder de sobra y oportunidades inmejorables para abatir la marginación, desigualdad y pobreza. Operó, sin embargo, en beneficio de capitales especuladores trasnacionales y un estrecho círculo empresarial, que multiplicó sus fortunas al amparo de privatizaciones evidentemente corruptas, como en el caso de la banca.

El saldo de desastre del salinismo fue, en consecuencia, una sociedad depauperada, un gobierno corrompido, un promontorio de riqueza insultante, un país hundido en la violencia y un descontento popular que se expresó en formas diversas, como el movimiento campesino en La Laguna y la insurrección indígena en Chiapas. Que ahora se presente como un humilde "gestor social" y mediador entre la riqueza obscena y la marginación insultante muestra su pasmosa falta de escrúpulos y de vergüenza.

 
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