Ojarasca 84  abril de 2004

El labrador y sus hijos

Nereo Velázquez Vázquez



Cuando el viejo labrador estaba por morir llamó a sus dos hijos y les dijo:

--Quiero hablar a solas con ustedes y con tranquilidad. Estoy muy viejo, así que pronto voy a morir, pero antes quiero decirles un secreto: esta tierra fue de mi tatarabuelo, y después de mi bisabuelo. Cuando él murió la recibió mi abuelo y después mi padre. Posteriormente me la heredaron, pero ya no puedo trabajarla; así que de ahora en adelante ustedes serán los dueños de la tierra y todo lo que hay en ella les pertenecerá.

Con mucho esfuerzo agregó:

--En algún lugar hay un tesoro escondido. No sé dónde se encuentra, pero con un poco de trabajo lo hallarán.

--Nunca nos habías hablado de eso --dijeron los hijos.

--Esperaba este momento --respondió el anciano--, ahora les diré lo que tienen que hacer: cuando terminen de cosechar el trigo, el frijol y el maíz que se ha sembrado este año, van a remover la tierra por todas partes. No dejen un pedazo sin remover. De seguro encontrarán el tesoro escondido.

A los pocos días el viejo labrador murió y sus dos hijos esperaron la cosecha. Cuando los campos estuvieron maduros comenzó la siega y los hijos trabajaron con más empeño que nunca, para terminar de una vez y buscar el tesoro. Realmente no les gustaba mucho trabajar, pero eran bastante ambiciosos.

Cuando terminó la cosecha, inmediatamente se pusieron a cavar. Durante varios meses trabajaron todos los días con gran entusiasmo. A cada golpe de azadón les parecía que iba a aparecer el tesoro y así siguieron removiendo y removiendo la tierra. Cuando les faltaba un poquito para terminar comentaron:

--¿Qué te parece si sembramos un poco? Así, mientras seguimos buscando crecerá el trigo. Podemos sembrar frijol, maíz y girasol... De todo.

--Me parece muy buena idea --dijo el otro.

De esta manera, mientras uno sembraba el otro seguía removiendo y removiendo la tierra, hasta que sólo faltaba una pequeña porción:

--Queda solamente este pedazo de tierra y no creo que haya algún tesoro.

Era verdad, removieron y no había nada. En tanto el trigo, el frijol, el maíz y el girasol habían crecido. De la tierra tan removida y trabajada habían salido espigas y mazorcas que parecían de oro; las flores rojas y blancas del frijol brillaban como piedras preciosas bajo la luz del sol y los girasoles eran brillantes y enormes como las monedas que guardaban los ladrones en su cofre.

--¡Mira el campo! No parece el mismo de antes. Parece un... --comentó uno de los hermanos.

--¡Parece un tesoro! --terminó la frase el otro.

--¡Sí, un enorme tesoro!

--¡Y lo hemos hecho nosotros!
 

 
Nereo Velázquez Vázquez, joven escritor mam del sur de Chiapas. El título original de este relato es "Te akj'nanel ix tat chajol", y se publica en Selección de cuentos de la Sierra, Biblioteca Popular de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2001.



regresa a portada