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México D.F. Domingo 25 de enero de 2004

Carlos Bonfil

Perdidos en Tokio

Perdido en la traducción, en la traslación, en el desplazamiento. El título original del segundo largometraje de Sofia Coppola, Lost in translation, juega con nociones muy sugerentes que no interesan en absoluto a los distribuidores, quienes prefieren imponer en español un título más propio de Walt Disney. El protagonista de la cinta, Bob Harris (un Bill Murray espléndido), se siente no sólo extraviado en un Tokio alucinante, sino también en la propia definición de su persona: 50 años, actor célebre resignado a promover una marca de whisky japonés, padre de familia agobiado por el tedio y la rutina, y súbitamente fascinado por Charlotte (Scarlett Johansson), joven estadunidense 32 años menor que él, de visita también en Tokio, en compañía de su joven esposo que la ignora.

El argumento, escrito por la directora, es sencillo, casi minimalista, pero contiene la malicia suficiente para desorientar, y fascinar, a sus espectadores. En el cine hollywoodense la trama obligaría casi inevitablemente a una situación de adulterio. Sofia Coppola desdeña el curso de una pasión amorosa y se interna en la exploración de una complicidad afectiva, en la propuesta de una fuerte amistad intergeneracional. Sus dos personajes, dotados de una lucidez muy fina, se han vuelto en poco tiempo interlocutores inteligentes, y ya no sólo objetos de seducción mutua en tierra extranjera. La también directora de Las vírgenes suicidas (1999) desorienta por la sutileza de su observación sicológica, tan inhabitual en el terreno de la comedia romántica actual, y también por cierta languidez en el tono de la narración, por la estructura misma del relato, que parece avanzar retrocediendo. Hay viñetas muy divertidas que por momentos semejan caricaturas fáciles de la población local, hasta que uno descubre que la ironía incluye por igual a estadunidenses y japoneses, y que las situaciones jocosas acentúan la sensación de desorientación y extrañeza de los personajes. Muchos espectadores la comparten, igualmente perplejos (Ƒde qué habla esta película? ƑEs una comedia romántica, un melodrama pasional, un azote existencial compartido?). En espera de una mejor definición, Perdidos en Tokio es una película inteligente que confunde las pistas acostumbradas del relato hollywoodense prodigando ambigüedad y sutileza en la observación de sus personajes, justo en esas situaciones donde se acostumbran los trazos gruesos y los desenlaces previsibles. Es la comedia de un desencuentro amoroso que culmina con la revelación paralela de una amistad.

En la cinta abundan los momentos de brillantez humorística, como la versión muy adelgazada que ofrece una intérprete japonesa de las instrucciones que le da un director televisivo a un Bob Harris azorado. O los equívocos en la pronunciación nipona del inglés que provoca que una call girl le ordene a Bob "perversiones" fuera de su entendimiento. Hay un show televisivo con un animador de amaneramiento desquiciado, en contraste con el actor estadunidense, tan impasible como Buster Keaton, o tan retraído y vulnerable como Woody Allen. Bill Murray ofrece una actuación sobresaliente, siempre a medio tono, con un perfil bajo, a distancia de sus caracterizaciones habituales, frustrando las expectativas de una comicidad instantánea. Pareciera que a lo largo de toda la cinta su personaje no consigue sobreponerse al cambio de horario ni aclimatarse a una cultura radicalmente diferente. Desorientación, más que deslumbramiento; perplejidad, antes que fascinación. Luego del impacto que significa para Bob Harris entusiasmarse por una joven egresada de Yale, casada con un fotógrafo exitoso e insufrible, la desazón mayor será la perspectiva de un retorno, arduo e inevitable, a su realidad doméstica. La vida normal se insinúa progresivamente como algo definitivamente extraño. Lo exótico, en casa. Su esposa se reduce a una voz irritante y necia en la precaria comunicación de un celular, al otro lado del mundo. Con una notable perspicacia, Sofia Coppola muestra el modo en que un personaje masculino, sumido en la crisis de la edad madura, pierde poco a poco los amarres con la realidad familiar, apreciando de ella tan sólo la inocencia de los niños, descreyendo de todo el resto, y abandonándose, por espacio de unos días, a una utopía sentimental. En el terreno del desencuentro amoroso, hay un poco la melancolía de Manhattan, de Woody Allen, pero habrá que ir más lejos, en términos de sobriedad y emoción, hasta un referente clásico, Lo que no fue (Brief encounter, 1946), de David Lean. O al memorable verso de John Keats: "A thing of beauty is a joy forever". Difícil ser más preciso: algo quedaría perdido en la traducción.

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