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México D.F. Domingo 8 de agosto de 2004

Bárbara Jacobs

La casa de cerca

Tuve que leer varias veces las tres últimas páginas de Bajo la sombra del olivo, la autobiografía de William Graves que es, en consecuencia, una biografía de Robert Graves. La vista se me nublaba y el llanto se me atoraba en la garganta. Este capítulo final del libro concentra las doscientas y pico páginas que le anteceden. En un primer intento de referirme a esta obra hice un listado de lo que el texto era, de lo que no era y de lo que yo habría querido que pudiera ser. Pero cuando finalmente logré leer el final sin un velo de lágrimas entre mi vista y la hoja me pregunté cuál era el verdadero meollo de la obra, pues lo que es en la superficie está inmejorablemente condensado en la solapa y no se trataba de que lo repitiera, ni si quiera en otras palabras.

Así, me arriesgaré a sostener que William Graves, geólogo, encontró, a través de la escritura de Bajo la sombra del olivo algo que, de no haberlo encontrado, le habría impedido vivir en paz y, de hecho, escribir el texto con la pausa y la pasión con que lo hizo. Me refiero a cuando se da cuenta de que su padre, ya en estado senil, de noventa años de edad, no murió mientras él, el hijo mayor del segundo matrimonio del poeta, no llegó a su lado a verlo dormir hasta dar un último suspiro mediante el cual se despedía de él.

"Hacía más de cinco años que no me reconocía", anota William; y: "Me sentí curiosamente agradecido de que hubiera esperado a que yo llegara, como para subrayar que entre nosotros no había rencor." A Robert Graves en un principio no le había gustado la mujer con quien William se casó, pero, sobre todo, no le había perdonado a su hijo que lo confrontara y no cediera ante un capricho del poeta iluminado. Robert Graves dio a su hijo una casa para que la viviera con su esposa, y de pronto pretendió quitársela para que quien la habitara fuera su musa en turno. William se negó a desocupar su hogar y su padre no toleró la oposición.

Sin embargo, el gesto final de Robert Graves con William era una reconciliación simbólica y trascendental. Después, William supo que su padre lo había nombrado su albacea tanto para el asunto de las regalías como para el literario, y éstos son honores que enfocan el pasado tanto como el presente y el futuro de quien los habrá de recibir.

Quiero hacer notar que William luchó por tener una identidad propia, independiente de la de su padre, apenas si tuvo conciencia de que su padre era famoso y poderoso. Lo demostró no sólo en la profesión de geólogo que escogió, sino en atreverse a no ir a Oxford, a donde su padre lo habría podido "meter" con toda facilidad, sino al dejar intermitentemente dicha carrera y hacer él solo y temporalmente de hotelero, en Deià, al norte de la inolvidable isla de Mallorca. William tuvo el mundo a sus pies, viajó y conoció los cinco continentes; pero su casa, que su padre bautizó como "La casa de lejos", fue la de cerca para él, a pesar de que la Deià de su infancia quedó tan "lejos" como esta misma etapa de la vida había hecho cuando William se hizo adulto y la dejó atrás.

Haber visto a su padre escribir envuelto en una manta antes de que al pueblo de pescadores y campesinos le llegara la electricidad, es un recuerdo para la posteridad como lo es haber oído a Robert Graves informar que no porque se le hubiera ocurrido al Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, llegar a Deià a visitarlo, iba él a alterar la rutina en la que habría de encontrarlo de preparar abono para sus tierras. "Él es el que me viene a ver a mí; no yo a él."

Bajo la sombra del olivo nos muestra a Robert Graves preparando ensaladas y mermeladas; "arreglando las cosas" de sus familiares y amigos, por lo general, en bien de Deià; yendo a recoger el correo, contestándolo y llevando las respuestas para ser despachadas de una vez. Pero Bajo la sombra del olivo también nos muestra a William Graves niño, amigo de los niños campesinos de Deià; su primer enamoramiento; su paso del uso de la bicicleta al del automóvil; su gusto por tocar la guitarra; su añoranza de su niñez, del Deià primitivo, de todo lo que había sido y que, por el paso del tiempo, había dejado de ser.

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