Usted está aquí: martes 14 de junio de 2005 Opinión Faro de Oriente

Teresa del Conde

Faro de Oriente

Con motivo de la visita del artista y promotor yucateco Jorge Sobrino, quien tiene una discreta pero bien pergeñada exposición en el Faro de Oriente, me dirigí al mismo, encontrando que hace falta atención a los desempeños realizados por los responsables de ese recinto, que llamó poderosamente la atención de los artistas cuando se inauguró.

Recuerdo, entre otros, a Gabriel Macotela y a Francisco Toledo empeñados en hacerlo conocer y en que colegas suyos impartiesen allí talleres, algo que Macotela y otros hicieron.

El Faro de Oriente es un recinto muy bien remodelado, que antes fue una fábrica. Sus siglas corresponden a: Fábrica de artes y oficios, tiene una biblioteca bastante bien surtida, alimentada sobre todo con una sección de literatura y otras de consulta básica.

Todos los volúmenes están perfectamente catalogados y los usuarios pueden usar Internet; durante mi visita al recinto esa sección, junto con la tienda-librería, fue la única que vi bien atendida y en actividad. No fue posible establecer contacto ni con el director del Faro, ni con la coordinadora de exposiciones, como tampoco fue posible que el artista Sobrino impartiera allí el taller que había proyectado, por ausencia de personal que atendiera el asunto.

Su exposición obedeció -no sólo a aceptación e invitación por parte del Faro- sino también a que él mismo se encargó de todo, de la confección de unas invitaciones bien impresas, la edición de postales que reproducen tres de sus obras, el embalaje y transporte de las piezas (que no fueron muchas) desde su natal Mérida hasta la Delegación Iztapalapa.

Jorge Sobrino ha vivido en comunidades mayas, ha trabajado en Valencia y en París, dirige e imparte talleres infantiles en Yucatán y otros sitios, promueve a artistas yucatecos, es performancero (presentó un performance en el Forum Caixa de Barcelona), practica la fotografía y participó en los foros de la Feria Inernacional de Arte Contemporáneo Arco en 2002, durante una estancia en la Universidad de Aranjuez.

Su pintura, la que pude ver exhibida, se basa en la idea de escenificar por medio del color un ''eros tropical". Debido a que usa vinílica, ese ''eros" me pareció crudo, aunque no carente de cierto atractivo que tiene que ver más con recreaciones mitológicas que con el folk. Llevado a una mayor sabiduría pictórica, y sobre todo a materiales mejores, estaría cercano al nivel, por ejemplo, del cubano Cruz Azaceta, como lo ejemplifica una de las mejores obras que Sobrino exhibió: Kanab en el jardín del trópico.

Otro de sus mejores logros es El juego de Tonatiuh, en el que utilizó polvo de mármol para texturar, lápiz, carbón y pinturas vinílicas. Tiene cultura visual (es asiduo visitante de museos, en todos los sitios a los que lo lleva su actividad nomádica) y se vale de ella para plantear sus coloridas propuestas.

Usa bien la tiza de óleo, y las mejores obras que pude verle son de muy pequeñas dimensiones, sobre cartón o papel, saturadas, pero sin la proliferación obsesiva de elementos que priva en otras.

De palabra fluida y conocimientos sólidos sobre artistas de hoy, fue por su poder de persuasión que yo me dirigí a observar su exposición, a sabiendas de que recopila material gráfico infantil entre niños indígenas que antes no ha-bían dibujado y pintado, cuando que, como sabemos por experiencia propia y ajena, absolutamente todos los niños lo hacen si es que tienen material a la mano.

Si no lo tienen, y es el caso de los niños y adolescentes con quienes Sobrino trabajó en comunidades mayas, dibujan en la arena, juegan con el lodo o arman construcciones con varitas. Eso no quiere decir en modo alguno que lo que hacen tenga más visos que el del juego, sólo es hacia los 8, 9 años de edad cuando algunos empiezan a tomar la actividad gráfica como quehacer predilecto, cosa que tampoco quiere decir que vayan a convertirse en artistas, pero adquieren con ello un método de conocimiento, observación y experimentación que, de proseguir, los acompañará, a niñas y niños, toda la vida.

Aún recuerdo a mi maestro Justino Fernández (que sí fue dibujante, antes de abrazar por completo la historia y la teoría del arte, como lo ha evidenciado recientemente Danilo Ongay en la exposición-homenaje que realizó hace poco en la Casa del Libro de la Universidad Nacional Autónoma de México) planteando en el pizarrón, ante numerosos alumnos, la composición de un cuadro cubista o dibujando los órdenes clásicos.

La idea de educación en las artes (todas) animó la instauración del Faro de Oriente en una colonia proletaria de la Delegación Iztapalapa. Depende del Gobierno del Distrito Federal.

La asistencia allí a los talleres es gratuita y es una lástima que Sobrino se haya visto imposibilitado, por falta de atención, de impartir el que tenía preparado.

 
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