.. | México D.F. Lunes 6 de octubre de 2003
José Cueli
El torero moro...
Alfredo Leal, El príncipe del toreo, el de la elegancia sin par, moro altivo y provocador, atildado y serio, tenía algo que pocos toreros tienen: un decir propio. No fue la "figura" de 100 corridas al año, pero con sendas verónicas cargando la suerte acababa con los llamados "figuras". El toreo de Alfredo Leal era lo opuesto de lo rutinario, la técnica que castra. El se embebía en el capotear y convertía en arte sutil el quehacer en los ruedos.
Alfredo murió esta semana y se fue con él la elegancia en los redondeles. Desarbolado se quedó el campo bravo y ya rindió viaje quién sabe en dónde. Embozado en su capotillo, sin prisa, con paso que pisa y pausa torera, se fue sin despedirse, cual correspondía a esa natural elegancia que lo acompañó siempre. La que lo llevó en el patio tejido de sol anaranjado de la Mactranza de Sevilla, a adornarse en tardes apoteósicas frente al Faraón de Camás, Curro Romero, al que le opuso la elegancia al duende del torero andaluz.
Alfredo Leal, presencia, empaque, naturalidad, encontraba en el ritmo, la pausa, el tono, la medida mágica que le daba el temple que sacudía los tendidos, al dejarse sentir por las arterias el trazo que ejecutaban las muñecas prodigiosas y le daban ese temple aterciopelado fuera de serie.
Por medio de su capotillo, Alfredo Leal encontraba la forma de expresar el ser íntimo -mucho arte- no encubierto por técnicas.
El drama de la vida-muerte le llegó esta semana. El drama que vivía mágicamente en la suavidad arrulladora de su veroniquear, en el que quieto estaba ya muerto: su decir propio. |