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México D.F. Miércoles 6 de octubre de 2004

Alejandro Nadal

Protocolos disonantes: de Montreal a Kyoto

Dos buenas noticias para la salud de la atmósfera. Primero, Rusia está en vías de ratificar el Protocolo de Kyoto, lo que aseguraría la entrada en vigor del tratado más importante sobre cambio climático. Segundo, las mediciones sobre la Antártida este año sugieren que la capa de ozono, atacada durante décadas por compuestos químicos que la degradan, estaría en vías de recuperación. Por fin dos noticias buenas que podrían ser catalizadoras de progreso en el futuro cercano.

La aparente mejoría de la capa de ozono podría ser resultado del Protocolo de Montreal, un tratado negociado hace 17 años. La capa de ozono de la estratosfera es un escudo natural que protege todas las formas de vida de los dañinos efectos de los rayos ultravioleta. En los años setenta se descubrió que grupos de productos químicos de uso común en varias industrias descomponían las moléculas de ozono. La evidencia era clara: esos compuestos migraban hasta la capa de ozono, a unos 23 kilómetros de altura, y al entrar en contacto con los rayos del sol desencadenaban reacciones que rompen las moléculas de ozono.

Las imágenes de satélite sobre los polos, y en especial sobre la Antártida, confirmaban que la capa de ozono estaba adelgazándose a un ritmo alarmante. Era urgente iniciar negociaciones para eliminar la producción y uso de las sustancias dañinas. En 1985 se firmó la Convención de Viena para proteger la capa de ozono, y en 1987 se firmó el Protocolo de Montreal (PM), estableciendo un esquema para eliminar paulatinamente a productos como los clorofluorocarbones (CFC), los halones y el bromuro de metilo.

El Protocolo de Montreal reconoce las asimetrías entre países industrializados y subdesarrollados. Los primeros estuvieron obligados a eliminar totalmente las sustancias culpables en horizontes temporales fijos (por ejemplo, 1996 para los CFC), mientras los segundos tuvieron plazos más largos. Además, el PM estuvo acompañado de un instrumento de apoyo financiero para asegurar que la reconversión industrial se llevara a cabo en los países de menores recursos. En síntesis, se trata de un sistema regulatorio sencillo que prohíbe las actividades que contaminan.

El contraste con el Protocolo de Kyoto (PK) no podía ser más fuerte. Este instrumento tiene por objeto reducir las emisiones de gases invernadero y también reconoce las asimetrías entre los países ricos y los no industrializados. Pero esa es la única semejanza. El PK establece un complejo sistema regulatorio, combinando metas cuantitativas fijas con una variedad de instrumentos ''flexibles'' que permitirían a las partes alcanzar las metas fijadas. Entre esos instrumentos destacan los esquemas de desarrollo limpio, el de ''aplicación conjunta'' y la posibilidad de crear un mercado de cuotas permitidas de emisiones de gases invernadero.

Esos mecanismos ''flexibles'' podrían convertirse en vías para eludir el cumplimiento de los compromisos adquiridos por los países ricos y, al mismo tiempo, pretender que se mantiene la observancia del Protocolo de Kyoto. Por ejemplo, la llamada aplicación conjunta podría permitir a un país rico rebasar los niveles de emisiones a través de inversiones en países pobres que supuestamente servirían para retirar de la atmósfera el exceso de emisiones. Esos esquemas están sujetos a un fuerte debate porque no está para nada claro cómo, y durante cuánto tiempo, esas inversiones efectivamente servirían para esos fines.

El mercado de cuotas permitidas estaría organizado alrededor de operaciones de compra y venta de las cuotas de emisiones autorizadas para cada país. Las economías con una tecnología más limpia que operaran por debajo de la cuota (de emisiones) autorizada podrían vender la parte no utilizada de su cuota a países que hubieran excedido el nivel del cupo asignado. De este modo, se pretende utilizar los incentivos económicos para fomentar el uso de tecnologías más limpias. Pero, en realidad, el establecimiento de un mercado de cuotas permitidas consagra el principio de que el que puede pagar, puede contaminar.

Por último, el Protocolo de Kyoto tiene la desventaja de que sus metas son insuficientes. Los países ricos deben alcanzar entre 2008 y 2012 un nivel de emisiones de gases invernadero inferior en 5 por ciento al que tenían en 1990. Esa meta es juzgada por los científicos como totalmente insuficiente. La evidencia de las últimas investigaciones demuestra de manera rotunda que la meta de Kyoto debiera ampliarse y que las reducciones tendrían que ser unas diez veces mayores si se quisiera realmente detener el proceso de calentamiento global. La ratificación del PK por Rusia asegura la entrada en vigor del tratado, pero no su efectividad. La lección es clara: un sistema regulatorio barroco, como el Protocolo de Kyoto, nunca podrá alcanzar sus metas. La comunidad internacional debe prestar atención a las señales y ser menos acomodaticia a los intereses de los países poderosos que, dicho sea de paso, son los que tienen una responsabilidad histórica planetaria en materia de contaminación.

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