Usted está aquí: jueves 24 de febrero de 2005 Opinión Una resolución inútil

Javier Flores

Una resolución inútil

La declaración aprobada el viernes pasado por el Comité de Asuntos Legales (sexto comité) de la Organización de las Naciones Unidas ilustra el grado de división en el que se encuentra la comunidad internacional frente al tema de la clonación. Muestra la intención de imponer una visión única a escala global sobre los significados de la vida y la persona humana, y fracasa rotundamente en sus intentos de poner un freno a la transferencia nuclear con fines terapéuticos.

Desde el inicio del siglo, la ONU emprendió la tarea de crear una Convención Internacional Contra la Clonación Reproductiva de Seres Humanos. La iniciativa vino de Francia y Alemania. En ese momento el contexto estaba formado por la certeza sobre la factibilidad técnica de creación de seres humanos por clonación y por el anuncio de experiencias realizadas con este propósito por grupos como los raelianos que, aunque no fueron confirmadas, crearon importantes señales de alarma. En 2001 la Asamblea General decidió que se elaborara un proyecto, en el marco del sexto comité, para convertirlo en resolución de la asamblea que fuera cumplida por los estados miembros.

Pero pasaron casi cuatro años sin que el sexto comité pudiera llegar a un acuerdo. La razón fue la pretensión de un grupo de ampliar los alcances de una convención originalmente ideada contra la clonación reproductiva (sobre lo cual desde el inicio hubo consenso), incorporando la condena a la clonación con fines terapéuticos. Ese bloque está integrado por Estados Unidos y el Vaticano, quienes encabezan un conjunto numeroso de naciones en su mayoría de Africa y América Latina, caracterizados por bajos niveles educativos y científicos y/o con fuerte influencia de la Iglesia católica en sus políticas locales e internacionales. La confrontación se expresaba mediante dos proyectos de resolución: uno encabezado por Costa Rica, nación que actuó como representante del bloque ya citado, en el que se condenan todas las modalidades de la clonación; y otro liderado por Bélgica, en el que se repudia la clonación con fines reproductivos, pero se reconoce la libertad para que cada nación decidida libremente las formas de regular la clonación terapéutica.

Ante la falta de un consenso en el sexto comité, la Asamblea General decidió en diciembre pasado que se elaborara una declaración, tomando como base un proyecto presentado por Italia que podría destrabar las diferencias entre las iniciativas de Costa Rica y Bélgica. Sin embargo, el Comité de Asuntos Legales decidió el viernes dejar de lado ese mandato y cambiar el orden de la discusión, privilegiando una iniciativa presentada por Honduras. Este cambio implicó una primera votación que ya auguraba lo que sucedería más adelante.

La iniciativa hondureña -respaldada por el bloque Estados Unidos-Vaticano- consiste en un llamado a todos los estados miembros a adoptar todas las medidas necesarias para proteger la vida humana en el contexto de las ciencias de la vida y a prohibir todas las formas de clonación puesto que -se afirma en la declaración- son incompatibles con la dignidad humana y la protección de la vida. También se hace un llamado a tomar las medidas necesarias para prohibir la aplicación de las técnicas de ingeniería genética que puedan ser contrarias a la dignidad humana. La declaración fue aprobada por 71 votos a favor, 35 en contra y 43 abstenciones.

Tal acuerdo sólo muestra el fracaso del sexto comité para alcanzar una resolución por consenso en un tema que creó grandes expectativas en el mundo. Es también una iniciativa endeble, pues no logró ni 50 por ciento de los votos y evidencia la magnitud de la división que persiste en la comunidad internacional. Además se trata de una declaración que no tiene carácter obligatorio para los estados miembros. Es, en suma, el resultado de un esfuerzo desesperado por obtener a toda costa una declaración contra la clonación humana, que tiene una finalidad más propagandística que efectiva.

La declaración aprobada pasará ahora a la Asamblea General. Se transfiere al pleno la enorme división que caracterizó el debate durante los pasados cuatro años. No es seguro que sea aprobada como está en la votación que se llevaría a cabo en octubre próximo (por los antecedentes que caracterizaron el debate en el sexto comité) y, si acaso lo fuera, la ONU absorbería el enorme descrédito de arribar a una resolución con votación dividida y completamente inútil.

Es inútil, pues varios países cuentan ya con leyes o guías para la investigación en células troncales embrionarias y clonación terapéutica. El contexto mundial está marcado ahora por la aprobación y el avance de proyectos de investigación en este campo en un número creciente de naciones, que no se detendrán ante una resolución como la del viernes. Así lo hizo saber el mismo día de la votación el representante permanente del Reino Unido, Emyr Jones Parry, quien señaló que la declaración no tiene ningún efecto sobre la investigación que se realiza en su país sobre células troncales y añadió que la clonación con fines terapéuticos seguirá permitida en su nación.

Es muy importante tener claro que a pesar de que puedan crearse bloques de países en los que se establezca una prohibición sobre la clonación terapéutica, la permanente movilidad que caracteriza a las comunidades científicas permite a los investigadores que se encuentran en un país donde exista este impedimento realizar sus investigaciones en otras naciones en que las leyes autorizan estos proyectos. Esto muestra la inutilidad de cualquier resolución que no sea aprobada por amplia mayoría o consenso.

Finalmente, es lamentable el papel que ha jugado la representación de México en la votación referida. Abandona la bandera principal que enarbolaba a favor del consenso y termina cediendo ante las presiones de Estados Unidos y el Vaticano (o ante los favores recibidos de Honduras y otros países del área, que recientemente apoyaron la candidatura del canciller Derbez para dirigir la OEA). Los representantes mexicanos, que siempre han justificado el sentido de su voto, esta vez guardaron silencio. Es una vergüenza que la política exterior de México, que en otros momentos ha sido motivo de orgullo, se deje, sin más, en manos de la Iglesia católica.

 
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