Usted está aquí: lunes 20 de junio de 2005 Opinión Control de daños

Gustavo Iruegas

Control de daños

Ya es tópico frecuente en las conversaciones cotidianas que la política exterior mexicana debe entrar en un periodo de rehabilitación. No lo es tanto, si se habla de qué es lo que hay que componer y cómo hacerlo. Si observamos que, aun con el TLCAN y hasta con la voluntad declarada del gobierno, la integración de México a Estados Unidos no está en el horizonte; que el ALCA, en su condición de rama económica del panamericanismo no está resultando viable; que la concepción misma de la Comunidad Sudamericana excluye a México; que le gestión gubernamental obstaculiza la buena relación con importantes países latinoamericanos, podemos advertir, con alarma, que México está siendo llevado al aislamiento en la región.

La reconstrucción de la relación de México con América Latina requiere la determinación de un objetivo específico y demanda un cuidadoso y paciente trabajo político diplomático en dos vertientes: el entendimiento con los gobiernos con los que la relación bilateral ha sido dañada y la participación de México en la vida de la región. Sin embargo, antes que otra cosa, hay que eliminar de nuestra jerga diplomática los términos "liderazgo" y "puente". El gobierno de México no es superior, ni jefe, ni ejemplo para ningún gobierno latinoamericano. Sí se cuenta entre los más grandes, pero no entre los más desarrollados ni entre los más poderosos. Cuando México se autopropone como "puente" entre América Latina y Estados Unidos, como si algún gobierno de la región necesitara de la intervención de un tercero para tratar con Estados Unidos, los internacionalistas sonríen.

Lo que hay que recuperar es lo que sí había: el reconocimiento de que México tenía una política exterior propia, ejercida con independencia diplomática. En eso consistía el prestigio de México en América Latina. Y no era poco.

Prácticamente con cada gobierno latinoamericano hay algo que arreglar y componer. En esta ocasión se tratarán solamente los casos bilaterales más notorios y, en un escrito subsiguiente, se abordará la idea de América Latina y la participación, pertenencia y actuación de México en su seno.

Con Cuba, las relaciones diplomáticas no han sido rotas porque son demasiado importantes; tanto que en las dos naciones son asunto de política interior. Para medir esa importancia hay que pensar con qué otro país latinoamericano las relaciones diplomáticas habrían resistido las tensiones a que fueron sometidas las de México y Cuba. No hay necesidad de detenerse mucho en el caso porque es conocido hasta la saciedad y la manera de revertir los daños causados es, además de sabida, muy simple: hay que revivir el acuerdo de 1966 adoptado por el simple compromiso de no intervenir uno en los asuntos del otro. Lo demás lo harán los pueblos.

El otro caso que debemos ver con alarma es el de las relaciones con Brasil. Más allá de una tradicional rivalidad entre las elites gubernamentales y empresariales de ambas naciones, últimamente se han venido registrando hechos de confrontación que no por sordos, han dejado de ser significativos: Ni el episodio de las dos inútiles reuniones de ministros de Relaciones Exteriores convocadas, una por México y otra por Brasil, después del 11 de septiembre de 2001; ni el rechazo a la solicitud mexicana de ser miembro asociado del Mercosur; ni la reticencia de México a aceptar la iniciativa brasileña de incorporar a Cuba al Grupo de Río; ni la ausencia de México en la reunión de jefes de Estado convocada por el presidente Lula en Nueva York al inicio de la Asamblea General de 2004; ni la competencia por ganar, o evitar que el otro gane, un asiento en el Consejo de Seguridad, ni la ausencia de México de la Comunidad Sudamericana o, últimamente, su ausencia de la cumbre árabe y sudamericana, obedecen a sentimientos de responsabilidad de los gobiernos de México y Brasil ante los problemas de la paz y la seguridad internacional ni a ninguna otra importante razón de Estado. Indican, eso sí, que las cosas no andan bien entre las dos oligarquías y los dos gobiernos y quizá es tiempo de que los pueblos intervengan para poner orden.

Con Chile la sangre no llegará al río. La candidatura del señor Derbez a la secretaría general de la OEA, que no la de México, se perdió, y con ello el asunto perdió importancia.

En cambio el fracaso del Plan Puebla-Panamá, que obedece a la inclusión de temas sociales y otros ajenos al que debería haber sido simplemente creación de infraestructura; a la actitud centroamericana de esperar que un plan de esa naturaleza se traduzca en transferencia de recursos y no en concertación de esfuerzos; y la incapacidad de los gobiernos participantes de desmontar las descalificaciones del plan hechas a partir de propósitos que no tenía, sí tiene efectos directos sobre el prestigio y la credibilidad de México en la región.

La conducta diplomática del gobierno de México frente a América Latina tiene que volver a reflejar el concepto de un país respetuoso, solidario y consciente de su pertenencia a la región latinoamericana y al mundo en desarrollo que, ante la abrumadora realidad, se debate con dignidad y decoro por obtener de Estados Unidos el impulso a su desarrollo sin corromper su condición de país amante de la paz.

 
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