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México D.F. Viernes 20 de agosto de 2004

Gabriela Rodríguez

La marca de Cristo

El actual milenio no puede ser más contrastante: mientras en los Juegos Olímpicos se resignifican los símbolos de la Grecia clásica, en el Vaticano se reafirma una forma única y ahistórica de interpretar la Biblia, en especial en lo que se refiere a las relaciones entre los sexos. Como si la filosofía no reconociera ningún avance más allá de las aportaciones de los grandes peripatéticos, los líderes eclesiales cerraron la frontera de la sabiduría hace más de 2 mil años.

En carta dirigida este mes a todos los obispos de la Iglesia católica, aprobada por el Papa, el cardenal Joseph Ratzinger reafirma que la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo debe seguir normada como estipulan las sagradas escrituras. Se trata de un documento fundamentalista -en el estricto sentido del término "interpreta los textos fundamentales de forma literal"-, inspirado en los datos doctrinales de la antropología bíblica se opone directamente a las nuevas tendencias feministas.

El cardenal pone a disposición un conjunto selecto de textos sobre la pareja, que para una antropóloga del género, como yo, son de gran utilidad para estudiar de qué manera las narraciones míticas judeocristianas ponen de relieve diversas concepciones de la jerarquía masculina, un orden moral desigual entre los sexos y valoraciones hostiles al placer. Ante la imposibilidad de agotarlos en este espacio, presento algunas interpretaciones iniciales.

Como en toda religión, el cuerpo de cada fiel lleva la marca de su Dios y, a diferencia de los postulados cosmogónicos y politeístas, desde el Génesis no se habla de divinidades femeninas ni hermafroditas, sino de un solo Dios creador y central con representación masculina, que en el Nuevo Testamento se encarna en hombre y siempre varón: la figura de Cristo.

Las diferencias sociales y la hegemonía masculina encuentran la ocasión de expresarse desde la creación de una humanidad sexuada, Eva y Adán tienen diferencias de acceso al conocimiento y al poder: creada por causa del hombre. Eva "vio que el árbol era bueno de comer y un deleite a los ojos y que era además el árbol apetecible para lograr la inteligencia, y tomó de su fruto y comió, haciendo también copartícipe a su marido, el cual comió" (Génesis, 3 a 7). Luego vendrá el gran reproche y castigo a la pareja primigenia y desobediente: "ƑQuién te ha indicado que estabas desnudo? ƑHas comido acaso del árbol que te ordené no comieras? Dijo el hombre: la mujer que pusiste junto a mí, ésa me ha dado del árbol y he comido. Yahveh dijo a la mujer: Ƒqué es lo que has hecho? (...) Multiplicaré sobremanera los sufrimientos de tu gravidez; con sufrimiento parirás hijos, y hacia tu marido será tu tendencia, y él te dominará" (Genésis 3, del 11 a 21).

Este juicio, que el propio Ratzinger califica de lapidario e impresionante, es parte del vocabulario nupcial, y más allá de Adán y Eva "está en Dios que ama a su pueblo, Israel, como a una esposa, y en el Cantar de los Cantares, único texto que con audacia celebra la belleza de los cuerpos y la felicidad y que unen el amor profundamente humano con lo más divino. La unión continua en el Nuevo Testamento simbolizada en la alianza de Cristo y su Iglesia, testimonio de fidelidad y unidad del que nace la nueva Eva".

Lo simbólico representa y ordena a la vez, y sólo se pasa de lo social a lo simbólico por vía de la práctica, la frase "la fidelidad es más fuerte que el pecado" expresa la oposición de Jesús al divorcio, según el cardenal. Como todos los sacerdotes de esa Iglesia comandada por hombres, la marca de Cristo está en su celibato, práctica que no se les exigirá, sino hasta el año 1139 dC, en que empieza a considerarse condición superior que se aparta de las impurezas del matrimonio "la persona se libera de los límites presentes de la relación conyugal hacia una mayor perfección que su relación alcanzará en el encuentro cara a cara con Dios". Como umbral de la pureza, el cuerpo se carga de poder, y como frontera espacial sacralizada, en el espacio ya no hay metáfora: no se toca el cuerpo ni siquiera al bañarse.

En los textos se confirma la visión feminista que Ratzinger niega desde el primer párrafo: que las diferencias de género no son naturales, sino construcciones dinámicas, producto de un conjunto de condicionamientos históricoculturales.

"Desde la aparición del lenguaje fue necesario que el universo fuera signo -afirma Lévy-Strauss-, y con él el cuerpo humano, que forma parte de ese universo; es el hombre quien organiza la significación y establece las relaciones partiendo de la única materia prima de la que dispone: la naturaleza y el cuerpo."

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