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México D.F. Domingo 30 de mayo de 2004

MAR DE HISTORIAS

Las cenizas del héroe

Cristina Pacheco

El tiempo se nos echaba encima. Gerardo y yo habíamos prometido salirnos de la casa a más tardar el domingo. Los propietarios, Fabián y Catalina, querían remodelarla a partir del lunes porque su hijo Federico iba a ocuparla con su mujer.

Fabián y Catalina vivían a cinco cuadras de la nuestra. Desde que nos solicitaron el desalojo, a principios de mayo, se nos presentaban a cualquier hora y, como si ya no estuviéramos presentes, hablaban de cambiar pisos y derruir paredes.

Ni Gerardo ni yo podíamos permitirnos el lujo de faltar a nuestros trabajos para recorrer la ciudad en busca de un sitio donde meternos. Optamos por que mi esposo dedicara sábados y domingos a la búsqueda mientras yo seguía empacando.

Catalina aprovechaba mi soledad para hablarme de sus ilusiones:

-Después de nueve años, Federico regresa a México. Viene casado con una muchacha auténticamente nacida en Italia. Se llama Donatella. Usted comprende por qué me urge tanto que me desocupen la casa, Ƒverdad?

II

Sin hallar alojamiento y sin esperanzas de que Fabián y Catalina nos dieran una prórroga, el último fin de semana Gerardo contrató una mudanza que se llevó los muebles a una bodega. Permanecí en la casa para meter en cajas libros, retratos, discos, utensilios de cocina y nuestra ropa.

Me sorprendió ver la cantidad de pequeños objetos que habíamos acumulado. Entre ellos encontré una caja de madera con la tapa sellada. No la reconocí. Cuando Gerardo regresó se la mostré:

-ƑDe quién será?

-ƑDónde la encontraste?

-En el clóset, entre tus álbumes de fotos. ƑEs tuya?

Gerardo tomó la caja y se acercó a la ventana para mirarla:

-Uy, ya no me acordaba... Creí que la había perdido.

-ƑQué tiene adentro?

-Las cenizas del Héroe.

-ƑAquel perro del que me has hablado?

-No te imaginas lo que ese animal fue para mí.

Gerardo jamás hablaba de su infancia. Eludía mencionar la muerte de sus padres o referirse a la orfandad en que quedaron él y sus tres hermanos. Su abuelo Matías, incapaz de sostenerlos y cuidarlos, buscó para sus nietos una institución de beneficencia. En ninguna quisieron recibirlos juntos. Los tres mayores ingresaron a hospicios de Cuernavaca, Celaya y San Luis Potosí. Gerardo, por ser el menor, se quedó a vivir con su abuelo.

Don Matías era carpintero. Viudo desde muchos años atrás, estaba acostumbrado al silencio y no sabía cómo tratar a su nieto. A instancias de los vecinos, accedió a que Gerardo continuara el segundo de primaria. Una mañana el director mandó llamar a don Matías para quejarse:

-Su nieto no quiere aprender y tiene problemas con sus compañeros. Se burlan de él porque llora y cada rato se orina.

Gerardo me contó que su abuelo no discutió con el director. Esperó la hora de la salida y de regreso a la casa le informó que iba a sacarlo de la escuela para enseñarle su oficio:

-Es entretenido y no deja que pienses más que en lo que estás haciendo.

A los siete años Gerardo se convirtió en ayudante de su abuelo: barría el taller, le acercaba las herramientas, iba a llevarle recados a don Margarito -el otro carpintero que vivía en la acera de enfrente- y a comprar en el mercado verduras y alas de pollo.

En una de esas encomiendas vio remover el basurero en busca de comida a un perro flaco y amarillento. Sintió mucha lástima y le arrojó una alita de pollo, seguro de que su abuelo entendería su acción. De no ser así, estaba dispuesto a atenerse a las consecuencias.

Gerardo notó que el perro lo seguía. Quiso alejarlo a puntapiés, pero no logró nada. Cuando llegó al taller agarró un puñado de aserrín y se lo arrojó al animal. Repitió varias veces el ataque. El perro confundió la agresión con un juego y se puso a dar saltos y maromas. Por primera vez desde que se había visto separado de sus hermanos, Gerardo rió. Don Matías sugirió que el perro se quedara a vivir con ellos.

Echado a las puertas del taller, con el hocico hundido entre las patas delanteras, el perro con un ojo dormía y con el otro vigilaba. Una tarde en que don Matías oyó a Gerardo decirle a su perro: "Tú eres mi héroe", le aconsejó a su nieto llamarlo con ese nombre.

III

Fue todo lo que Gerardo me dijo acerca del perro la única vez que lo mencionó. La mañana en que encontré la caja y se la entregué a mi esposo, al verlo tan emocionado me atreví a preguntarle cómo había muerto el Héroe.

-En el incendio de la carpintería. Fue un domingo. Mi abuela estaba cumpliendo años de muerta y mi abuelo quiso que fuéramos al panteón. El viaje era largo y el Héroe no podía acompañarnos. Cerramos la puerta y las ventanas para que mi mascota no fuera a seguirnos. Cuando regresamos, desde lejos vimos el carro de bomberos y gente mirando los restos del taller.

-ƑDónde encontraron al Héroe?

-En su lugar, cerca de la puerta, convertido en un montón de cenizas. Fue tan horrible la sorpresa que no pude llorar. Nada más me senté en el quicio, con la tonta esperanza de que aquellos despojos pudieran levantarse y recuperar la forma de mi Héroe.

-Para tu abuelo debe haber sido algo espantoso.

-Supongo, pero de momento se quedó muy sereno. Parecía no darse cuenta de la realidad. Me acarició la cabeza y, sin más explicaciones, se atravesó al taller de don Margarito. Luego supe que había ido a pedirle herramienta y madera. Hizo esta caja para que yo guardara las cenizas del Héroe.

-šQué detalle tan bonito!

-Mi abuelo se encargó de levantar algunos despojos y de meterlos aquí. Selló la caja con pegamento y me la entregó. La recibí como autómata: no podía entender que mi compañero, mi Héroe, hubiera quedado reducido a eso.

-ƑY después?

-Don Margarito nos ofreció su casa para que nos quedáramos mientras encontrábamos algo. Me encantó que mi abuelo rechazara la oferta: hubiera sido espantoso para él seguir viendo los escombros de su vida y para mí, la manchita oscura en el sitio donde murió mi Héroe.

-Entonces, Ƒqué hicieron?

-Un antiguo cliente de mi abuelo le prestó una accesoria para que viviéramos y montáramos otro taller. Quedaba en lago Gascasónica, cerca de una panadería. Una tarde en que mi abuelo y yo pasamos por allí descubrimos un cartel: "Se solicita aprendiz". El me dijo que tomara el empleo mientras se hacía de nueva clientela. Acepté, pero siempre con la ilusión de volver a trabajar con mi abuelo. No lo conseguí.

-ƑPor qué?

-Una mañana fue a la panadería para avisarme que iba a entregar una silla. Cuando volví a la casa él no estaba; tampoco sus herramientas ni su ropa. Sobre su mesa de trabajo sólo encontré esta caja.

-ƑTe dejó solo?

-Y no se lo reprocho: quiso evitar convertirse en una carga para mí. Eso, y haberme construido esta cajita, fue su manera de expresarme su amor.

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