Usted está aquí: miércoles 15 de junio de 2005 Opinión Mayor diversidad religiosa en México

Bernardo Barranco

Mayor diversidad religiosa en México

En las últimas décadas se ha observado una importante recomposición de lo religioso como integrante esencial de fenómenos sociales y políticos. Aquellos que suponían que la modernidad se instalaría sobre los escombros de las creencias religiosas se equivocaron, hoy más de 95 por ciento de la población mexicana profesa alguna religión. Igualmente, los que se aferraron a la supremacía católica en el pueblo mexicano también han errado, desde 1970 con 96.2 por ciento ha venido descendiendo la proporción de católicos a casi 88 por ciento de la población encuestada en 2000. Podríamos aventurar, afirmando que mientras la estructura católica adquiere mayor protagonismo e incidencia política, asimismo, pierde gravitación y liderazgo espiritual en la sociedad. Todos estos datos provienen del libro La diversidad religiosa en México, que el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) acaba de imprimir en mayo pasado. El análisis estadístico abarca 12 censos, de 1895 a 2000. La publicación inicia con descripciones estadísticas que muestran que la población que profesa otra religión a la católica, entre 1895 y 1910, los primeros tres censos pues, registraron un porcentaje menor a uno por ciento; por el contrario, en las últimas tres décadas, de 1970 a la actualidad, las nuevas percepciones crecieron a más de 5 por ciento, es decir, que llega en términos absolutos a cerca de 6.5 millones de mexicanos.

El libro del INEGI está dirigido a investigadores, instituciones académicas y al público interesado en el comportamiento de las religiones en el país y a las características de la población que las practica. Es un hecho, entre investigadores y analistas, que desde los años 70 el crecimiento de asociaciones y prácticas religiosas no católicas se ha intensificado con rapidez. Sorprende el despegue de grupos religiosos de carácter pentecostal, que dependiendo de las definiciones podría llegar a más de 3 millones de adherentes, es decir, más de la mitad de los no católicos; se antoja un dato espectacular, acorde con el crecimiento acelerado de las diversas formas pentecostales en América Latina; en México esa presencia es notoria en estados como Campeche, Chiapas, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa y Tabasco.

La diversidad religiosa en México tiene cinco capítulos, todos acompañados de gráficas, cuadros, barras y notas explicativas. El primer capítulo es una "descripción histórica nacional y por entidad federativa de la población católica, no católica y sin religión; continúa con una exposición actual de las distintas iglesias, señalando las principales características sociodemográficas de la población que las profesa... y concluye señalando la situación religiosa al interior de los hogares". Las notas son esfuerzos didácticos por explicar y relacionar las estadísticas con el esfuerzo de reagrupar las confesiones, las prácticas religiosas y las asociaciones. A veces las notas explicativas se enredan, en su afán de cuidado metodológico, por ejemplo, con las nociones y clasificaciones de pente y neopentecostales; o con definiciones poco afortunadas como la de "nativistas" para designar el resurgimiento de religiosidades mesoamericanas. Sin embargo, el ejercicio es a todas luces plausible, en un país que hasta hace poco buena parte de sus cientistas sociales e investigadores despreciaban de manera jacobina el factor religioso.

Otro dato que resalta es la transformación religiosa de ciertas regiones del país. Mientras la tasa de católicos parecía estable hasta los años 70, estados como Chiapas dan un vertiginoso salto a la diversidad; allí la población católica pasó de 91.2 por ciento en 1970 a 77 en 1980; la recomposición continúa de 67.6 por ciento en 1990 a 63.8 en 2000. Sorprende que en este mismo estado chiapaneco 429 mil 803 personas, 13 por ciento de la población total, se hayan declarado sin religión. Sin embargo, no podemos desdeñar estados como Aguascalientes, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro y Jalisco, que mantienen tasas de más de 95 por ciento de católicos. Aquí también se debe señalar el heterogéneo campo religioso católico que tiende a pluralizarse, muy a pesar de las presiones de la jerarquía, como demuestran diversos estudios de caso.

Igualmente las estadísticas censales muestran una renovada presencia de otras religiones históricas, como los cerca de mil 500 islámicos, el creciente budismo, que rebasa los 5 mil practicantes, y la fuerte presencia de la comunidad judía, de 45 mil personas. Quizá la parte más rica del texto del INEGI son los cruces sociodemográficos de diferentes asociaciones religiosas; los datos se reagrupan por municipio, regiones, sexo, edad, nivel socioeconómico, escolaridad, biculturalidad, etcétera. Datos útiles para la investigación comparativa.

Hasta los años 40 del siglo pasado la tendencia en México se caracterizaba por la pérdida del lugar central de la religión como elemento estructurador de la vida social, una constante en el mundo occidental; sin embargo, a partir de 1970 sobresale la reconfiguración del factor religioso marcado con el signo de la pluralización. La Iglesia católica ha perdido su posición de privilegio y dominio casi monopólico. En ese contexto, es notorio el avance de los grupos religiosos de nuevo cuño, como los pentecostales, la revitalización de religiones indígenas ancestrales, el surgimiento de nuevos movimientos religiosos, el reblandecimiento de los núcleos radicales del laicismo, así como de los anticlericalismos jacobinos. Sin duda el texto en cuestión ayudará a redescubrir diferentes formas y matices que adquiere en nuestro país el factor religioso.

 
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