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México D.F. Jueves 25 de marzo de 2004

Olga Harmony

Fotografías explícitas

El nombre de la obra del airadísimo joven inglés Mark Ravenhill fue cambiado de Polaroid explícitas, como se le conoce ya en muchas parte del mundo, a Fotografías explícitas, quizás para hacerlo más entendible a un amplio público, pero en el que se pierde esa sensación de inmediatez de cada una de las escenas, de la urgencia en el resultado que mucho combina con la actitud de los jóvenes actuales. Ravenhill pertenece a ese tiempo de los años 80 en el que muchos todavía esperaban un cambio social, de lucha contra el thatcherismo, que se desmoronó con la caída del Muro de Berlín, y así lo expresa en este texto en el que su generación siente que ya no tiene futuro y sólo mira al pasado confrontado con las nuevas generaciones para las que el futuro sería quizás la muerte por sida, pero que sienten irónicamente como un mundo feliz en el que no caben las preocupaciones del mañana y se vive, entre sexo y drogas, al día.

El texto empieza con la llegada del maduro ex activista Nick, tras una larga ausencia, cuyo motivo se nos irá develando, al Londres actual y el encuentro con Helen, su antigua novia partícipe de sus ideas que ahora busca un escaño en el Partido Laborista. Nick entiende poco lo que ocurre y su mirada de azoro será el punto de vista con el que contemplemos el desarrollo del drama, incluido ese mundo juvenil cuya historia empieza también con una llegada, la del ruso Víctor que se ofreció por Internet y es llevado a Inglaterra por Tim, el personaje más duro, que no cree en el amor y que ofrece cierto afecto fraterno a Nadia, la muchacha siempre golpeada y siempre abandonada por sus amantes abusivos. Nick intentará entrar en ese mundo con el que no se entiende, rechazado por Helen, rehuyendo la confrontación de su pasado en la figura de Jonathan, el financiero con aires de altruismo que significa una doble moral. En esa ácida radiografía de la sociedad inglesa -que los mexicanos podemos reconocer en los lamentables momentos actuales- no parece haber escapatoria, a excepción quizás para la antigua combatiente que intenta el parlamentarismo para modificar el estado de las cosas. Por ello, la escena final entre Nick y Helen parece demasiado complaciente en un autor que lleva su agresión a los límites más extremos.

Con personajes y situaciones muy bien delineados y reconocibles aun en nuestro país, la cínica debacle del mundo, apresado entre Thatcher y el sida, la corrupción de un sistema que alguna vez se quiso socialista -y que lleva a un bello muchacho a venderse como esclavo sexual- es verdaderamente apesadumbradora. Quizás esa Inglaterra del autor pueda librarse del falso laborismo de Blair, como los españoles defenestraron a Aznar, porque si los viejos luchadores perdieron su esperanza, no todos los muchachos son como las tristes figuras desencantadas que aquí se nos pintan; algunos creen en los sentimientos y en la posibilidad de un mundo diferente.

En un espacio muy neutro, que puede abarcar todos los que el autor pide, diseñado por Auda Caraza y Atenea Chávez -responsables también del vestuario- y con los apoyos de Matías Gorlero en iluminación y la música de Joaquín López Chas, Martín Acosta mueve a sus actores con un excelente diseño escénico que no recurre a ningún otro soporte -excepto la camilla donde entra el cadáver y el arbusto en esa escena- más que la apropiación de todos los espacios y el peso de los actores. Tiene momentos grandemente simbólicos, como la escena entre el atildado Jonathan y el desnudo Nick, que muestra la supremacía del que perdona porque tiene todo y el despojo que sufre el otro, o la de los reproches de Víctor al amigo muerto (doloroso momento que arranca tontas risas en un sector del público, que tampoco se abstiene del uso de celulares).

La falta de apoyos externos hace que la escenificación se base en la actoralidad. Luis Miguel Lombana como Nick y Arturo Ríos como Jonathan hacen gala del excelente desempeño que se les conoce. Ana Graham es una mujer de teatro muy empeñosa, que sabe levantar proyectos tan interesantes como éste, pero como actriz carece de todos los matices que Helen requiere. El trío de jóvenes, Verónica Segura como Nadia, Eduardo Arroyuelo como Víctor y Antonio Vega como Tim, logra un trabajo muy bueno, convirtiendo también a sus personajes en seres del todo verosímiles.

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