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México D.F. Domingo 8 de agosto de 2004

Rolando Cordera Campos

Después de la lluvia

La nada heroica victoria de los senadores y diputados de la nueva mayoría en la reforma de la Ley del Seguro Social tendrá que esperar su publicación presidencial, así como la apelación correspondiente, hasta que la Suprema Corte diga la última palabra. Atrás quedarán las curiosas posturas de los reformadores de a poquito y, esperemos, también el lamentable espectáculo de machismo de los representantes de una patronal que parece más bien dispuesta a dormir el sueño de los (in)justos con tal de no hacerse cargo de los problemas que aquejan al país y a su propia supervivencia como clase dominante.

Los buscapleitos que representan a la empresa en el Seguro Social parecen querer quedarse con todo y estar listos para iniciar una guerra de clases. Cualquiera, aparte de ellos y sus amanuenses, en especial los que quedan del antiguo poder mexicano de las finanzas y la industria, sabe que el solo anuncio de las hostilidades podría poner a México al borde de una auténtica ingobernabilidad, poco elegante pero sin duda muy corrosiva.

La del jueves en la madrugada puede ser una victoria pírrica, no sólo porque sus alcances son realmente minúsculos y en muy poco ayudan al IMSS a salir de su hoyo. Puede ser un triunfo contraproducente, porque agudice la inseguridad de los trabajadores del instituto y con ello el deterioro de sus servicios, contagie a los sindicatos mejor organizados y capaces de dar la lucha laboral, y sirva de pretexto para que algunas capas de la sociedad, de la mediana empresa a los profesionistas acomodados pero endeudados hasta el cuello, piensen de nuevo en el dólar no sólo como el ahorro más seguro sino como la llave para protegerse de la tormenta que sigue.

Jugar con el dólar, a pesar de la estabilidad lograda, no puede verse como cosa del pasado, del populismo infame o de la irresponsabilidad autoritaria. Un amago de guerra de clases, como el hecho por los representantes patronales, provoca la agudización del lenguaje bélico que ya usan muchos de los afectados y puede hacernos el triste favor de recordarnos, por la vía de la fuga de divisas, que vivimos todavía un presente preñado de pasado, más que del futuro que nos prometía la alternancia y la novísima revolución cristera que en 15 minutos dejaría atrás los viejos problemas, usos y costumbres.

Se dice, como lo ha hecho el senador Carlos Rojas, que la pequeñez de lo alcanzado, frente al costo político en que se incurrió, podría ser leída de otra, ominosa, manera. Que la premura y la negativa a explorar un poco más la ruta del diálogo con el sindicato, podría ser una especie de ensayo general para dar el paso mayor de una transformación regresiva de la seguridad social mexicana. "De un plan más amplio que culmine con la liquidación del IMSS" (Crónica, 05/08/04, p. 12).

En Xicoténcatl y calles aledañas se gritó que lo que se abre paso es la privatización del Seguro Social y la revisión radical, "hacia abajo", de los regímenes de jubilaciones y pensiones de las empresas públicas y de algunas privadas cuyos sindicatos han logrado mejores condiciones que las establecidas en la ley. No ha habido en todo esto precisión argumentativa, pero su sola presentación por parte de dirigentes, abogados y uno que otro titular de la prensa, bastan para conformar un escenario de polaridades que resulta difícil transitar y que por lo pronto envenena los ánimos de los principales interlocutores e impide una meditación a fondo, con la mirada puesta en el largo plazo, como la que recomienda Rojas al final de su sereno artículo, publicado el día en que la mayoría de sus compañeros de partido, junto con el PAN y los verdes, votó en favor de la reforma de la Ley del Seguro Social.

Tiempo hay para que la lluvia no se vuelva huracán, gracias sobre todo a que los trabajadores han optado por la vía legal. El uso de la calle para manifestar no es un derecho que haya desaparecido con la democracia perfecta del Foxgate, el decretazo de octubre y el rififí entre los priístas posmodernos, pero cada día se inscribe más en el terreno de la expresión social legítima no antiparlamentaria. Contra lo inventado en la furiosa campaña masiva de medios en contra de los sindicalistas, ésta es la novedad que nos trae el conflicto: la afirmación, silvestre si se quiere, pero clara, de la vía política institucional para encararlo.

Lo ocurrido es grave y no necesita de estridencias ni desgarres. Pero puede ser la oportunidad para que sindicatos y empresarios, políticos y funcionarios, se den a la búsqueda de visiones y estrategias para encarar lo que está debajo de esta reformitis que podríamos llamar inocua si no fuera por lo que ya ha despertado.

La necesidad de imaginar esquemas de salud pública para todos, digna y organizada como si fuera para los pocos que hoy pueden acceder a la medicina de calidad, es una urgencia nacional y no un dibujo en el aire. Si junto con esto se puede abordar con seriedad el enorme problema de las jubilaciones en masa que viene con el fin del bono demográfico en unas décadas, el país podría empezar a trabajar su futuro en condiciones distintas a las que hoy lo abruman con un cálculo actuarial usado de manera alarmista y con una jefatura del Estado que se proclama ausente de este conflicto fundamental para su propia seguridad.

La seguridad social tiene que ser vista como un hecho y un derecho universal en la globalización, y no como el ring afrentoso en que lo convirtieron las irresponsabilidades gubernamentales del pasado y los desafanes pueriles del presente.

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