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México D.F. Viernes 23 de enero de 2004

Horacio Labastida

Julio Antonio Mella no ha muerto

Los atormentados tiempos que hoy nos agobian no parecen tener un fin cercano. Hay hechos que todos conocemos y por esto mismo nos alarman día a día en términos aún más dolorosos que los registrados en 1933, luego de incendiarse el Reichstag alemán (27 de febrero). Con este pretexto Hitler decretó en primer lugar la suspensión de los derechos humanos a fin de perseguir a los terroristas y a todos aquellos, también terroristas o amigos de éstos, que desde ese día pretendían rechazar el nuevo orden social. Al efecto Hitler abrió las puertas a la dictadura del partido nazi, dueño único de la verdad y actor principal en la edificación de un totalitarismo: el de la raza pura, apuntalador singular del eterno señorío germano.

ƑCuáles eran los principios del mandato nazi? Consistía en tres evidencias apodícticas, y consecuentemente indiscutibles e inapelables.

Era la primera del siguiente tenor: sólo una raza humana, la germana, goza de las más nítidas virtudes, las del superhombre pleno de belleza, talento, gracia y reciedumbre, y por esto verse perseguida por las cargadas de maldad, odio y feroces instintos destructivos; mas los germanos tienen el derecho irrenunciable a defenderse, expandirse por el mundo y arrasar sin piedad a los enemigos que los acechan y amenazan. Y precisamente el Estado nazi y su gobierno son el escudo de la raza pura y los encargados de extinguir por todos los medios a los condenables impuros. La segunda evidencia es igualmente aterradora. La identidad del Estado nazi y raza pura tiene como fundamento la verdad única, excluyente de cualesquiera otras postuladas por la perversidad e iluminante del camino hacia la salvación. La tercera evidencia es postulada como práctica política. Por su naturaleza el Estado nazi es totalitario y absolutista. Absolutista porque representa la verdad única, y totalitario porque lo abarca todo sin consenso alguno, puesto que es imposible el acuerdo entre la raza pura y los impuros del planeta.

Esa fue la doctrina del partido nazi que encabezó Adolfo Hitler desde 1933, que hizo pedazos a la Liga de Naciones Unidas, la institución imaginada en Versalles al final de la Primera Guerra Mundial para garantizar la paz y purgar la guerra entre los pueblos, que ensangrentó al mundo y concluyó con el suicidio del propio Hitler, en 1945, después de algo más de dos lustros de desasosiego y una Segunda Guerra Mundial que mató y asesinó a millones de civiles y soldados en Europa, Africa y Asia.

El drama fue tan insólito y trágico que culminó con una de las mayores abominaciones que registra la historia universal: el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, causante del genocidio que lastima aún la conciencia honesta de la humanidad. ƑAcaso tan dolorosas heridas concluyeron los afanes aniquilantes de la sociedad y del hombre?

Contra todo lo previsible hoy enfrentamos un neototalitarismo nazista más temible que el de 1933. El gobierno de Estados Unidos que preside Bush, no el pueblo estadunidense, pretende levantar un nuevo totalitarismo con su verdad única, absoluta e irrebatible, que busca esclavizar a los terroristas del presente, o sea, a todos los que no están de acuerdo y se insubordinan contra la opresión del flamante imperialismo.

La batalla del hombre que no admite ser deshumanizado se inició en 1994, con el Primer manifiesto de la selva Lacandona de los zapatistas chiapanecos y continúa en Mumbai, India, a cargo de miles y miles de hombres de todos los países contrarios al neoliberal despojo de la libertad y la justicia.

Julio Antonio Mella, el heroico cubano asesinado en México por Gerardo Machado el 10 de enero de 1929, invitó durante su breve y maravillosa vida a los latinoamericanos y no latinoamericanos a organizarse y luchar por su humanidad y contra las fuerzas capitalistas y sus asociados políticos, que para acumular capitales buscan sacrificar la dignidad moral del hombre.

ƑQué hacer -se preguntó Mella- para iniciar el camino de la libertad? La respuesta fue contundente: "el dólar vence hoy al ciudadano; hay que hacer que el ciudadano venza al dólar". Sólo así podría inaugurarse la redención del pueblo. Mella no ha muerto: está aún entre nosotros y con nosotros.

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