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México D.F. Sábado 3 de enero de 2004

Emilio Pradilla Cobos

La falsa modernidad urbana

El 15 de diciembre, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, abrió a la circulación automotriz -su destino real- el distribuidor Zaragoza, su segunda megaobra vial, luego del distribuidor San Antonio, primera etapa del segundo piso a Periférico y Viaducto, aunque sobre este último tramo se ha dejado la duda sobre su realización. López Obrador estuvo acompañado por los máximos jerarcas de las iglesias Católica y Ortodoxa, los dueños de los monopolios de la televisión -Tv Azteca y Televisa, tradicionales verdugos mediáticos de la izquierda- y otros empresarios no identificados; no se mencionó la participación de Carlos Slim, el empresario favorito del gobernante. El discurso inaugural incluyó el autoelogio a su eficiencia, según él, mayor que la de los gobiernos de Estados Unidos (La Jornada, 16-XII-2003), guayabazos a las empresas constructoras "mexicanas" y, demagógicamente, a los -mal pagados y siempre subempleados- obreros de la construcción. En el discurso y las presencias, se pudo leer el proyecto de López Obrador para la ciudad y para su candidatura a la Presidencia de México.

Estas monumentales y suntuarias obras, que son un legado del último regente priísta, Oscar Espinosa Villarreal, quien las propuso (segundos pisos) o inició (distribuidor Zaragoza), y los 10 puentes vehiculares aledaños y del Eje Troncal Metropolitano, de la cosecha de López Obrador, y los tres puentes de Santa Fe, materializan su proyecto urbano: "adecuar" -eso piensa el gobernante, pero la terca realidad lo desmiente- la ciudad de México a la circulación de la creciente y excesiva masa de automóviles particulares, a los intereses de las trasnacionales que los producen y de 17 por ciento de los capitalinos de altos ingresos que los usan para desplazarse. Su originalidad es poca, pues es la continuación del proyecto de modernización vial de los regentes de los gobiernos de Salinas y Zedillo -desde Manuel Camacho Solís, que con su grupo político está muy ligado a López Obrador-, pero que lo combinaron con la ampliación del Metro. Hoy, en cambio, se aplica a costa de la suspensión de la ampliación prevista para el Metro luego de la conclusión de la Línea B y, lo que es más grave, de su mantenimiento, como lo muestran la adecuación del presupuesto 2003 aprobada sin crítica por la Asamblea Legislativa, que recortó 786 millones de pesos al Metro para destinarlos al distribuidor Zaragoza y otras obras (El Heraldo, 26-XI-2003), o la reducción de su presupuesto en 2004 contenida en la propuesta del gobierno local a discusión en la Asamblea Legislativa del DF.

El proyecto neoliberal unipersonal de López Obrador, disfrazado "de izquierda" con un discurso populista, es construir una "metrópoli moderna" para el automóvil, una "ciudad global" que "recobre su dignidad y grandeza", gracias a la "honestidad y austeridad" del gobernante, a su moral personal impuesta a toda la administración como moral política pública, aplicada, según dice la publicidad del gobierno local y el discurso de su jefe. Es el modelo, tardíamente adoptado por quien no debía hacerlo por coherencia política, de la ciudad estadunidense construida para el automóvil, hoy convertido en el patrón de la posmodernidad neoliberal y su globalización. En nuestro caso, se trata de un elefante blanco con patas de barro, pues se sostiene sobre una base socioeconómica caracterizada por el estancamiento económico, la desindustrialización y la terciarización informal, el desempleo masivo y la generalización del trabajo precario, la pobreza moderada y extrema, la violencia y la inseguridad, el creciente deterioro de la infraestructura -incluida la vialidad- y los servicios existentes; en estos campos se actúa mediante obras o programas espectaculares para prestigio del gobernante, objeto de inauguraciones pomposas o acarreos masivos, pero que no atacan a fondo sus causas estructurales, a las que se dedica todo el presupuesto que sea posible acumular, aun a costa de lo verdaderamente permanente y sustancial.

Las alianzas estratégicas de López Obrador para tratar de llegar a la Presidencia en 2006 son los grandes empresarios monopólicos mexicanos de los medios de comunicación, la industria de la construcción, las finanzas y los servicios, y las jerarquías religiosas, sobre todo la católica hegemónica. Lo más preocupante es que su proyecto de país y su programa de gobierno para la Presidencia de la República -siempre negada, pero siempre buscada- siga estos mismos patrones, y que la mayoría de los perredistas lo avalen en aras de las posibles cuotas de poder.

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