Usted está aquí: lunes 25 de abril de 2005 Opinión Parteaguas

Editorial

Parteaguas

La movilización pacífica de un millón o más de ciudadanos hacia el Zócalo capitalino, corazón de la República, en defensa del sufragio efectivo, la legalidad y la institucionalidad, y en repudio al desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, no sólo fue la más grande movilización política en la historia del país, sino también un vasto y rotundo desmentido popular a la supuesta transición democrática y al "cambio" pregonados desde julio de 2000.

En efecto, si el país se encontrara viviendo en el "paradigma de legalidad, de estado de derecho, de fortaleza de las instituciones" que pregonó hace unos días el presidente Vicente Fox, no habría sido necesario que ese millón de mexicanos colmara en silencio las superficies sumadas de la Plaza de la Constitución, las avenidas Juárez y Madero, así como Paseo de la Reforma, en el largo tramo que va desde el Museo de Antropología hasta el antiguo crucero del Caballito. Si las autoridades federales hubiesen mostrado su voluntad de respetar el derecho de los ciudadanos a elegir a sus gobernantes, y si no hubiesen puesto tanto empeño en sacar con maniobras oscuras y vergonzosas a López Obrador de la contienda electoral del año próximo, la manifestación de ayer no habría tenido sentido ni razón de ser. Pero los tuvo.

La reivindicación central de los manifestantes ­democracia­ es, básicamente, la misma que se viene oyendo cada cierto tiempo, y desde 1968, en boca de multitudes en pie de lucha en el Zócalo y en muchas otras plazas del país. Ese dato, desalentador en sí mismo, indica lo mucho que falta por avanzar, a fin de cuentas, en materia de normalidad democrática, y obliga a ver la sucesión presidencial de 2000 no como transición, sino como postergación, no como alternancia sino como recomposición del grupo gobernante, el cual, desde el sexenio de Carlos Salinas, fue incorporando al Partido Acción Nacional a posiciones de mando.

Hoy, la autoridad emanada del panismo gobierna, cogobierna, en una alianza con el Revolucionario Institucional que se hace evidente en cada circunstancia que amenaza la permanencia y la impunidad de ambos: cuando se trata, por ejemplo, de legalizar el desfalco astronómico perpetrado a la nación al amparo del "rescate bancario", o cuando empieza a configurarse una alternativa de izquierda capaz de disputar y ganar en las urnas el Ejecutivo federal.

En efecto, en décadas recientes ­excepción hecha del comicio presidencial de 1988, en el que el fraude desfiguró, desvirtuó y destruyó resultados que ya no podrán ser conocidos nunca­ las propuestas de la izquierda podían abarrotar el Zócalo, pero no necesariamente modificaban en su favor las preferencias electorales. Ayer, en cambio, la movilización sin precedentes coincidió con una definida ventaja de López Obrador en las encuestas sobre las intenciones de voto para 2006, dato que, como sabe todo el mundo, ha sido la motivación central del gobierno foxista, el salinismo y la cúpula priísta para lanzar una campaña de descalificación y persecución judicial y propagandística contra el político tabasqueño.

Era natural, en consecuencia, que el discurso de éste ante la pletórica Plaza de la Constitución no sólo abogara por sus derechos políticos amenazados y por el derecho de los ciudadanos a votar por la persona que prefieran, sino presentara también una oferta política. Pero López Obrador cometió un descuido inaceptable al presentarse casi como virtual candidato perredista, habida cuenta de que el instituto político al que pertenece aún no ha realizado el proceso de selección interna de aspirantes. Esa actitud no contribuye a limar las asperezas internas de la izquierda ni a propiciar el desarrollo de la cultura cívica, y debe señalarse.

Desde otro punto de vista, y de cara al gobierno, los empresarios y otros sectores, la alocución del jefe de Gobierno capitalino tuvo la virtud de ser un mensaje apaciguador y tranquilizador, por demás pertinente en la crispación política que vive el país y que está directamente vinculada a los afanes persecutorios del gobierno federal.

Cabe esperar, finalmente, que la impresionante manifestación de ayer abra la comprensión del grupo gobernante y lo haga caer en la cuenta de que está ejerciendo el poder a contrapelo de la sociedad.

 
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