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México D.F. Domingo 8 de febrero de 2004

MAR DE HISTORIAS

Dulce y amargo

Cristina Pacheco

Marcos lanza una moneda y la atrapa en el aire. Permanece inmóvil, con el puño cerrado, hasta que escucha la voz de Artemisa.

ųšAguila!

Marcos abre la mano y, sin ver, pone la moneda entre los platos.

ųšGanaste!

Divertida con la broma de todas las noches ųuna falsa apuesta que le permite conversar con Marcosų Artemisa se acerca y hunde la propina en la bolsa de su delantal. Se dirige a la barra y comienza a introducir palillos en un envase de salsa Búfalo. Sin suspender su tarea, pregunta:

ųƑCuándo vuelves?

ųPronto ųdice Marcos, ocupado en abotonarse la chamarra.

ųEso dijiste la última vez y desapareciste una semana.

El reproche disimulado le provoca a Marcos una sensación indefinible que lo alegra y lo incita a jugar, como cuando era más joven y se encontraba con Elsa, su primera novia, en la tlapalería La Cordillera.

El establecimiento ya no existe, Elsa desapareció, pero su recuerdo está a la vuelta de todas las cosas: una canción, un olor, la silueta espigada de Artemisa.

ųNo puedo venir a diario.

ųNi te lo estaba pidiendoų. Con el pretexto de ofrecerle el palillero, Artemisa vuelve a la mesa de Marcos. ųYa, en serio, Ƒpor qué no habías venido?

ųLa chamba.

ųƑY qué has pensado del trabajo que te ofreció tu hermano?

ųNo me late.

ųƑTe digo una cosa? šMejor! Hacer negocios con la familia nunca sale bien.

ųPuede que tengas razónų. Marcos se sienta. ųCon este frío, se me antojó un café. ƑNo te importa preparar otra cuenta?

Artemisa hace un guiño y mira hacia un cartel clavado en la pared:

ųAquí, ya sabes: "al cliente, lo que pida"ų. Mientras acciona la cafetera, sigue hablando: ųƑQué dijo tu hermano? ƑPor qué no quisiste trabajar con él?

ųNada. Entendió mi razón: sentí lástima de abandonar a los viejos.

ųNo se hubieran quedado solos por mucho tiempo. Por como me has descrito al director, estoy segura de que enseguida habría llevado a otro que ocupara tu puesto.

ųNo es tan sencillo.

ųTampoco creo que sea muy difícilų. Artemisa llega con la taza humeante: ųƑCómo es tu trabajo en el albergue?

ųRecibo a los ancianos, les asigno una cama y su lugar en la mesa, evito que se peleen y a veces los ayudo a bañarseų. Marcos reflexiona unos segundos: ųLo único que no me gusta es vigilarlos para que no se roben las cobijas cuando salen por la mañana.

ųAquí es igual, tengo que ponerme muy abusada para que los clientes no se vayan sin pagar o me roben algo.

Marcos da una mirada general al restaurante:

ųƑQué pueden llevarse?

ųNo te imaginas: las servilletas de papel, los tenedores, las azucareras.

ųPero si son de vil plástico.

ųYa me robaron una y espero que no vuelva a sucederme.

ųNunca me lo habías contado.

ųFue hace mucho tiempo, en Cantaclaro, el primer restaurante donde trabajé. El día que llegué mi patrón me leyó la cartilla: "Lo que falte en la cuenta o en las mesas que atiendas, lo agarro de tu sueldo". El pinche viejo me pagaba cien pesos a la semana. Con uno que me quitara šme jodía!

ųšQué cabrón!

ųMejor di šque patrón! En este ramo todos son iguales, pero aquel se pintaba solo. Imagínate cómo habrá sido que duré con él menos de quince días.

ųDe seguro quiso meterte mano.

ųLo hubiera preferido... Fue por lo de la azucarera: se portó como un cerdo, si no es que peor.

ųYa, cuéntame.

II

Artemisa ocupa la silla frente a Marcos y juega con la cuchara húmeda de café mientras se decide a hablar:

ųEra Viernes Santo. En el restaurante había muy poca gente. Como me choca estar de ociosa, decidí pulir las ollas. En eso me di cuenta de que una señora metía una azucarera en su bolsa. Enseguida recordé la advertencia del patrón y corrí a decirle lo que acababa de verų. Artemisa se lleva la mano al pecho y frota la medalla que la adorna: ųHíjole, Marcos, si me condeno será por lo que hice aquella noche.

ųƑDar el pitazo? No te quedaba de otra.

ųSi hubiera sabido lo que iba a hacer el patrón. Detuvo a la señora y la obligó a enseñarle todo lo que traía en su bolsa. Cuando apareció la maldita azucarera, en vez de llamarle la atención y dejarla ir, me mandó por la patrulla. Nunca olvidaré la forma en que la mujer se agarró de mi brazo y me suplicó: "Señorita, no vaya, no me haga eso, por lo que más quiera". Como temía perder el trabajo no le hice caso a la pobre.

Marcos intenta decir algo, pero Artemisa se lo impide:

ųCuando regresé vi a la mujer hincada. Alcancé a oírla cuando dijo que se había robado la azucarera para endulzarle el té a su hijo enfermo. El patrón soltó una carcajada porque no le creyó.

ųƑTú si? Pues qué tonta. Si alguien entra en un restaurante es porque tiene dinero, aunque sea para un refresco o un café.

ųLa señora nada más había entrado al baño. Me pidió permiso y la dejé pasar. Cuando salió tomó la azucarera, la vi y ya sabes lo demás.

ųƑLlegó la patrulla?

ųSí. Los policías, como eran amigos de mi patrón, por quedar bien con él le pegaron un buen susto a la mujer. La espantaron diciéndole que había cometido un delito que ameritaba setenta y dos horas de arresto o doscientos pesos de multa.

ųšQué perros!

La mujer volvió a pedirme ayuda: "Dígales que les regalo mi bolsa, mis zapatos, con tal de que me dejen ir. Comprenda: tengo a mi niño solo". Antes de que yo pudiera hablar, el patrón le arrebató la bolsa y la echó en la basura. Luego le ordenó que se largara y la amenazó con que, si volvía por esos rumbos, iba a ordenar que la detuvieranų. Artemisa toma la taza de café: ųƑMe regalas un traguito? Se me secó horrible la boca nada más de acordarme.

ųNo es para tanto. šOlvídalo!

No puedo. Antes de irse la mujer me miró. No fue con odio ni rencor, pero me hizo sentir asco de míų. Artemisa suspira: ųA la mañana siguiente no me presenté en el Cantaclaro. Pensaba que si veía a mi patrón iba a matarlo.

ųƑPor lo que le hizo a la señora?

ųY a mí, por su culpa, por evitar que me descontara un peso, me volví tan cerda y miserable como él. Artemisa se cubre los ojos con la mano. ųEs feo ser pobre.

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