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México D.F. Martes 2 de septiembre de 2003

Teresa del Conde

Los sentidos de las cosas

Así se titula la exposición de Kati y José Horna que presenta el Museo Nacional de Arte, en su perenne empeño por ofrecer muestras congruentes dentro de la tónica y vocación que guarda. La posibilidad de organizarla se debió en buena medida a la anuencia que mostró la hija de la pareja de exiliados: Norah Horna salvaguardó un buen arsenal de vivencias que sus progenitores le legaron y tuvo la generosidad de acceder a que se expusieran. La curaduría estuvo a cargo de Karen Cordero, quien estableció los criterios de selección de "arte objetos", pósters, dibujos, grabados y fotografías que -divididos en rubros con la moción de proporcionar una "lectura"- integran la exposición.

Aquello que Freud denominó das unhimliche en su espléndido escrito sobre la estética de lo insólito, permea la producción de los Horna, si bien es cierto que ya poco de la inquietante extrañeza que provocaban las cajas de Joseph Cornell logran desencadenar un efecto similar, o será que Alan Glass llegó a logros mayores en ese sentido, puesto que a ello se dedicó primordialmente por lustros y lustros, cuestión que quedó manifiesta en la reciente exposición que tuvo lugar en la galería López Quiroga, felizmente documentada en un precioso catálogo. Aún así... La vejez, que no la antigüedad, de algunos ensamblados u objetos de los Horna, provoca lo que yo llamaría una dolorosa nostalgia. Dolorosa porque la bienhechura cercana a la perfección patente, por ejemplo en Espejo marino (talla en caoba en forma de pescado, con su correspondiente "agua" -el espejo-, de José Horna) resulta ser algo así como una joya de la semiología, aunque nunca se propuso serlo. El mismo artista diseñó la cuna-barca para la niña Norah, que decoró finamente con sus consabidos y predilectos motivos Leonora Carrington. Esa pieza es muy conocida porque se ha exhibido ya otras veces, pero ahora se acompaña de una fotografía en la que aparece Norah tripulando la peculiar embarcación, cuando tenía aproximadamente dos años de edad. La fotografía es tan especial como la cuna-barca, pues la niña-bebé que la tripula parece una muñeca, de la misma índole que el recipiente que la contiene.

José Horna diseñó unos juguetes infantiles que recuerdo con viveza, porque los tuve, los atesoré y jugué con ellos incansablemente: son prismas, tetraedros, arcos de medio punto, cilindros, cubos partidos a la mitad, realizados con suma precisión en madera policromada. Las cajas que los contenían, de dimensiones variables, circularon comercialmente y eran coleccionables. Nunca me he vuelto a topar en las jugueterías comerciales con objetos tan hermosos y a la vez tan provocativos para los niños. Provocativos porque se podían hacer mil cosas con ellos: desde castillos, torreones o fachadas hasta la reducción a su propio acomodo tipo gestalt en las cajas que los contenían. Me supongo que ahora, con la colonización de los nintendos, han caído en el desuso de las mentes infantiles, porque a nadie se le ha ocurrido reditarlos (pagando los derechos correspondientes) no sólo para bien de los infantes, sino incluso para los adultos.

Kati, que fue por décadas profesora en la Academia de San Carlos, creó una singular muñeca que retrató reiteradas veces. De acuerdo a mi sentir, está inspirada en las dobles máscaras venecianas de la Commedia dell'arte reditadas en los carnavales de Venecia. Víctor Flores Olea en una ocasión presentó una serie de fotografías de su autoría que las ilustran desde la contemporaneidad. En varias ocasiones Kati retrató a esa singular figura de rostro romboidal dialogando con esculturas de Pedro Friedeberg, o bien acompañándose de una muñeca convencional. Y el contraste no puede ser más sugerente: revela lo creativo al lado de lo convencional y comercial. Es cierto que las muñecas pueden causar terror: lo mismo las de Kati Horna que las que vemos en los aparadores de las jugueterías, con la diferencia de que las de Kati (sí, inquisitivas y atemorizantes) no son simulacros de seres vivos congelados, sino símbolos de la "persona", o sea, del artificio que la máscara implica.

Pero quizá para algunos espectadores la sección más interesante de la muestra sea la de las fotografías (algunas muy poco exhibidas) anteriores a la llegada de los Horna a México. Algunas son montajes que anticipan modos que otros artistas han cultivado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sea en pintura o en otras disciplinas. Por ejemplo: Niño y pared con carteles (1937)

Así como esta pieza preludia a Rafael Cauduro, que seguramente no la conoce, el fotomontaje Subida a la catedral (1938) fue objeto de un "fusil" por demás obvio del pintor Steve Cieslawski, que trabajó no hace mucho por una temporada larga en Oaxaca... Si el título de su óleo hubiera sido "homenaje a Kati Horna" la cuestión no sería discutible y yo ni siquiera estaría mencionándolo aquí. Pero no tuvo ni la honestidad ni la sinceridad de así acreditarlo.

Entre las tomas mayormente sobrecogedoras de Kati están los restos de un par de edificios tomados en la calle Marina de Barcelona, en 1938. Están desprovistos de sus fachadas, por lo que se percibe la distribución de sus interiores. Así quedaron realmente durante la Guerra Civil, casi en calidad de escombros, pero al ser capturados por la lente de la fotógrafa, parecen ser, a la vez, casas de muñecas.

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