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México D.F. Domingo 8 de agosto de 2004

Carlos Bonfil

Un día sin mexicanos

El estado de California, quinta potencia económica mundial, queda aislado del resto del mundo, sometido a un estado de emergencia, presa absoluta del caos y la parálisis financiera, cuando una misteriosa neblina provoca la súbita desaparición de todos los habitantes de origen hispano, los llamados latinos (un total de 16 millones, la tercera parte de la población del estado), amalgamados todos ellos, salvadoreños y argentinos por igual, como mexicanos, pues la ilustración anglosajona parece incapaz de distinguir las múltiples nacionalidades al sur de su frontera.

Una epidemia de desapariciones, como la habría podido imaginar algún viejo episodio televisivo de La dimensión desconocida, o Taken, la serie más reciente de Steven Spielberg. Un día sin mexicanos (A day without a mexican), primer largometraje del caricaturista y rockero (Botellita de Jérez) Sergio Arau, realizador de un corto homónimo en 1999, y un año antes, de un corto de animación, El muro, tiene como punto de partida una propuesta en principio novedosa (la sátira social que enumera los prejuicios de cierta arrogancia anglosajona, y las reacciones siempre complejas de los hispanos), y como punto de llegada y definición final, el candor y la tibieza de un llamado a la conciliación humanista, según el cual no hay gringos ni mexicanos, sólo seres humanos ansiosos de entenderse mutuamente. La propuesta oficial más reciente de repeler a mexicanos indocumentados con balas de hule y gas pimienta, muestra hasta qué punto la pretendida sátira de Arau se ha vuelto ingenuidad irredimible.

El terreno de Arau es naturalmente la comedia, y también ese intento suyo de combinar ficción y falso documental (mockumentary), con el recurso a leyendas informativas y cifras en la pantalla sobre la aportación hispana a la economía estadunidense, y durante un buen momento la película tiene eficacia y buenos momentos humorísticos. Sin embargo, todo ese esfuerzo se diluye paulatinamente en una banalidad digna de entretenimientos televisivos dirigidos a la población hispana en Estados Unidos. Fuera de esa posible recepción y de ese contexto, Ƒqué ofrece la película a los públicos alejados de la neblina californiana? Un repertorio de clichés y personajes caricaturescos que restan todo interés a la trama. Un senador reaccionario que odia a esos mexicanos a los que luego implorará comprensión y votos; un granjero liberal que adora al buen trabajador José, su Uncle Tom chicano; una sirvienta, Cata (Elpidia Carrillo), icono doméstico irremplazable; un irascible red-neck, defensor de la supremacía blanca, y una presentadora de televisión (Yareli Arizmendi), cuyo magno descubrimiento ("Mi corazón es mexicano") se vuelve esencial para solucionar el drama de las desapariciones. Añádase a esto un coctel de delirios esotéricos y teorías de conspiración científica (militares y agentes de la CIA cómplices en ominosos proyectos de selección y eliminación genéticas), y se verá claramente lo que Sergio Arau entiende como comedia y como una sátira social encaminada hacia el abrazo fraternal de indocumentados y guardias fronterizos. (šQué buena onda son los gabachos!). Hablando de desapariciones, cabe señalar aquí algo que podría ser distracción de quien esto escribe o bien exceso de atención: una escena escamoteada en la versión que se presenta hoy al público. Se trata de la llegada a nuestras fronteras de estadunidenses solicitando asilo debido al clima apocalíptico que vive California. Es una lástima y una decisión incomprensible: la escena es irónica y muy divertida.

En Un día sin mexicanos la intención satírica se diluye en el sentimentalismo y en un mar de buenas intenciones. Se remplaza la ligereza del falso documental, opción eficaz considerando el éxito actual de la denuncia lúdica de Michael Moore, por una retórica muy cándida sobre el arraigo cultural y la preservación de la cultura nacional (entendida como atractivo pintoresco). Recientemente se presentó en la Cineteca la película Dirt, de Nancy Savoca, sobre el tema del desarraigo cultural de una mujer salvadoreña, sirvienta en Park Avenue. Las conclusiones de la cinta fueron perturbadoras: la nostalgia del confort anglosajón vencía finalmente a la nostalgia por las raíces. Esta visión crítica brilla por su ausencia en esta película de Arau hijo, cuyo mayor atractivo es su estupenda banda sonora. No es mucho, pero no faltarán seguidores.

Post-data: en un país como el nuestro, tan dependiente del cine hollywoodense y sus remedos locales, de la comida chatarra y sus productos light, Ƒel mayor inconveniente no sería acaso Un día sin gringos?

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