Usted está aquí: lunes 25 de abril de 2005 Opinión Los ruidos de la calle

Luis Hernández Navarro

Los ruidos de la calle

Ampliar la imagen La marcha del silencio fue tambi�de los villanos favoritos. Aqu�a su paso por Paseo de la Reforma FOTO Luis Humberto Gonz�z

Vaya que han cambiado las cosas en la política nacional. Apenas en julio del año pasado la derecha era dueña y señora del tablero político nacional. Marcaba los ritmos y fijaba la agenda. Ayer la izquierda dio la vuelta a la situación con una marcha en la que participaron alrededor de un millón de personas. La iniciativa política en sus manos.

Nueve meses atrás, con el genuino argumento de luchar contra la inseguridad pública, la mediocracia y la derecha desataron una intensa y exitosa campaña mediática y convocaron a una gran manifestación con un objetivo central: golpear a Andrés Manuel López Obrador. Tuvieron éxito. La administración capitalina fue acorralada.

La convocatoria era parte de una ofensiva más amplia, iniciada en febrero, bajo la forma de una videoguerra sucia. Convertido en una estrella más del Canal de las Estrellas, René Bejarano, cercano colaborador del jefe de Gobierno, fue transformado en el emblema de la corrupción política del gobierno de la ciudad de México. López Obrador remaba contra la corriente.

Y apenas hace poco más de dos semanas, esa campaña llegó a su clímax con el desafuero de El Peje. Una eficaz operación política logró una mayoría parlamentaria apabullante. Parecía así cerrarse el candado que cerraría las puertas a la participación política del jefe de Gobierno en la disputa electoral de 2006.

Pero la marcha silenciosa del 24 de abril terminó por dar un vuelco a la correlación de fuerzas. El millón de personas que tomaron las calles de la ciudad de México hablaron fuerte con su silencio, aunque también lo hicieron con sus abucheos y silbidos y con sus pancartas. Y dijeron muy claramente que no están dispuestas a permitir que se excluya la opción política que representa López Obrador.

Como ha sucedido en otras movilizaciones similares, en esta ocasión la descubierta terminó siendo apenas un pequeño destacamento de notables desbordado por la multitud, en lugar de ser el contingente responsable de guiar a la multitud. Quienes quisieron "radicalizar" la movilización enarbolando demandas ajenas a la convocatoria fueron neutralizados por la masa. Y, aunque participaron muchos grupos organizados del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y de asociaciones vecinales, la mayoría de los asistentes fueron ciudadanos sin partido.

Notable fue la gran cantidad y variedad de pancartas que los manifestantes portaron. Los carteles, realizados en su mayoría con cartulinas y plumones, eran un compendio del estado de la indignación popular ante el desafuero.

El obligado silencio de la protesta provocó un alud de expresiones gráficas y escritas: desde el papal "Habemus Peje" hasta las inevitables mentadas de madre a Vicente Fox, pasando por la transformación de Paseo de la Reforma en un verdadero acuario en el que se dieron cita centenares de pejelagartos de cartón.

Convertida en una especie de carnaval, ésta fue, además, la marcha de los muñecos. Acompañando a los ciudadanos de a pie podía verse una amplia galería de los villanos favoritos, víctimas inevitables del escarnio público. Desfilaron así enormes monigotes que representaban al ex presidente Salinas, al Presidente de la República y a Martita, al lado de un monumental Caballo de Troya construido con huacales.

Pero ésta fue, también, la marcha de López Obrador, como bien pudo darse cuenta Porfirio Muñoz Ledo, abucheado hasta el cansancio por el respetable. "Ahora qué hueso buscas", le gritaba la multitud, al tiempo que un coro ininterrumpido de futbolísticas voces lo llamaba "culero" exigiéndole terminar su discurso. Y lo supo también Cuauhtémoc Cárdenas, a quien, sin faltarle al respeto, la masa -que años atrás coreó su nombre hasta cansarse- recibió al grito de "¡López Obrador!"

A esa enorme demostración de fuerza en las calles la acompañó un discurso mesurado del jefe de Gobierno. Por momentos, más que hablar a la multitud, López Obrador pareció dirigirse principalmente al poder; más que estimular el ánimo constituyente de la masa, sus palabras daban la impresión de querer decirle a los señores del dinero que él no era un desestabilizador. Enfrentado a la dualidad de ser simultáneamente dirigente de un gran movimiento transformador de masas y candidato presidencial, su arenga fue por minutos más un discurso de campaña electoral que un llamado a la acción para cambiar la sociedad y la política.

Desafiando a sus enemigos, anunció que este lunes retomaría su puesto. E insistió en que la resistencia civil continuaba; sin embargo, la única acción que propuso fue participar en las asambleas informativas locales. El lunes primero de mayo miles de trabajadores en todo el país tomarán las plazas públicas para celebrar el Día del Trabajo. ¿No habría sido conveniente proponer convertir esa fecha en una jornada de lucha contra la inhabilitación y por la democracia?

Múltiples protestas contra el desafuero se han realizado estos días en todo el país. Algunas han sido individuales, otras colectivas. El presidente Fox ha sido acosado en sus actos públicos por grupos e individuos que le expresan su repudio. La mayoría de esas acciones han sido espontáneas, no coordinadas. ¿No sería necesario trazar orientaciones sobre qué hacer y cuándo para dar forma a la resistencia civil en lugar de encontrarse frente a hechos consumados? La resistencia civil pacífica necesita un horizonte de acción más amplio que el anunciado. La impresionante manifestación de ayer terminó sin esos lineamientos.

La marcha del 24 de abril es un hito en la lucha por la democracia en México. Vicente Fox lo sabe: hoy las calles y las plazas pertenecen a los simpatizantes de López Obrador, no a él. Debería escuchar lo que dicen. De proseguir con su aventura golpista muy pronto será muy tarde.

 
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