Usted está aquí: martes 10 de mayo de 2005 Economía Atrás de la brecha digital

Atrás de la brecha digital

Mucho se habla de la desigualdad tecnológica entre ricos y pobres. ¿Qué piensa de esto la gente común?

''Cerca de 99% de los beneficios de tener una PC se obtienen cuando a la persona que se va a sentar a usarla se le ha provisto de salud y educación razonables'', dijo Bill Gates

Economist Intelligence Unit /The Economist

Ampliar la imagen En Pek� algunos ni�toman lecciones en computadoras en una escuela de Xingzhi, donde se ense� m�de mil 200 escolares provenientes de hogares de inmigrantes. Los centros rurales de informaci�n pa�s en desarrollo, parecen ser particularmente �s a quienes saben leer y escribir, a los m�ricos y a los m�j�es FOTO Reuters

En la villa de Embalam, al sur de India, a 24 kilómetros del pueblo de Pondicherry, Arumugam y su esposa Thillan se sientan en la tierra roja, afuera de su choza de paja. Ella tiene 50 años; él no está seguro, cree andar por los 75. Arumugam está desempleado. Solía tocar los tambores en los funerales, pero se lastimó y ahora tiene problemas para caminar. Thillan gana algún dinero trabajando medio tiempo en labores de campo: cerca de 30 rupias ($0.70 de dólar) por día, diez días al mes. Aparte de eso, el matrimonio sobrevive de los magros (y esporádicos) pagos que otorga el gobierno por incapacidad.

En la nueva India de cibercafés y magnates del software, Arumugam y Thillan, así como otros millones de habitantes de villorrios en todo el país, parecen anacronismos. A unos pasos fuera de su sección de la villa -sección conocida como la "colonia", donde de manera tradicional viven los intocables- el brillo de la explosión tecnológica de India se hace más evidente en una habitación verde equipada con cinco computadoras, modernas celdas solares y conexión inalámbrica a Internet. Se llama Centro del Conocimiento, uno de los 12 establecidos en la región por una organización local no lucrativa, la Fundación para la Investigación M.S. Swaminathan (MSSRF, por sus siglas en inglés). Los centros, establecidos con ayuda de agencias donadoras internacionales y del gobierno local, ofrecen a los aldeanos información muy variada, como precios de mercado para las cosechas, bolsas de trabajo, detalles de los programas asistenciales del gobierno y consejos de salud.

Un estimado conservador del costo del equipo del centro de Embalam es de 200 mil rupias (4 mil 500 dólares), o sea 55 años de ingresos de Thillan. Los costos anuales de mantenimiento son extras. Cuando se le pregunta sobre el centro, Thillan ríe. "No sé nada de eso", dice ella. "No tiene relación con mi vida. Nosotros sólo estamos aquí, sentados en nuestra casa tratando de sobrevivir." Escenas como ésta, vistas por todas partes del mundo en desarrollo, han conducido a una suerte de represalias contra el despliegue rural de nueva información y tecnologías de comunicaciones o ICTS, como se les conoce (por sus siglas en inglés) en la jerga de los expertos en desarrollo. En la década de 1990, en la cumbre de la explosión tecnológica, los ICTS rurales fueron proclamados catalizadores del ''desarrollo a salto de rana'' y de las ''sociedades de información'', así como anfitriones de otras panaceas de la era digital contra la pobreza. Ahora en buena medida se han quedado sin el favor del público: nada menos que Bill Gates, presidente de Microsoft, se burla de ellos y los califica de distractores de los problemas reales del desarrollo. ''¿Tendrá la gente una idea clara de lo que significa vivir con un dólar al día?'', preguntó en una conferencia sobre la brecha digital en 2000. ''Cerca de 99% de los beneficios de tener una PC se obtienen cuando a la persona que se va a sentar a usarla se le ha provisto de salud y educación razonables." Por eso, aunque Gates hizo su fortuna con las computadoras, la Fundación Bill y Melinda Gates, la más rica institución filantrópica del mundo, se concentra en mejorar las condiciones de salud de los habitantes de los países pobres.

La reacción en contra de las ICTS es entendible. Tomando en cuenta las condiciones medievales de vida de buena parte del mundo en desarrollo, parece muy tonto tirar dinero en computadoras sofisticadas y conexiones de Internet. Mucho mejor sería gastar los magros recursos en combatir, por ejemplo, el sida, o en construir mejores instalaciones sanitarias. De hecho, ésta fue la conclusión alcanzada por el recién terminado Proyecto de Consenso de Copenhague, el cual reunió a un grupo de economistas líderes para que establecieran cómo debían gastarse los recursos destinados a los países en desarrollo. El panel de expertos anunció 17 prioridades: gastar más en ICTS no estaba siquiera en la lista.

Aun así, podría parecer apresurado cancelar de plano la tecnología rural. Charles Kenny, economista del Banco Mundial que ha estudiado el papel de los ICTS en desarrollo, dice que los cálculos tradicionales de costo-beneficio son, en el mejor de los casos, ''un arte, no una ciencia''. Con los ICTS, añade, el cuadro se vuelve más turbio por lo nuevas que resultan las tecnologías; los economistas simplemente no saben cómo cuantificar los beneficios de Internet.

La vista desde tierra

Dada la escasez de los datos, y hasta de metodologías sólidas para recabarlos, una manera alternativa de evaluar el papel de los ICTS en desarrollo es simplemente preguntar a los residentes de áreas rurales qué piensan. La idea, aplicada en la India rural, en los villorrios a los que atiende la MSSRF, reveló un cuadro con más matices que los sugeridos por los escépticos, aunque no por completo contradictorio.

Aldeanos como Arumugam y Thillan -viejos, analfabetos y de baja casta- parecen no sentir mucho entusiasmo por la tecnología. De hecho, Thillan, que vive a escasos cinco minutos a pie del Centro de Conocimiento de su localidad, afirma que ni siquiera sabía de su existencia hasta hace unos dos meses (a pesar de que el centro lleva varios años abierto). Cuando a Thillian y ocho vecinos más se les preguntó cuáles eran sus prioridades de desarrollo -en una versión "hombre común" del Consenso de Copenhague-, mencionaron instalaciones sanitarias, tierra, salud, educación, transporte, trabajo, y la lista sigue y sigue pero no incluye computadoras, ni siquiera teléfonos. No se muestran escépticos respecto de la función de los ICTS; más bien la olvidan: son irrelevantes en su vida. Esta actitud es la misma que la de muchos otros aldeanos pertenecientes al escalón más bajo de la escalera social y económica. En la comunidad pesquera de Veerapatinam, lugar de otro centro MSSRF, Thuradi, de 45 años, se sienta en la playa mientras revisa su pesca. ''Soy analfabeto'', dice cuando se le pregunta sobre el centro. ''No sé usar una computadora y tengo que pescar todo el día."

Pero ¿puede en verdad la tecnología proveer información a personas como Thuradi, aun si no se sientan frente a las computadoras? Entre otras cosas, el centro de esta villa ofrece información sobre la altura de las olas y los patrones climáticos (información que, según Thuradi, se halla en la televisión). Hace algunos años el centro también usaba satélites para rastrear los movimientos de grandes bancos de peces en el océano. Pero según otro pescador, esto sólo beneficiaba a los ricos: los pescadores pobres, al carecer de botes de motor y equipo de navegación, no podían navegar lo bastante lejos, ni determinar la posición de manera lo bastante precisa para usar los mapas. Dichas historias traen a la memoria los disparejos resultados de los primeros esfuerzos de la tecnología aplicada al desarrollo.

Los expertos en desarrollo están familiarizados con el concepto de los ''tractores oxidados'', semi apócrifa referencia a las tecnologías agrícolas importadas que inundaron los países pobres en las décadas de 1960 y 70. Kenny dice que, de manera similar, él prevé un ''buen número de cuartos polvorientos por toda el área rural llenos de montones de viejas computadoras''.

Eso podría ser cierto, pero no significa que no se aprecie el dinero destinado a la tecnología rural. Los ICTS rurales parecen ser particularmente útiles a quienes saben leer y escribir, a los más ricos y a los más jóvenes: en otras palabras, los situados hasta arriba en la jerarquía socioeconómica. En los 12 villorrios alrededor de Pondicherry, los estudiantes son los que más asisten a los Centros de Conocimiento; ahí localizan los resultados de sus exámenes, adquieren habilidades computacionales y buscan empleo. Los granjeros que poseen tierras o ganado y por tanto tienen buena posición económica, obtienen información veterinaria y datos sobre precios de las cosechas.

En las afueras de la colonia de Embalam, en una tienda de té cercana al templo, el dueño se llama Kumar y tiene 35 años; habla con entusiasmo sobre el papel del centro en la difusión de los precios de las cosechas, y de la información que da sobre los programas asistenciales del gobierno. Afirma que el Centro de Conocimiento ha vuelto ''famosa'' a su villa. De la misma manera cita a los dignatarios de las organizaciones de desarrollo y de gobierno que han llegado de visita; también destaca que gente de las 25 villas aledañas viene a hacer uso del centro, lo cual transforma a Embalam en una especie de ''estanque'' de información.

En el centro mismo, Kasthuri, voluntaria que ayuda en el manejo del lugar, dice que el estatus de las mujeres en Embalam se ha elevado gracias al uso de las computadoras. ''Antes sólo nos quedábamos sentadas en casa'', comenta. ''Ahora sentimos tener poder y más control''. Algunos economistas podrían calificar dichos sentimientos de meras vaguedades; pero son indicios de un sentimiento de orgullo cívico y de inclusión social que economistas menos convencionales calificarían de desarrollo humano o simple bienestar personal.

Cuestión de prioridades

Dada la mezcla de opiniones de la gente de tierra, el punto importante es, no si la inversión en ICTS ayuda al desarrollo (puede, en algunos casos, y para algunas personas), sino si los beneficios totales de dicha inversión sobrepasan los de invertir, digamos, en educación o en salud. Leonard Waverman, de la Escuela de Negocios de Londres, ha comparado el impacto que sobre el producto interno bruto tienen el aumento en la teledensidad (número de teléfonos por cada 100 personas) y el de personas que completan la educación primaria. Encontró que un incremento de 100 puntos bases en la teledensidad aumentaba el PIB casi el doble que el mismo aumento en la tasa de terminación de la primaria.

De hecho, Ashok Jhunjhunwala, profesor de Instituto Hindú de Tecnología de Chennai (antes Madrás), argumenta que el costo es el ''factor decisivo'' para determinar si la brecha digital se cerrará algún día. Con ese fin, el doctor Jhunjhunwala y sus colegas trabajan en la creación de aparatos de bajo costo, entre ellos una máquina de control remoto para operaciones bancarias y un sistema inalámbrico fijo que baja los costos de acceso a menos de la mitad. Pero las innovaciones llevan su tiempo y son caras.

Quizá la manera más inmediata de enderezar el costo de la tecnología es confiar en los medios antiguos y probados de transmitir información.

Por ejemplo, varias organizaciones de desarrollo usan radios: su costo (abajo de 10 dólares) es una fracción de la inversión (de al menos 800 dólares) que se requiere para una línea telefónica. En Embalam y Veerapatinam muy pocas personas se sientan de verdad frente a una computadora; mucha de la información que reciben les llega de los altoparlantes colocados sobre el Centro de Conocimiento, o del boletín que se imprime ahí mismo y se reparte por toda la villa. Estos antiguos métodos de comunicación se pueden conectar a un centro de Internet localizado en una población de mayores recursos; estas redes de información híbridas podrían representar el futuro de la tecnología en el mundo en desarrollo.

Pero por ahora parece que la manera más efectiva, desde el punto de vista del costo, de ofrecer información en el proverbial ''último tramo'' es, las más de las veces, definitivamente rústica. El 26 de diciembre de 2004 los habitantes de Veerapatinam tuvieron ocasión de maravillarse ante la confiabilidad de una fuente en verdad arcaica de información. Cuando el tsunami de Asia avanzaba hacia las costas del sur de India, unos mil aldeanos se habían reunido, a salvo y lejos de la costa, alrededor del pozo del templo. Cerca de una hora y media antes del tsunami, las aguas del pozo habían empezado a burbujear y a elevarse hacia la superficie; para cuando la ola golpeó la costa, se había formado un remolino y los nativos habían abandonado la playa para presenciar el extraño fenómeno.

Las aldeas cercanas sufrieron muchas bajas, pero en Veerapatinam sólo murió una persona, de 6 mil 200 habitantes. Los aldeanos atribuyen su escape fortuito a la intervención divina, no a la tecnología. Afuera del Centro de Conocimiento, Ravi, un hombre bien vestido, afirma que los habitantes no recibieron ningún aviso por los altavoces. ''Le debemos todo a Ella'', dice, refiriéndose a la deidad del templo. ''Se lo digo honestamente'', insiste. ''La información vino de Ella."

FUENTE: EIU/INFO-E

 
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