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7 de marzo de 2005
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GARROTES Y ZANAHORIAS

¡AH, QUE TIPO!

No hay que ser Ricardo o Keynes ­ni siquiera Guillermo Ortiz­ para entenderlo. Cuando la moneda de un país pierde valor, sus productos resultan más baratos en los mercados internacionales y, por tanto, suben las exportaciones. De igual manera, a la población ya no le alcanza ­con la moneda depreciada­ para comprar tantos productos importados. El resultado es una mejoría notable en las cuentas externas del país.

Así ha pasado en México después de cada desplome del peso; también hace poco en Argentina. ¿Por qué, entonces, no pasa ahora en Estados Unidos?

En los últimos dos años, el dólar ha perdido la tercera parte de su valor frente al euro, lo que quiere decir que los precios de los productos europeos han subido para los estadunidenses.

Sin embargo, el déficit comercial, en vez de detenerse, ha subido como la espuma, llegando a la cifra histórica de 617.7 miles de millones de dólares en 2004. ¿Qué pasa? ¿Será que los gringos, a pesar de los precios, no pueden controlar sus deseos de tomar cada vez más Chateau Lafitte, comer más camembert y manejar más coches Alfa-Romeo?

Pero no es así. Lo que pasa es que las cifras comerciales engañan porque la forma en que se recopilan y se presentan pertenece a otro mundo, el de los años 40 del siglo pasado.

En aquellos tiempos, todo era más sencillo. Los coches Ford se hacían en Estados Unidos, los Volkswagen en Alemania, los Fiat en Italia, los Jaguar en Inglaterra. Y punto. Las exportaciones de cada empresa eran las exportaciones de los países donde se encontraban sus respectivas sedes.

Ahora no. Ford sigue exportando desde Estados Unidos, pero también desde México, Brasil, Inglaterra, España, y cada vez más países. El Ford que maneja el empleado bancario de Nueva York igual se pudo haber hecho en Hermosillo que en Dearborn, Michigan; el Volkswagen en Puebla o en Williamsburg, Alemania.

Sin embargo, la forma en que se presentan las transacciones distorsiona la realidad. Cuando un coche Ford se fabrica en Hermosillo y se vende en Chicago, los 15 mil dólares que cuesta se apuntan en su totalidad como exportaciones de México e importaciones de Estados Unidos.

Pero, de esos 15 mil dólares, sin duda la mayoría pertenece a la casa matriz en Estados Unidos, por haber puesto la tecnología (o know-how) y el capital. La principal contribución mexicana es la mano de obra (barata, por cierto).

La Oficina de Análisis Económico de Estados Unidos ­especie de INEGI­ calcula que el déficit comercial de aquel país sería al menos 25 por ciento menor si se contabilizan correctamente las transacciones que se concretan más bien dentro de una empresa que entre dos países.

¿Y qué decir de México? Pues es más que obvio que el sistema actual exagera nuestra importancia como país exportador. Para colmo, antes teníamos un método de calcular nuestras exportaciones que, al excluir las de las maquiladoras, daba un resultado mucho más fidedigno.

Hoy, si se eliminan las ventas de las maquiladoras ­como hacían todos los presidentes antes de Carlos Salinas­ México perdería más de 45 por ciento de sus exportaciones, y casi la cuarta parte de los restantes serían de petróleo. La realidad es dura. Y cabe preguntar si ha habido algún milagro económico o, más bien, todo sigue prácticamente igual  §

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