Usted está aquí: viernes 29 de julio de 2005 Opinión Ulster: paso a la política

Editorial

Ulster: paso a la política

La determinación anunciada ayer por el Ejército Republicano Irlandés (ERI) de abandonar las armas en forma definitiva puede dar lugar a una negociación que restablezca el gobierno compartido entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte y que selle, de esa forma, la pacificación definitiva de esa martirizada región de Europa. Puede ser, también, la llave para destrabar uno de los más añejos conflictos coloniales, creado y perpetuado por el Estado inglés desde el siglo XVII y formulado en sus términos actuales en 1921, cuando Londres se anexó el norte de Irlanda.

Cabe recordar que, después de más de 20 años de enfrentamientos armados entre los monárquicos protestantes, partidarios de mantener la unión con Gran Bretaña, y los católicos republicanos, partidarios de la separación, en la década pasada se echó a andar un proceso de paz que contó con el respaldo decidido del entonces presidente estadunidense, Bill Clinton, y que se concretó en 1998 con la firma de los Acuerdos del Viernes Santo, por medio de los cuales las autoridades inglesas, los protestantes y los católicos se comprometían a establecer un gobierno autónomo en la zona, en el que tendrían cabida ambos bandos. En esa ocasión las expresiones políticas de los republicanos católicos, como el Sin Feinn, y las armadas, como el ERI, obtuvieron el que es hasta ahora su logro más importante: contrarrestar en alguna medida la discriminación y la exclusión política de que había sido víctima su comunidad a lo largo de casi un siglo.

Sin embargo, la polarización política, los desprendimientos extremistas en el ERI y la falta de cumplimiento de varios puntos de los acuerdos por parte de ambos bandos llevaron a Londres a retomar el control del Ulster. La organización político-militar referida, por su parte, hubo de rendirse a la evidencia de que el recurso del terrorismo no tenía ya ningún margen de acción internacional ni de respaldo social y que la continuación de la lucha armada no habría de llevarla a ninguna parte. Adicionalmente, el ERI venía experimentando en sus filas procesos de descomposición que llevaron a algunos de sus integrantes a la delincuencia llana y simple, desprovista de todo sentido político.

En el Ulster las fracturas sociales, los resentimientos y el clima de linchamiento entre una y otra comunidad no han cedido, pero es claro que tales fenómenos sólo se ahondarían por medio de las armas y que con la acción política tienen, por el contrario, una perspectiva de solución. Esa esperanza depende en gran medida de que las autoridades inglesas se abstengan de favorecer a los protestantes y de perjudicar a los católicos.

Por otra parte, lo que parece ser un fortalecimiento de las vías pacíficas en Irlanda del Norte es un hecho cuyo interés trasciende los ámbitos del Ulster, de Irlanda y de Gran Bretaña. En términos generales, el proceso de pacificación que tiene lugar allí, a pesar de sus retrocesos, sus empantanamientos y sus puntos insatisfactorios, constituye un punto de referencia fundamental para situaciones como la que vive el País Vasco, la ocupación de Palestina por Israel y el conflicto armado colombiano.

Cabe esperar, por último, que el paso dado ayer por el ERI sea recibido con reciprocidad y voluntad política de paz por las organizaciones protestantes y por el gobierno británico, y que el ejemplo fructifique en las regiones del mundo azotadas por confrontaciones, ocupaciones, circunstancias sociales injustas y sus inevitables secuelas de violencia.

 
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