Usted está aquí: viernes 25 de febrero de 2005 Opinión AMLO y Lula

Jorge Camil

AMLO y Lula

El desafuero es un fenómeno indigno de un pueblo que presume de haber llegado a la democracia o que por lo menos afirma estar en franco proceso de transición, porque al intentar resolver la sucesión presidencial de 2006 mediante golpes bajos, remedos de legalidad y supuestos actos republicanos proclamados con voz engolada desde las alturas del poder, estamos regresando a la época de las cavernas. Las pretendidas justificaciones legales son tan pobres que no merecen ser analizadas. Lo importante es reparar en los efectos que el proceso tendría en el futuro desarrollo de nuestro precario sistema político y en la imagen de México en el exterior.

En este mismo espacio ("Clinton y AMLO", La Jornada 02/7/04) comparé las circunstancias y los efectos del desafuero de Bill Clinton con los del pretendido proceso contra Andrés Manuel López Obrador y relataba que el desafuero de Clinton (eventualmente desaforado por la cámara baja, pero no confirmado por el Senado) fue señalado por el ex presidente en sus memorias como la estrategia desesperada de la derecha fundamentalista que hoy gobierna Estados Unidos para impedir que continuara en el poder no obstante su relección por mayoría abrumadora. Había que derrotar por todos los medios posibles al hombre que en días pasados fue reconocido por el mismo George W. Bush como uno de los mejores políticos que han gobernado Estados Unidos en tiempos modernos.

Y, como en política no hay nada nuevo bajo el sol, cada vez que escucho las untuosas declaraciones de Santiago Creel o los ataques virulentos de los diputados priístas recuerdo los discursos interminables de los senadores evangelistas que pretendían desaforar a Bill Clinton. Allá el objetivo era "restablecer el orden moral" y aquí "restaurar el Estado de derecho". Curiosamente dos embajadores extranjeros, con quienes me reuní por separado recientemente, me dieron perspectivas diferentes que tienen el beneficio de la objetividad. Uno de ellos, que vivió el "fenómeno Lula" en Brasil, me recordó que cuando el actual presidente anunció su candidatura los empresarios brasileños proclamaron la imperiosa necesidad de detenerlo a toda costa: "se come a los niños vivos y conducirá el país hacia la dictadura; está a favor de los pobres -advertían-, luego nos dirigimos al comunismo". Finalmente, concluyó el diplomático, los niños de Brasil continúan disfrutando la vida y jugando al futbol en las calles. Lula resultó, para sorpresa de sus detractores, un gobernante moderno y eficiente. A favor de los pobres, claro está (la elección no era momento para claudicar), pero también reconocen que ha gobernado para quienes crean empleos y contribuyen al crecimiento económico.

El otro embajador, un amigo personal que hace varios años representó a una potencia extranjera en nuestro país, me hizo las siguientes observaciones sobre el posible desafuero de López Obrador: "Sería desastroso para México, porque mostraría un país sin estructura democrática donde la sucesión no se resuelve en las urnas". Posteriormente añadió que el proceso podría afectar la calificación del crédito internacional de México y el flujo de inversión extranjera. "López Obrador ha llegado demasiado alto para derribarlo con un golpe bajo." Le pregunté cómo perciben a Andrés Manuel los empresarios de su país y me contestó sin ambages: "como un político de izquierda que ha administrado hábilmente una de las ciudades más grandes del mundo".

El problema es que aún no hemos superado el espejismo de la Presidencia, aunque sea un remedo de lo que fue y esté actualmente secuestrada por la muchedumbre enardecida de San Lázaro. ¿Poner por encima de la silla presidencial la conclusión de nuestra transición democrática y la imagen en el exterior? Tal vez en Suiza o en algún país nórdico. En México, por lo pronto, lo gritan a los cuatro vientos tirios y troyanos, la cabeza de López Obrador significa a un tiempo regresar a Los Pinos o conservar Los Pinos, convirtiendo al carismático político tabasqueño en el alfa y el omega del futuro político de México. Porque no obstante la parálisis a que está condenado un Poder Ejecutivo que por falta de instituciones funciona a la deriva, la Presidencia sigue siendo la cima del Everest, el vellocino de oro, la joya de la corona. Eso no debe sorprendernos, porque el poder y la codicia son los monstruos que alimentamos durante un siglo de subdesarrollo democrático.

La esperanza es que algunos priístas, de los que no echan espuma por la boca, conscientes del error histórico que sería el desafuero, trabajan a última hora para detener la jauría. Aún no he dicho que le relaté a mi amigo diplomático la conversación con el otro embajador, y que después de un breve silencio, en el que seguramente buscaba la frase correcta para contestarme en español, me dijo con una sonrisa que puso todo en el enfoque correcto: "yo creo que los niños mexicanos continuarán disfrutando la vida y jugando al futbol en el gobierno de López Obrador".

 
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