Usted está aquí: jueves 25 de agosto de 2005 Opinión Futuro mexicano: aprender a pagar impuestos

Soledad Loaeza

Futuro mexicano: aprender a pagar impuestos

El tema es odioso. López Obrador pretende restar amargor a esta píldora cambiando el nombre: no se llamarán más "impuestos", sino "contribuciones". Al leer su propuesta un dulce perfume de nostalgia flota en el ambiente. Así se llamaban por lo menos hasta los años sesentas, cuando El Molino era una gran panadería, Sanborns sólo había uno, Madero era avenida más por sus joyerías, tiendas de moda exclusiva y peleterías de lujo que por su estrechísima amplitud. Eran los años del desarrollo estabilizador que entonces la izquierda denostaba, pero que hoy mira con admiración. En una de ésas y hasta nos proponen la reintroducción del impuesto del timbre.

El arcaísmo de la propuesta de López Obrador no es solamente un indicador más de que su versión de lo que es la izquierda no tiene nada de renovador, sino que tampoco está dispuesta a hacer muchos cambios. Poco importa a los lopezobradoristas apoyarse en una fórmula contradictoria, en la que la izquierda que nació mirando al futuro se identifica con la vuelta al pasado o, cuando menos, con la renuencia al cambio. Porque si en lugar de comprometerse con un sistema de recaudación de "contribuciones" fundado en la voluntad del contribuyente, López Obrador hablara de la necesidad de promover entre los ciudadanos la cultura del pago de impuestos, entonces sí estaría vinculando su discurso a las tradiciones de la izquierda en todo el mundo, en lugar de hablar como los ricos de todo el mundo. En su propuesta, las "contribuciones" se convierten en algo así como generosas dádivas de los que más tienen para que el gobierno se las arregle como pueda con los que menos tienen.

López Obrador ha caído en la conseja popular de que nuestros impuestos sólo sirven para pagar supuestos sueldos estratósfericos de los altos funcionarios, sus coches grandotes y sus celulares chiquitos. Lo menos que se puede decir es que peca de ingenuo, y que poco sabe del presupuesto público. En su discurso no existe ninguna vinculación entre los impuestos que recauda el gobierno y los servicios públicos. Nos quejamos mucho de la calidad de nuestras escuelas, de las estrecheces que sufren nuestras instituciones de educación superior y de investigación, del estado lamentable de nuestras calles, de nuestras playas contaminadas, de la insuficiencia de los servicios de salud, de la falta de parques en nuestras ciudades, de las fallas en la recolección de basura y de tantas carencias que sufrimos, pero no estamos dispuestos a dar a las autoridades gubernamentales los medios para remediar estos males. Al igual que legiones de políticos anteriores y contemporáneos, López Obrador promete dar más y cobrar menos, como si hubiera encontrado la cuadratura de un círculo que recorremos cada año fiscal. Nadie duda de que la situación presupuestal del Estado mexicano es apremiante; y seguramente una de las grandes frustraciones de este gobierno es su incapacidad para introducir una reforma que es apremiante.

El fracaso de la reforma fiscal se ha atribuido a las oposiciones. Rechazar los intentos del gobierno de "despojar" a sus ciudadanos fue vista tanto por el PRI como por el PRD como una fórmula barata para movilizar apoyos que en algún momento podrían traducirse en votos. No obstante, este fracaso puede explicarse en buena medida porque simplemente no tenemos costumbre de pagar impuestos y, por consiguiente, ningunas ganas. Varios fueron los intentos que se hicieron antes para modificar un régimen fiscal que no es ni progresivo ni redistributivo: el gobierno de López Mateos sugirió la reforma y tuvo que retractarse; lo mismo ocurrió durante el gobierno de Díaz Ordaz. En el de Luis Echeverría se introdujeron cambios muy modestos. El único que logró hacer modificaciones importantes fue el gobierno de Carlos Salinas.

El peso de la cultura del no pago de impuestos se renueva de continuo, porque ningún político ni funcionario están dispuestos a asumir los costos que supone una medida impopular que, además, va en contra de nuestras más arraigadas tradiciones. Partidos y candidatos han encontrado fácil denunciar cualquier intento de cobro de impuestos como una medida de lesa patria. Olvidan que cuando lleguen al poder necesitarán recursos, y que sería mucho mejor obtenerlos por esta vía que por la que ofrecen los Ahumadas de este mundo.

Ahora también los diputados del PRI han echado mano del mismo recurso que López Obrador: tentar a grupos del electorado con la devolución de impuestos, en este caso particular, contra recibo de pago de colegiaturas. Tampoco se trata de una idea nueva. La Unión Nacional de Padres de Familia y el Partido Acción Nacional durante años lo han exigido o propuesto. La coincidencia, probablemente involuntaria, de priístas y de los enemigos históricos de la educación pública a este respecto es una prueba más de que han optado por la vía de la menor resistencia: apoyarse en la cultura dominante. En este momento y país, y bajo la sombra de la retórica del subcomandante Marcos, muchos dirán con los antropólogos que el recurso es válido y legítimo. Pero si queremos que mejoren las condiciones de las comunidades indígenas y, más en general, los servicios públicos, tenemos que atrevernos a desafiar esa cultura y aprender a pagar impuestos.

 
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