Usted está aquí: miércoles 20 de abril de 2005 Política ¿Quién le teme a la PGR?

Luis Linares Zapata

¿Quién le teme a la PGR?

Los únicos que podrían temerle a la PGR serían los rivales de Fox, el mal visto por los subprocuradores de esa dependencia tan desprestigiada o por aquellos que tuvieran rivalidades políticas o ideológicas con las policías, incluido el mismo procurador que dice encabezarla. Porque los ladrones especializados, los que se amafian en trabucos de lavadores de dinero, los asesinos a sueldo o los que integran las numerosas y delincuenciales pandillas de narcotraficantes han tomado el país como territorio propio y en él se mueven a discreción con pocos o nulos retenes. Eso sí, estos camaradas del mal dejan tras ellos una estela de muertes e intranquilidad que sólo puede ser comparable con lo que sucede en países donde la guerrilla corre desbocada o donde los ejércitos de ocupación enfrentan dificultades para imponer a la población civil su imperial y armada voluntad.

La petición de desafuero (juicio de procedencia), abrumadoramente obsequiada por esa juntura que se amalgamó entre el PRI y el PAN en la Cámara (más adláteres sin ninguna importancia: algunos personajes del Verde), se ha empastelado a tan densa profundidad que ya nadie atisba el posible desenlace futuro de tan delicado embrollo.

Lo cierto es que el país completo ha entrado en una especie de catatonia que lo obliga a refugiarse en la indolencia, en el enojo reprimido presto a estallar, en la búsqueda de alternativas, donde no cuenten para nada, con sus guías partidarios o con las autoridades correspondientes, muchas de ellas implicadas en el desaguisado del que quieren escapar. La sensible actividad de la fábrica nacional resiente tan febril y torpe desenfreno y, a pesar de los esfuerzos del mismo ofendido por encauzar la protesta por canales pacíficos, el nerviosismo se hace presente en toda la amplia gama de las actividades económicas. La desembocadura no es, al menos por ahora, previsible para los atolondrados guías que debían conducir las finanzas por rumbos donde la especulación y hasta el temor no se salgan de medida. Nada se diga de aquellos que, ante el desbarajuste, sufrirán sus desagradables consecuencias, pues quedarán, sin duda y como siempre, en franco desamparo.

Los que aconsejaron tal ruta hacia la inhabilitación tratarán de esfumarse en la penumbra de las circunstancias, aunque las recriminaciones ya vuelan entre unos y otros. El parapeto de una propaganda tan inverosímil como mal diseñada en sus ejemplos, imágenes y redacción no los cobija, explica o protege. Así, las mujeres que roban chocolates, que quieren huir del lugar de su "horrendo" crimen sin ser bolseadas por amenazantes cuidadores del interés particular, son los sublimes ejemplos a los que recurren los funcionarios de la Secretaría de Gobernación para respaldar su torpe embestida contra el no tan desaforado jefe de Gobierno del Distrito Federal. Lo evidente es que contrataron a unos pobres diablos creativos o los orientaron pedestres politólogos, propagandistas de bolsillo, que nada entienden de fenómenos sociales, imaginarios colectivos y, menos aún, de problemas políticos en pleno e inédito desenvolvimiento.

El muy citado subprocurador Memije Vega se ha transformado, por arte de transposición alcahueta, en una especie de acusador ubicuito, pegajoso, refractario a la mirada y tan poco creíble que cualquier exilio le será incapaz de acercarle el sosiego de los sepulcros políticos.

No hubo en los estrategas, y menos en los tácticos gubernamentales y sus auxiliares jurídicos y jefes financieros, nadie que pudiera visualizar los meandros de tan cruento proceso de inhabilitación al que quieren llegar al precio que sea. Apostaron a costos menores, al menos pagables si se les compara con el nivel de la protección buscada a sus privilegios o con la ferocidad de su antagonismo para con la humanidad de López Obrador. Todo por eliminarlo de la contienda, por desaparecerlo del horizonte electoral, para dejarlo rumiando su desconsuelo. Quieren quitarlo, de una vez por todas y ahora que se puede, de ese oscuro, pero transitado atajo que lleva con velocidad inaudita hacia la prosperidad de unos cuantos elegidos. Pero les falló el cálculo, les faltó pericia y carecieron de imaginación y, sobre todo, menospreciaron al rival, ningunearon al pueblo y su sed de justicia, práctica por demás inveterada de los mandones. No previeron lo subsiguiente o lo trataron de simplificar hasta la ridiculez. Aguantaremos dos o tres meses de inestabilidad, se dijeron entre ellos como para conjurar la suerte echada. Pocos serán los costos contra los males y avatares que se tendrían durante seis años de verlo, de sufrirlo al frente de los destinos del país y apegado a sus ideales y principios. Tonterías de enloquecido izquierdista, se dijeron con unísono y tranquilizador murmullo de conspiradores rabiosos.

Pero pocos de ellos podrán aguantar el chaparrón, el trasiego de miles de defensores que, como estiradas sombras, desfilarán por las calles sin que puedan detenerlos. Millones de votantes dispuestos a castigar a esos complotistas que mal y poco resistirán los periodicazos de diarios tan apreciados para ellos como The Wall Street Juornal, el Post de Washington, el Financial Times de Londres, El País español, The Economist inglés o la incontrolable CNN. Lo que difunden varias agencias internacionales, Le Monde francés e incontables analistas de corredurías, calificadoras, centros de estrategia gubernamentales y círculos selectos del poder externo es veneno puro para sus ambiciones y locuras. Esos costos no son pagables y ya se atisba, como una corrosiva eventualidad cercana al precipicio, como dice Muñoz Ledo en su terrible, pero justiciera carta al presidente Fox, la renuncia o a la catástrofe.

 
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