Usted está aquí: sábado 26 de febrero de 2005 Opinión El voto móvil

Ilán Semo

El voto móvil

¿Qué es lo nuevo en la geografía electoral a partir de 2004? Los indicios de un giro en la composición del voto (y probablemente en las estructuras clientelares que lo sostienen) datan acaso de los comicios en Oaxaca, donde se disputaron la gubernatura y el Congreso local. Una abigarrada coalición (que es más bien una aglomeración) de fuerzas que se opone al sucesor impuesto por José Murat se aglutina en torno a un antiguo miembro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Gabino Cué. El atavismo de Murat ha reunido la animadversión de la mayor parte de la sociedad oaxaqueña. Ulises Ruiz, el candidato oficial, obtiene una dudosa victoria llena de accidentes, violencia y reclamos que se decide, paradójicamente, en las autonomías indígenas, vindicadas por la izquierda como una opción supuestamente democrática. Las ciudades se inclinan por las apuestas de la oposición. Las interpretaciones varían. La mayoría de las opiniones se inclina a ver en el oxímoron oaxaqueño una suerte de redición de 1988; es decir, una escisión del PRI, ahora acogida por el panismo, recompone los equilibrios de una larga historia de caciquismo político. En Oaxaca, en 2004, pluralismo significa no tanto acotamiento del caciquismo como su ampliación en tres franjas políticas que contienden entre sí.

En los comicios que siguen en otros estados el panorama se repite, aunque con variaciones sustanciales. En Veracruz y Tlaxcala se enfrentan priístas y ex priístas al ocupar candidaturas de Convergencia, Partido Acción Nacional (PAN) y las coaliciones perredistas. Cierto, ser ex priísta en Veracruz no es lo mismo que en Tlaxcala. Los partidarios de Dante Delgado provienen de una antigua fractura que ha debido sortear el enrarecimiento que se cernía sobre los disidentes que en los años 90 abandonaban la casa oficial. La esposa del gobernador tlaxcalteca, a la que finalmente sólo apoyan Andrés Manuel López Obrador y Amalia García, ha ejercido funciones de gobierno durante seis años en una gestión que sólo deja dudas. Lo común en ambas candidaturas es que, si bien pierden, acaban obteniendo casi un tercio de la votación general; hecho insólito en la historia electoral de estas regiones del centro del país.

Las elecciones más recientes se efectuaron en Guerrero, Baja California Sur, Quintana Roo e Hidalgo. La misma tendencia. Desprendimientos, a veces masivos a veces insulares, del PRI, prueban suerte en las filas de la oposición. Acaban engrosando, ya visiblemente, la esfera de influencia de Andrés Manuel López Obrador y desplomando la votación de Acción Nacional. Si en Hidalgo y Quintana Roo vencen los votos priístas, lo hacen en comicios divididos, y el fenómeno del bipartidismo local, tan característico de la transición política desde 1988, se convierte gradualmente en una pugna (cada vez más impredecible) entre tres fuerzas efectivas.

Los años 2004 y 2005 son electorales, coinciden con el giro de la estrategia foxista de convertir al jefe de Gobierno del Distrito Federal en el adversario, no a derrotar (simplemente), sino a excluir de las opciones electorales. La lógica de esta estrategia es simple y obedece al material empírico que se acumula desde 2000: un político sin cargo no es ni medio político. Uno a uno, todos los que aspiran a permanecer en el deporte hípico de la sucesión y se quedan sin cargo, sufren de muerte política súbita. Jorge Castañeda, Felipe Calderón Hinojosa, Carlos Medina Plascencia, Cuahtémoc Cárdenas, por mencionar a algunos, se desploman en la brega de la opinión pública una vez que han salido de sus puestos de gobierno. Las estructuras partidarias son tan débiles que no logran sostenerlos.

En caso de proceder el desafuero, ¿soportaría la popularidad del Peje meses y meses sin el cargo? No casualmente, Santiago Creel advirtió en su comparecencia ante el Congreso que permanecería en la Secretaría de Gobernación hasta... el último suspiro, en algún día de enero de 2006, la noche anterior a su postulación como candidato (uno imagina).

Un año después en que la antinomia Fox-López Obrador ha ocupado el centro del espectáculo, ¿cuáles son las tendencias generales? Son visiblemente obvias. A la baja: (extrema) el PAN, (relativa) el PRI, los candidatos panistas, los candidatos independientes, Cuahtémoc Cárdenas. Al alza: Roberto Madrazo, las escisiones del PRI y el Partido de la Revolución Democrática. Se mantienen: López Obrador y Vicente Fox.

Esta nueva geografía, ostensiblemente más fragmentada que la de 2000, impone tácticas y reacomodos que hace un mes, digamos antes de las elecciones de Guerrero, resultaban inimaginables:

a) Desde la perspectiva del panismo, su recuperación pasa inevitablemente por el desafuero. Sólo un tú a tú con Madrazo podría inyectarle el impulso para reagrupar fuerzas.

b) Desde la posición de Roberto Madrazo, su sitio se halla en las maquinarias locales que logren sobrevivir y, sobre todo, en los votos panistas que le sean trasladados por temor al ascenso del jefe de Gobierno del Distrito Federal.

c) López Obrador, al igual que Santiago Creel, no tienen más remedio que procurar sostenerse en el cargo hasta el último día posible.

Sólo así se explica la vehemencia del panismo por el desafuero y la relativa indiferencia del priísmo frente al tema. Las opciones priístas se han fortalecido con un polo radicalizado -como el del Distrito Federal- que enajena a la clase media y tensa el ambiente general (una suerte de "voto del miedo"). Y el PAN se encerró en un callejón sin impulso. No es precisamente una carrera perdida. La elección española se decidió a dos días de los comicios. La estadunidense dio un viraje después de una sola y sospechosa aparición de Osama Bin Laden. Las elecciones contemporáneas se deciden inclusive en el último aliento.

 
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