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México D.F. Domingo 5 de septiembre de 2004

 


La "otra mitad del cielo" vive un infierno

El Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer presentó un informe escalofriante sobre la violencia contra ese sector de la población en el mundo. Una de cada cuatro mujeres ha sufrido agresiones físicas, y cada año 2 millones son vendidas como objetos sexuales. En algunos países se las utiliza como bestias de carga, sufren la ablación del clítoris para impedirles el goce sexual y dedicarlas sólo a la reproducción, y son eliminadas por millones al nacer, porque se considera que una hija es una carga para la familia y un hijo una bendición.

Las familias donde las mujeres son víctimas de la violencia forman a las generaciones más jóvenes en el sadismo, la misoginia y el desprecio a sus madres, con graves resultados para su desarrollo síquico. El acoso sexual y la violencia verbal (que por lo general preanuncian la violencia física o la preceden) degradan gravemente las relaciones de trabajo o sociales.

Si bien patriarcales, las sociedades primitivas consideraban al menos que las mujeres eran un bien que había que defender y preservar para mantener la comunidad. El triunfo del neoliberalismo ha acentuado la transformación de las mujeres en mercancía, sujetas al uso y al abuso, incluso a la destrucción según voluntad de su poseedor. El patriarcado actual, en buena parte del mundo y a pesar de múltiples declaraciones hipócritas, sigue considerando que el sexo femenino es inferior y está subordinado al masculino, y que las mujeres son objeto de uso de los hombres y se pueden comprar con contratos matrimoniales, recibiendo gratificaciones (dotes) por llevárselas de su hogar paterno. Al mismo tiempo, la inseguridad personal y colectiva, el miedo, la falta de futuro, el aumento constante de la barbarie en la vida de las naciones, hacen vacilar el poder paterno en la familia y provocan rabia, sicosis, violencia en escala masiva entre los hombres, que se sienten atrapados en un horrible mecanismo que ni siquiera comprenden. Todo eso se descarga contra las mujeres y también contra los niños, pero sobre todo contra las primeras.

Los sectores urbanos más disgregados, en todas las grandes ciudades, se reúnen y actúan como si fueran jaurías y recurren a la droga y al alcohol. El machismo tiene en esos grupos carta de ciudadanía y la mujer es despreciada y considerada una simple presa. En la familia rural, también en todo el mundo, la estructura tradicional se disgrega con la migración masiva en busca de empleo, que deja inermes, sobre todo, a las mujeres, como lo muestran las muertas de Ciudad Juárez. La impunidad de los crímenes que se cometen contra las integrantes del género femenino cuenta con la complicidad de los machistas.

En Italia, jóvenes trabajadoras de la industria del calzado a domicilio quedaban paralíticas por efecto del pegamento que utilizaban en su trabajo, pero los hombres del pueblo y hasta sus parientes consideraban que ese trabajo -que ellos jamás habrían aceptado- "era propio de mujeres" que redondeaba el ingreso familiar. Igualmente, el robo de mujeres, como si fueran ganado, es una práctica corriente, normal, para los hombres en muchas comunidades, y es paralelo a la venta de jóvenes de Europa oriental y de varios países asiáticos como esposas-esclavas o, peor aún, como prostitutas.

En el siglo XIX decía Federico Engels que la civilización de un pueblo se medía por la situación de sus mujeres. Pues esa civilización aún debe ser alcanzada en buena parte del mundo, incluyendo a México, donde la violencia contra las mujeres y el desprecio por ellas degrada cotidianamente a nuestra sociedad.
 

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