Usted está aquí: jueves 25 de agosto de 2005 Opinión ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Entremés misceláneo

Ampliar la imagen Cl�cos e indispensables en la dieta del mexicano, los taquitos de suadero FOTO Fabrizio Le� Foto: Fabrizio Le�

APENAS ARRIBITA (o abajito) de comer carnitas de perro está comer ser humano. En el capítulo 30 del primer libro de sus ensayos, Montaigne documenta una costumbre de la France Antartique -Brasil-, donde hombres rostizan y jamban a sus enemigos, y a sus amigos ausentes les envían itacates (et en envoyent des loppins à ceux de leurs amis, qui sont absens). También declara que esto no se hace por alimentación, sino por una venganza extrema. Siempre conciliador y amable, Montaigne agrega: "creo que es más bárbaro comerse a un hombre vivo que comérselo muerto; desgarrar por medio de suplicios y tormentos un cuerpo todavía lleno de vida, asarlo lentamente (le faire rostir par le menu), y echarlo luego a los perros o a los cerdos; esto no sólo lo hemos leído, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que se tratara de antiguos enemigos, sino de vecinos y conciudadanos, con la agravante circunstancia de que para la comisión de tal horror sirvieron de pretexto la piedad y la religión. Esto es más bárbaro que asar el cuerpo de un hombre y comérselo después de muerto". Shakespeare no fue insensible a Montaigne ni a las noticias que llegaban del nuevo mundo. El protagonista caribeño de The Tempest es Caliban (anagrama de caníbal), y la historia de la vida de Otelo incluye batallas, sitios y fortunas, montes cuyas cimas tocan el cielo, "Cannibals that each other eat, the anthropophagi, and men whose heads do grow beneath their shoulders..." Y es que, por ejemplo, Sahagún escribió (aunque ni Shakespeare ni Montaigne lo hubieran leído) que en Azcapotzalco había una feria donde se vendían esclavos cebados, y que "tomaban los esclavos ya muertos, y llevábanlos a su casa y en llegando los mismos, aderezaban el cuerpo, que llamaban tlaaltili, y cocínale." Genial, y finalmente, el curioso banquete inspiró uno de los textos más divertidos y feroces de la historia: A modest proposal (1729), de Swift, donde, para disminuir la sobrepoblación de Irlanda, "para evitar que los hijos de la gente pobre sean una carga para sus padres y su país, y para hacerlos benéficos para el público", propone que se pase a cuchillo, se venda y coma una parte del parque infantil, pues un niño de un año de edad, bien cebado, puede significar un delicioso y nutritivo alimento, ya sea estofado, al horno o pochado, "y no dudo que servirá igual de bien en un fricassé o en un ragù". También aclara la política económica de la decisión -las mejores partes irán a los caseros, que a buen título tienen derecho a los niños, "al fin que ya se devoraron a los padres"- y su injerencia en la moda: la piel, bien arreglada, puede servir para guantes admirables para damas, o botas de verano para el fino caballero... Su propuesta, nos avisa, no tiene interés personal, sino el solo motivo del bien público del país mediante "el avance de nuestro comercio, la provisión de infantes, el alivio de los pobres, y un poquito de placer para los ricos". A mí, al menos en el papel, sí se me antoja.

Taqueros memorables

EL TAQUERO DE LOS Kuinitos aparecido aquí la semana pasada ("grande, feo e imponente como un dios olmeca") resucitó varios recuerdos. Uno, el gran Sammy, del Tizoncito de Tamaulipas y Campeche (en la Condesa), cuyo cuchillo hiperpreciso hacía volar la piña hasta la parte baja de su espalda, donde la esperaba una mano contorsionada que sostenía un taco en el cantil del vértigo. Otro, el agilísimo taquero (casi un niño) que expendía su producto en San Angel, sobre Revolución, afuerita del Sumesa. Con pinzas se pasaba la tortilla de un lado a otro, con pinzas recogía el bistec picado fino, las papas que volaban hasta el taco, las cebollas y, si querías, la salsa. Eran dos pinzas; nunca las soltaba. No eran herramientas, sino la extensión de sus miembros, como la espada es la extensión del brazo de un guerrero. Menos feliz era aquel taquero que se ponía afuera del viejo cine Las Américas y aclaraba: sírvase salsa y dé tres pasos hacia atrás (¿?), e interminablemente menos la taquera de Ensenada que te hacía servirte los condimentos (col, limón, salsa blanca y verde) en orden, de izquierda a derecha, so pena de recibir tacos de camarón involuntarios, que no sólo eran los más caros, sino que, como anunciaba una admonición de aquel puesto, se debían "pagar antes de comer". Yo, la última vez que estuve ahí, cometí el error de pedir un "refresco" y no una "soda", cual es debido, lo que permitió a la delicada señora forzarme a pagar todo antes de comer, "no vaya a salir con sus chilangadas". La desaparición de estos taqueros es también la desaparición de un México entrañable.

Final en laguna

AYER, EN MI cumpleaños, comí callos en la Covadonga (Puebla 121, colonia Roma): densos, compactos, rojos, deliciosos. En la madrugada soñé que llegaba a mi departamento -pero no en el centro de la ciudad de México, sino en el motel donde Robert de Niro encuentra a la infiel Ashley Judd en Fuego contra fuego- y estaba lleno de basura miscelánea húmeda. "Son todas las cosas que nunca has tirado", me decía Javier, el portero. Había una guitarra envuelta en periódico, un suéter beige que usaba cuando era "actor", lámparas inservibles, un paquetito de fotos que no quise abrir, una vaca de peluche. Pensaba, primero, que hacía siglos me había deshecho de todo aquello. Después repetía un verso de Hoy he tenido un sueño con amigos: "Desperté en lo mejor de mi discurso". Muchas cosas estaban enmohecidas o rotas. La más extraña de todas era un pequeño pene que tenía cables y daba toques. Entonces recordaba otro verso (Shakespeare, Sonnets, XXXI): Hung with the trophies of my lovers gone: colgado con los trofeos de mis amantes idos... Desperté empapado en sudor, vomité varias veces. Los espasmos me doblaban. Maldije cada callo de la tarde, cada copa de vino, cada cumpleaños gastado inútilmente. Cuando me volví a dormir, no me sorprendió soñar que llegaba a mi departamento, que era al mismo tiempo un motel gringo...

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