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México D.F. Domingo 8 de agosto de 2004

Guillermo Almeyra

Venezuela: lo que está en juego

El referéndum del 15 de este mes es una expresión electoral de una aguda lucha de clases, la cual continuará en otra forma cualquiera sea el resultado, ya que la minoría derechista sostendrá, si pierde, que hubo fraude, para seguir conspirando con la ayuda de Washington. En efecto, tras el fracaso de su golpe de Estado que instauró un efímero gobierno cívico-militar apoyado por los empresarios y las embajadas de Estados Unidos y de España, intentó una especie de huelga-paro cívico para hundir la industria petrolera y la economía -aventura criminal que sólo le sirvió para perder posiciones en la empresa petrolera estatal y para dividirse-, trató, sin éxito, de sublevar unidades del ejército, después armó clandestinamente grupos de capitalistas recurriendo incluso a paramilitares colombianos, y ahora, desde Estados Unidos y por boca del corrupto y criminal ex presidente Carlos Andrés Pérez, llama al asesinato del presidente Hugo Chávez.

Su recurso a la Constitución democrática promovida por éste, que establece el derecho a la revocación de cualquier mandato popular si se reúnen las firmas necesarias y si el funcionario ha cumplido ya dos tercios de su gestión es, por consiguiente, instrumental y sus vociferaciones democráticas no alcanzan a ocultar que sigue conspirando y que el tribunal electoral le anuló cientos de miles de firmas que habían sido falsificadas.

Las conclusiones elementales de este referéndum saltan a la vista. En primer lugar, las clases que Toni Negri declara desaparecidas existen y están empeñadas en una dura lucha por el poder que opone, por un lado, a la "gente linda", bien vestida y blanquita de los barrios ricos de Caracas y a sus seguidores y sirvientes de clase media acomodada, poseedora de todos los medios de información y el poder del capital, nacional y extranjero a, por el otro, los zambos y mulatos de los cerros caraqueños, los obreros y campesinos, los intelectuales antimperialistas. En esa lucha se disputa el destino venezolano ya que -nuevamente contradiciendo a Negri- los trabajadores de Venezuela no enfrentan a un imperio abstracto sino a un imperialismo concreto. O sea, al intento de Washington de proseguir por otros medios su "guerra preventiva" a escala mundial, que condujo a la ocupación de Irak, para controlar, en este caso, el petróleo venezolano, los recursos amazónicos, la vida política en toda Sudamérica y preparar mejor su agresión a Cuba, que en Venezuela encuentra petróleo y ayuda.

La segunda conclusión es que el monopolio de los medios impresos y televisivos, por grande que sea el torrente de mentiras y la intoxicación de lectores y audiencia -precisamente porque existen las clases, con sus diferentes interpretaciones de los mensajes y los hechos-, no basta por sí mismo para asegurar la dominación capitalista, que en Venezuela está en crisis. La tercera es que, a diferencia de lo que piensan las clases dominantes de todos los países, los sectores subalternos razonan por su propia cuenta. Si militares relativamente desconocidos fuera de sus medios, como Juan Domingo Perón o Hugo Chávez, lograron gran apoyo popular, no fue porque manipularon a los trabajadores.

El repudio a los partidos y políticos tradicionales y a un sistema conservador, corrupto y clasista abrió camino a una evolución popular que requirió una representación y recurrió a un outsider del sistema. Chávez se explica por una necesidad de cambio social, de democracia social, de independencia nacional, de autorganización de los subalternos. Por eso fue elegido masivamente y se mantiene en el contexto de la democracia política (respetando el voto, reforzando la Constitución), de la democracia cívica (ampliando la ciudadanía al dar las condiciones para que los trabajadores sean protagonistas de su propio destino) y de la democracia social (mediante importantes medidas, como la reforma agraria o las leyes sociales).

Este contraste entre el carácter democrático del gobierno venezolano y el carácter golpista, terrorista, antidemocrático de sus oponentes civiles y militares, demuestra claramente la legitimidad del primero frente al elitismo racista de quienes se basan sólo en el poder del dinero. Si la mayoría de los venezolanos defienden al gobierno no es porque se identifiquen con Chávez -pues critican muchas de sus medias medidas y de sus vacilaciones-, sino porque saben que el blanco principal de los conspiradores nacionales y extranjeros no es tanto el presidente sino las conquistas populares y el poder no formal adquirido por los sectores subalternos. Ya el fugaz gobierno "democrático" demostró que lo primero, para los que habían apresado a Chávez, fue intentar destruir las organizaciones populares y eliminar conquistas.

Precisamente por eso no es necesario ser chavista para trabajar en estos días por la derrota de la oposición y del imperialismo en Venezuela, cosa que ayudaría a toda América Latina, y en particular a Sudamérica, a reforzar la lucha común por la liberación nacional y el cambio social.

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