Usted está aquí: jueves 21 de abril de 2005 Opinión Las referencias a Salvador Dalí me excitan

Olga Harmony

Las referencias a Salvador Dalí me excitan

Ampliar la imagen Una escena de la obra de Jos�ivera, que dirige Iona Weissberg

El dramaturgo y guionista puertorriqueño asentado en Estados Unidos José Rivera es más conocido entre nosotros por su exitoso guión de la película Diarios de motocicleta. Y aunque nunca se repara mucho en el autor de un script, sí podemos recordar la escenificación de La tectónica de las nubes que dirigiera William Payne, no hace tanto tiempo, en un intercambio entre el Fideicomiso de la Cultura y las Artes y American Theater company. No es mucho más lo que conocíamos del multipremiado dramaturgo en México hasta ahora en que se monta Las referencias a Salvador Dalí me excitan, texto que a mi ver es mucho más interesante que el anterior que le vimos, quizás porque los campos de la realidad y la irrealidad -aunque no dejan de estar entreverados- resultan más claros, a lo mejor porque el realismo mágico latinoamericano ya resultaba algo sobadito en 1999, y la crítica social resulte más fina o posiblemente porque la dirección de Iona Weissberg otea mejor los momentos humorísticos del texto. Sea como fuere, estamos ante una obra y una escenificación plena de significados.

El título es sumamente malicioso, porque Dalí no está presente nunca, pero la mezcla de surrealismo de algunas partes y lo erótico lo explican. La pareja formada por el soldado Benito y la aburrida Gabriela, tienen su contraparte en el coyote y la gata, cuya apasionada relación, más allá de la muerte misma, contrasta con la cotidianidad del encuentro de los humanos. Pero aún así, hay un resquicio de semejanza. El primer diálogo de ambos animales recuerda las viejas fábulas en que se contraponen la libertad de la vida salvaje y la seguridad de techo y comida del animalito doméstico. Ambos humanos parecen repetir este estado de cosas, aunque Benito, que en apariencia es un bravucón, al ser un desdeñado puertorriqueño encuentra en el ejército -así sea en las tareas más rutinarias y deleznables- patria y cobijo: en su discusión con Gabriela, tras la confesión y cuando ella le pide cambiar de vida, él responde que ganó una guerra, la guerra contra el hambre. Gabriela ocupa sus tiempos, no en las tareas domésticas en que es bastante desprolija, sino en clases de escuela nocturna que la hacen desear una vida distinta. Gabriela sueña -otro elemento de lo surreal- y en sus sueños la Luna aparece como un romántico enamorado, papel que en la vida real tendrá el adolescente Martín. La realidad irrumpe y es grotesca, pero en esta obra circular queda abierta una posibilidad de que se parezca, así sea en algo, a los sueños.

En una escenografía de Philippe Amand que reproduce la estrecha fealdad del ámbito de la pareja, Iona Weissberg -también traductora de la obra- conduce a sus actores en un trazo muy limpio que hace hincapié en la actoralidad, tanto en las escenas de gran movimiento escénico, sobre todo con el coyote y la gata (y habría que destacar la danza de estos animales, casi de comedia musical) como en que se han de mantener casi estáticos, como sería el de la confesión de Benito. Rodrigo Murray, con su blanco traje de la Luna -en diseño, como el resto del vestuario de Adriana Olivera-, su larga peluca y su amaneramiento, toca el violín con irónicos subrayados musicales debidos al director musical Isaac Bañuelos y a este personaje ilusorio se deben muchas de las frases humorísticas o sentenciosas, ''siempre habrá cosas sobre el otro que ignoremos" dice casi al final, definiendo la relación de pareja. El mismo Rodrigo Murray, como el brutal soldado Benito, con la espléndida transición que hace cuando narra lo acontecido en Irak, representa las caras de lo real y lo deseado. Natalia Traven -a quien se debe el proyecto- logra los matices de la soñadora, pero plena de hastío, Gabriela. Carmen Mastache es una gata plena de sensualidad a la que sólo se le escapan algunos maulliditos cuando está con su ama, lo que es un acierto de la directora que no intentó el lugar común de que la mascota fuera excesivamente gatuna, lo mismo que Angel Enciso, pleno de bestial salacidad, se moviera como un coyote. El reparto se complementa con la discreta actuación de Marcos Duarte como el adolescente Martín.

Y si además de esta escenificación usted desea seguir disfrutando de buen teatro, puede ver Guildestern y Rosencrantz han muerto, de Tom Stoppard, que dirige Carlos Corona con alumnos y algunos egresados de la escuela de teatro de Argos.

 
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