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México D.F. Jueves 12 de febrero de 2004

Soledad Loaeza

Del plato a la boca...

En las últimas seis semanas el ex gobernador de Vermont, Howard Dean, pasó de ser el caballo negro de la carrera por la candidatura del Partido Demócrata a la Casa Blanca, al potrillo exhausto que se ha quedado a la zaga de los demás contendientes. El colapso de su precandidatura es un misterio. Todavía en diciembre se discutía la eficacia de una novedosa campaña electoral cuyo principal vehículo era la Internet, que le había permitido movilizar amplios apoyos y pequeños, pero numerosísimos donativos; también se hablaba del poderoso atractivo de Dean sobre los jóvenes, de la contagiosa vitalidad de sus simpatizantes, del contraste entre el estilo sencillo del médico familiar vuelto político, como ingredientes seguros para el triunfo. En cambio, se reprochaba al senador por Massachussetts, John Kerry, el aspecto de caballo cansado, los reflejos y tics del veterano de Washington, y se auguraba una estruendosa derrota. Este fracaso también hubiera significado el crepúsculo del liderazgo de Ted Kennedy en el Partido Demócrata.

No obstante, en enero John Kerry inició una verdadera ola de triunfos en caucuses y primarias en Iowa y New Hampshire, que se extendió por nueve estados más inmediatamente. El pasado martes obtuvo apoyo mayoritario en dos estados sureños: Tennessee y Virginia, donde Dean quedó en una lejana cuarta posición, atrás del senador John Edwards y del general retirado Wesley Clark. Sólo una catástrofe podría detener a Kerry.

Ahora todos los comentaristas y observadores en Estados Unidos están tan concentrados en Kerry que Dean ha pasado al olvido. Las únicas referencias a él son preguntas acerca de cuándo se va a retirar de la carrera, pero no parece haber tiempo para reflexionar por qué se vino abajo.

Después de la derrota de Iowa, primer, grande y definitivo descalabro, Dean pronunció un discurso ante sus simpatizantes que concluyó con auténticos alaridos en los que prometía futuras victorias. Algunos consideran que el tono y los decibeles de estas frases fueron exagerados por los medios. La verdad es que al escucharlos uno se preguntaba qué le estaba pasando, tanta vehemencia sólo podía rimar con demencia. Lo grave de la pasión de Dean en esos momentos de derrota fue que daba razón a los críticos que siempre habían apuntado que la irascibilidad era uno de sus problemas más graves, y que las responsabilidades de la Casa Blanca demandan una serenidad que Dean no podía garantizar. Su carrera meteórica hacia la postulación demócrata es una de las vidas políticas más breves de la historia.

Los problemas de personalidad de Dean no bastan para explicar el ascenso de Kerry. Su rápido progreso en los últimos días confirma el axioma de que el éxito llama al éxito. Cuando llegó al primer lugar en la carrera la mayoría de los votantes, sobre todo los indecisos, lo miraron con más atención y empezaron a hacer cálculos.

El criterio fundamental del voto es ahora la electibilidad, que significa cuál candidato tiene mayores posibilidades de vencer a Bush. El número de demócratas que consideran que John Kerry es el más adecuado para alcanzar esa meta aumenta día con día. También día con día la decisión electoral se concentra en un único objetivo: sacar a Bush de la Casa Blanca.

Hasta hace unos días la relección de George W.Bush parecía asegurada. Sin embargo, algunos indicadores preocupantes han empezado a aparecer en el horizonte. La recuperación económica de la que tanto se enorgullece el gobierno no se refleja en creación de empleos; las armas de destrucción masiva de Saddam, que habían sido la justificación de la guerra, nomás no parecen; la figura pública del vicepresidente Dick Cheney se ha deteriorado por denuncias a propósito de los sobreprecios que Halliburton, la compañía en la que era vicepresidente hasta 2000, ha cobrado al gobierno de Estados Unidos por combustibles y alimentación de los soldados americanos en Irak.

Ahora, como hace cuatro años, el récord militar de George W. Bush es tema de debate público, porque su hoja de servicio deja pendientes muchas respuestas acerca del cumplimiento de sus obligaciones en la Guardia Nacional. Mientras que John Kerry es un veterano de la guerra de Vietnam, varias veces condecorado, que a su regreso encabezó un amplio movimiento de protesta contra la guerra.

Súbitamente el presidente Bush ha pasado a la defensiva. La confianza en sí mismo que mostraba hasta hace unos días empieza a desvanecerse. El domingo pasado otorgó una amplia entrevista a una de las grandes cadenas de televisión, en la que justificó sus acciones y reafirmó el sentido de misión que -nos dijo- animaba a su gobierno. Sin embargo, la opinión pública sigue tan dividida hoy como estaba hace tres días. Bush parece haber perdido una capacidad de persuasión que estaba asentada más en el contexto creado por el ataque a las Torres Gemelas que por su propia elocuencia.

Como en incontables ocasiones en la historia, los acontecimientos recientes en Estados Unidos demuestran que en política del plato a la boca se cae la sopa, y en un descuido el presidente Bush puede encontrarse el próximo noviembre con que no puede escapar a la derrota ni siquiera sacando a Osama Bin Laden del sombrero de copa donde tal vez lo tienen guardado.

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