Ojarasca 78  octubre 2003

CUANDO LA ULTIMA LUNA LLENA

Eliazar Velázquez Benavídez


 
 

Llueve, y doña Esperanza voltea al rincón donde guarda el manojo de palma bendita que le ayuda a conjurar tempestades.

Como todos los amaneceres, esta mujer nacida en plena guerra cristera, recibe el nuevo día entre aromas de café recién tostado, relato de ríos crecidos, muñecas de trapo y duendes sonrientes.

Conoce genealogías y fortunas de innumerables poblados, y de tanto ver el cielo, sabe cuando presagia arco iris o tormentas desnudas. Empeñada en una ardua batalla por la justicia, con sus sandalias y abundante pelo blanco desanda caminos.

En la piel de ancianas como ella, depositarias de una fortaleza inquebrantable, la Sierra Gorda guarda sus brillos. Por un destino misterioso, su generación protege las dimensiones luminosas de estas montañas, que hasta hace poco sólo sabían de espuelas y huaraches, pero que en los últimos sexenios han sido surcadas sin clemencia por brechas donde transita el fantasma del "progreso", que así como ensancha horizontes, también empobrece los modos de situarse en el mundo.

Acechando ancestrales saberes, se ha ido instalando en esta región del centro de México un modelo de desarrollo basado en el asistencialismo, una estrategia de control social que fragmenta las comunidades, desactiva potencias colectivas, incuba la corrupción, recicla cacicazgos de diverso signo partidista y propicia una "gobernabilidad" autoritaria que permite a algunas familias del Bajío y de otras latitudes cercanas, seguir acumulando privilegios y fortunas sin desvelos, y a políticos, obispos y empresarios continuar tranquilamente haciendo redituables negocios en lo oscuro.

No sólo entre mestizos se expresa el daño. En los reducidos enclaves chichimeca y otomí, situados en la periferia de la sierra, vigorosos liderazgos han sido domesticados. Pero además, quienes suelen otorgarse el derecho de hablar en nombre de esos pueblos los usan como botín político, como aparador de sus ansiedades protagónicas, y algunas ong, diestras en vivir con la coartada de los pobres, se disputan cínica y rabiosamente los recursos destinados a "redimir" indios y serranos. Sin embargo, esta tierra es también depositaria de una intimidad insondable que transcurre con ritmos y reglas que no siempre son los de los gobiernos.

Un amplio universo de intuiciones y vitalidad primigenia se obstina día con día en forjar sus propias rutas. Lo ha hecho hace siglos, antes que misioneros franciscanos y dominicos marcaran su huella en las veredas, antes que dejaran de votar los muertos cuando los fraudes priístas, antes que por razones de seguridad nacional se intensificara la creación de infraestructura y el despliegue intensivo de programas oficiales.

Aunque quienes no saben mirar más allá de la neblina, piensan que las cosas existen hasta que el poder posa sus ojos sobre ellas. Hace meses, diarios locales comentaban embelesados y con desplantes racistas que el internet había llegado sierra adentro, describían románticas escenas de jóvenes campesinos asombrados frente a la pantalla. Línea tras línea, asomaba la típica sorpresa urbana frente a lo exótico, la apología del paraíso foxista, la conmiseración por las llamadas "micro regiones pobres".

Ante ese despropósito, imaginé la sonrisa irónica que tendría dibujada en el rostro un muchacho que en la odisea migratoria encontró empleo como jardinero en la casa del apoderado de una famosa banda de rocanrol. Al paso de los meses y sin contrariarse con su alma huapanguera, terminó siendo escucha minucioso de Dylan, Jagger y Santana. Otro chavo, en San Francisco, California, descubrió a Bob Marley, y una tarde llegó en el viejo autobús de su pueblo con peinado rasta sorteando la mirada inquisidora de las señoras de enaguas y rebozo. Mientras, la espinela de los siglos de oro españoles ya tenía mas de cien años rondando estos montes cuando la prensa y los estudiosos mexicanos descubrieron los usos y costumbres del arte improvisatorio que se cultiva en este rumbo.

Abundan historias de hombres y mujeres, que cuando todavía la derecha no inventaba "la tierra de oportunidades", o los burócratas inauguraban cibercafes rodeados de encinos y magueyes, ellos ya se habían anticipado a buscar el mundo vasto.

Sean o no realidades visibles para ese segmento arrogante de las élites que dicta modas y gustos, en los patios humildes de esta antigua casa las curanderas se enredan el viento en la cintura, trovadores guardan en viejos cuadernos el alma de días y noches, coros polifónicos fertilizan lo sagrado en agotadoras jornadas, manos y semillas acarician surcos, memoriosos descifran ciclones, rebeldías palpitantes atosigan caciques tragicómicos y funcionarios torpes; y cuando la fiesta, cuando el dolor y los amores, se despiertan fuerzas comunitarias y solidaridades generosas, tejidas en la trama de la amistad, el origen, el parentesco o los rituales significativos.

Ese ser intimo, que a modo de venero subterráneo o a veces a flor de piel, resiste y persevera en su búsqueda de cauces propios, no es ningún reino idílico. La descomposición social alentada desde las estructuras de poder institucional ha calado hondo. Pero lo cierto es que, hecho de luz y oscuridad, y a fin de cuentas fuente de perseverancia guerrera, el originario espíritu indómito y recio de la Sierra Gorda no ha dejado de cabalgar.

En ocasiones es lumbre poderosa, y en otras, apenas fuego latente, en espera de yesca y pedernal.

La lluvia amainó, y doña Esperanza no tuvo que recurrir a la palma bendita. Luego de desvestir nueces de temporada, incansable y traviesa se dispone a cocer elotes tiernos, con el mismo entusiasmo que siendo niña la hacía jugar en los arroyos con víboras coralillas y encomendar a la luna llena el buen principio y fin de la molienda.

En noches que diserta con las incertidumbres de los vivos, la he oído decir a sus hijos, que cuando muera lleven alabanceros y consigan suficiente aguardiente para que a los cantores no se les reseque la garganta.

Y no quiere llanto ni lamentos porque en su andar el siglo aprendió que aun en la última gota de vida hay que invocar la dignidad.
 



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