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México D.F. Sábado 3 de enero de 2004

Juan Arturo Brennan

Música, del 2003 al 2004

Me parece que la última actividad musical importante de 2003 en México fue la presentación de Cuerdas revueltas: Cuarteto Latinoamericano, veinte años de música. El libro, escrito por Consuelo Carredano, no es sólo una interesante visión de la trayectoria del cuarteto a lo largo de sus dos primeras décadas, sino también un recordatorio indirecto sobre lo efímera que suele ser la vida de los conjuntos de cámara en nuestro medio musical. A diferencia de entes como el falsete, el violín huasteco, María Conesa y Fidel Velázquez, a los que se celebra simplemente por su duración, el Cuarteto Latinoamericano ha añadido a su longevidad una excelencia incuestionable en todos los rubros de su actividad: conciertos, grabaciones, colaboraciones con otros artistas, trabajo con compositores, labores académicas, etcétera.

Este nivel de excelencia, que es claramente definido en el libro de Carredano, ha marcado de manera importante la actividad musical en el país a lo largo de esas dos décadas, y ha sido un ejemplo a seguir para numerosos músicos. Además de recomendar ampliamente la lectura de esa obra, la menciono aquí para recalcar que el Cuarteto Latinoamericano ha sido, a lo largo de 20 años, ejemplo de estabilidad y continuidad contra viento y marea.

Al comienzo del nuevo año, muchos vientos y mareas se asoman en el horizonte musical de México y siembran severas dudas, precisamente sobre la estabilidad y la continuidad de numerosos proyectos y propuestas que deberían ser prioritarios al interior de un esquema cultural moderno, flexible y propositivo. Nuestro esquema cultural, por desgracia, no lo es. El desaseo legislativo-fiscal que marcó los últimos meses de 2003, incluido el vergonzoso embate contra las instancias que enseñan, producen y difunden el cine en México, ha sembrado una inquietud natural sobre lo que bien pudiera ser el siguiente paso lógico en la retrógrada actitud de las autoridades hacendarias: puesto que las orquestas, las compañías de ópera, los foros y festivales musicales, así como los conservatorios y las escuelas de música, son tan improductivos financieramente como el cine nacional, acabemos con ellos.

Si tal idea llegara a materializarse, me pregunto si las autoridades culturales harán una defensa de la música tan tibia y poco convincente como la que hicieron del cine, y si el incompetente secretario de Educación Pública evadirá también este asunto para seguir dedicado a defender lo indefendible. Este incierto panorama se perfila justamente cuando algunas instituciones importantes, como la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, requieren con urgencia de una estabilidad artística y administrativa que se le ha negado durante largo tiempo.

Otro asunto importante se refiere a las dos o tres disqueras mexicanas que con obstinación encomiable producen grabaciones de nuestra mejor música de concierto y que literalmente se están muriendo debido a la competencia desleal, al terrorismo fiscal que contra ellas se ejerce, a la apatía de las cúpulas culturales y a la evidente complicidad de las autoridades con la piratería en gran escala. ƑHasta cuándo? Me pregunto si dentro de un año me tocará hacer un recuento de los logros o de los daños.

En otros asuntos, los aficionados a las efemérides en su modalidad de celebración de centenarios tendrán que conformarse este año con recordar a Antonin Dvorák (1841-1904). Esta puede ser, quizá, una buena oportunidad para convencer al público mexicano de que este buen compositor bohemio creó otras obras interesantes más allá de la Sinfonía del Nuevo Mundo, el Concierto para violoncello y alguna Danza eslava tocada generalmente como encore en algún concierto sinfónico. La pregunta del centenario: Ƒalguien se atreverá por estos rumbos a programar alguna de las óperas de Dvorák... aunque esté cantada en checo?

Y como Dvorák es el único compositor realmente ilustre que se presta para la conmemoración durante este año, quizá a algún espíritu aventurero se le ocurra sacar a relucir la música del estadunidense Charles Ives (1874-1954) en su cincuentenario luctuoso.

Después de todo, este próspero agente de seguros convertido tardíamente en compositor escribió varias partituras que bien merecen una revisión, sobre todo porque en muchas de ellas se adelantó visionariamente a algunas de las corrientes y las técnicas que habrían de marcar de manera importante el desarrollo del lenguaje musical en el siglo XX.

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